La vida moderna Merma

El cementerio de los vivos

Con Los Asperones ya no bastan los informes, las estadísticas, los discursos bienintencionados. Es hora de pasar a los hechos

Una imagen de la barriada de Los Asperones.

Una imagen de la barriada de Los Asperones. / L. O.

Gonzalo León

Gonzalo León

Los Asperones es un gueto que no resuena en los círculos de poder ni despierta inquietudes en los gestores de nuestra ciudad ni en los propios ciudadanos. Es fácil ignorar un rincón de la ciudad que yace en las sombras del olvido, una comunidad marginada, donde la vida se aferra a la esperanza con uñas y dientes mientras el mundo parece darse la vuelta. Una investigación reciente de Fundación FOESSA titulada Mirando juntos para ver más allá: metáforas de resiliencia, empoderamiento e inclusión social, revela verdades incómodas que realmente todos sabemos sobre Los Asperones: un barrio que se autodefine como un «cementerio de vivos». Una expresión que retrata la agonía cotidiana de quienes llaman hogar a aquel vergonzante espacio. Una vida limitada al 50 o 60%, donde la desesperanza y la pobreza extrema se entrelazan para formar la espina dorsal de una existencia inaceptable en cualquier sociedad avanzada que se precie.

Y no se trata solo de un fallo del gobierno o de las instituciones al seguir manteniendo algo que no tiene sentido alguno que siga existiendo en 2023. Somos todos cómplices de esta realidad humillante. Y efectivamente, este asentamiento puede ser una mancha lejana para muchos, un lugar fuera de la vista y, por ende, fuera de la mente. Es incómodo mirar de cerca la miseria cuando se vive cómodamente en la comodidad. Y ahí entramos todos. Yo el primero, aunque lo escriba aquí y alguien lo lea.

Los Asperones claman justicia y luchan por un reconocimiento que se les niega sistemáticamente. Las palabras de los habitantes son un grito desgarrador, un eco que se pierde entre las promesas vacías y las políticas superficiales. La falta de acción, la indiferencia colectiva, nos convierte en partícipes de esta tragedia humana donde infra viven cientos de personas.

¿Qué significa realmente vivir en un lugar donde la depresión parece ser la norma y el desaliento el paisaje diario? ¿Cómo nos permitimos seguir adelante sabiendo que esta comunidad está atrapada en una espiral interminable de exclusión?

Los informes, las estadísticas, los discursos bienintencionados, no bastan. Es hora de pasar de las palabras a los hechos. Los planes de actuación deben dejar de ser un mero adorno político y convertirse en acciones concretas y urgentes. La urgencia de la situación no puede ser ignorada ni pospuesta por más tiempo. Cada cierto tiempo nos encontramos con el titular de la organización mundial de nosequé o el observatorio internacional de nosecuanto advirtiendo del alarmante estado de aquello. Muy bien. Pero ahí queda el tema. Después de mandar el informe en pdf y comprimido, a otra cosa mariposa. Aquí y allí. Un par de días en los medios, quizá una televisión que va y cuenta la anécdota del típico repartidor que no entra y cuatro cositas así y a volar. Fuera el tema. A seguir en lo nuestro y allí que se pudran. Y eso hacen. Pudrirse. Volverse locos en un infierno de porquería, marginalidad y abandono de una sociedad que te expulsa, te da la cara y te ignora.

Esto no es solo un problema de Los Asperones. Es un reflejo de nuestra sociedad, una herida abierta que nos recuerda nuestra responsabilidad colectiva. No podemos permitirnos ser espectadores pasivos de la desigualdad y el sufrimiento humano.

Es tiempo de dejar de mirar hacia otro lado y confrontar la realidad. Es momento de reconocer que, como sociedad, hemos fracasado estrepitosamente. Y es fácil hacerlo pues el sistema nos arrastra. La indiferencia es una forma de complicidad y la falta de acción, una condena para aquellos que luchan por una vida digna en los márgenes de nuestra ciudad.

Los Asperones no deberían ser solo una estadística o una metáfora desgarradora. Son personas que merecen ser escuchadas, atendidas y consideradas. La responsabilidad es colectiva, y la solución debe venir de un compromiso de todos nosotros como ciudad. No es solo su lucha, es nuestra responsabilidad como sociedad hacer que esta realidad cambie.

La gran duda, supongo, será qué hacer con esas mil y pico personas. Dónde se reubican. Quién se hace cargo. Cómo se paga y quien quiere de vecinos a todos ellos. Supongo que ninguno aplaudiría si al lado de tu casa levantaran un edificio lleno de personas acostumbradas a vivir en un formato completamente descontextualizado con la realidad común. Pero habrá que echarle valor. Todos. Los que le metan mano al tema y los que, por azar del destino, podamos tener que compartir más espacios con personas en esa situación.

Pero es que, si no… ¿Qué hacemos? ¿Seguimos dando vueltas al tema y que sigan creciendo nuevas generaciones en mitad de la nada, en casas prefabricadas y rodeados de miseria y carentes de oportunidades?

Un niño o niña que nazca en Los Asperones ya tiene, sin haber movido un dedo ni haber demostrado absolutamente nada, muchísimas menos posibilidades de prosperar y mantenerse a flote que otro que lo haya hecho en La Victoria o Mangas Verdes. Naces con el descuento de oportunidades aplicado. Y hablamos de personas. De criaturas -como dice mi madre-. Por eso resulta especialmente triste que nos pueda dar tan igual algo que tenemos tan cerca.

La vida nos ha hecho insensibles a muchísimas cosas. Nos hemos creado una coraza que hace que podamos ver en televisión algo espantoso y cargado de sufrimiento pero lo vemos mientras comemos o cenamos. Y cambiamos de canal y todo listo. Pero es que Los Asperones está aquí al lado. Puedes ir andando si quieres. Y pasar de la vida normal y un parque lleno de niños en Teatinos a un sitio donde lo más probable es que te vuelvas loco viviendo allí.

Por allí ha pasado todo el mundo. Políticos de todos los colores y castas. Según el momento y quien gobernara en Sevilla, protestaban más unos que otros. Allí iban todos, fotito al canto paseando y a volar.

Debe de ser bastante difícil solucionar aquella vergüenza porque son décadas sin hacer absolutamente nada. Por suerte aparente y en el fondo por desgracia, muchos de los allí nacidos no encontrarán tanto drama pues no conocen lo que es vivir de verdad. Y eso les hace mantenerse en un universo de ignorancia que les ahorra mucho dolor y padecimiento.

Nosotros sí sabemos lo que allí pasa. Pero miramos hacia otro lado. Como yo cuando deje de escribir esto. Dios quiera que jamás me vea en la circunstancia en la que están esas familias. Porque tengo una información que ellos igual aún ignoran y es que, pase lo que pase, nadie vendrá a ayudarme. Como hacemos cada día con todos los que viven en Los Asperones.

Viva Málaga

Suscríbete para seguir leyendo