EL RUIDO Y LA FURIA

Masón

Tengo un vaguísimo recuerdo de él, y quizás ni siquiera es un recuerdo y yo he imaginado una difusa escena en la que un señor ya muy mayor me sienta en sus rodillas y me sonríe

Cientos de personas con banderas durante una manifestación contra la amnistía frente a la sede del PSOE en Ferraz, a 14 de noviembre de 2023, en Madrid (España).

Cientos de personas con banderas durante una manifestación contra la amnistía frente a la sede del PSOE en Ferraz, a 14 de noviembre de 2023, en Madrid (España). / Diego Radamés (EP)

Juan Gaitán

Juan Gaitán

En mi casa, cuando yo era niño, se hablaba reverencialmente de Miguel Torres. Había sido un segundo padre para mi padre, que tuvo la fortuna de caer en sus manos cuando era apenas un chiquillo y Miguel Torres le enseñó un oficio con el que pudo salir de la miseria.

Miguel Torres era maestro tornero. Y también era masón. Esto último se pronunciaba en voz baja incluso cuando estábamos solo los de la familia, porque cuando yo era un niño era peligroso ser masón lo mismo que era peligroso ser comunista. Mi hermano mayor era comunista, pero de eso tampoco se hablaba apenas.

Mi padre, hijo de un estibador analfabeto, había ido a la escuela solo tres meses en toda su vida. Miguel Torres se encargó de él. Le instruyó en aritmética, dibujo, interpretación de planos, medidas en sistema métrico decimal y sistema anglosajón… Miguel Torres transformó un peón de carga en un maestro metalúrgico.

Cuando en los años sesenta se hizo necesario emigrar porque en España no había trabajo, Miguel Torres le prestó a mi padre el dinero necesario para irse a Suiza y ayudó a mi madre y hermanos, que se quedaron solos, cuanto pudo. Siempre estuvo atento, vigilante, protector. Yo aún no había nacido. Yo nací cuando mi padre ya había regresado con el dinero suficiente para dar la entrada de un pisito y sacar a su familia de aquel corralón donde vivía.

Cuando murió Miguel Torres yo era muy pequeño aún. Tengo un vaguísimo recuerdo de él, y quizás ni siquiera es un recuerdo y yo he imaginado una difusa escena en la que un señor ya muy mayor me sienta en sus rodillas y me sonríe. Sin embargo, tengo la sensación de haberle tratado bastante porque mi madre me contó muchas historias sobre él, especialmente las relacionadas con su condición de masón, de cómo en la Guerra Civil lo condenaron a muerte y varias veces lo pusieron ante el paredón para fusilarlo pero en el último momento una orden de suspensión de la ejecución le salvaba la vida “intercedía por él el rey de Inglaterra, que es el jefe de los masones”, recalcaba mi madre.

Algún tiempo después, por esas cosas del destino, cayó en mis manos el expediente judicial contra Miguel Torres. No se puede leer un expediente como ese sin estremecimiento. Informes policiales, detalles de interrogatorios, fechas, y la constatación de que su condena a muerte fue por el único pecado de ser masón. Nunca cometió delito alguno, ni siquiera participó en una revuelta. Y aún así se le condenó a muerte, aunque luego se le conmutó la pena por treinta años y un día de prisión y finalmente lo liberaron tras pasar siete años en la cárcel. Y nada de eso logró cambiar su filantropía.

Esta semana he oído a los descendientes de quienes quisieron asesinar a Miguel Torres llamar masón a Pedro Sánchez. No se puede estar más errado. O herrado, qué se yo.