El paseante

Juguetes eróticos

José Luis González Vera

José Luis González Vera

Mi grupo de amigas hablaba durante una cena, hace pocos días, sobre las virtudes y defectos de sus últimos juguetes eróticos. En otras ocasiones, cuando las copas, distintas conocidas de más o menos tiempo, han expuesto lo bien que su novio o novia las maneja en los asuntos de dormitorio y hasta las diferentes aventuras a las que se han atrevido en bares de intercambio de pareja y cómo transcurrió la escena, junto con detalles del escenario y meticulosas descripciones del resto del reparto allí congregado. Mujeres que han alcanzado un estatus en la vida que les ha permitido libertad, independencia moral, seguridad y, sobre todo, la clave primaria para los problemas humanos, esto es, una cantidad de ingresos que permita a cualquiera decir lo que piense cuando le dé la gana, moleste o no, a los receptores del mensaje. Esos hábitos que un buen número de machos de la especie hemos practicado cuando hemos reproducido, aunque la desconociéramos, aquella anécdota protagonizada por Luis M. Dominguín, cuando, tras su primer encuentro íntimo con Ava Gardner, se marchó a la calle a contárselo a todo el mundo. En aquellos años cincuenta, esa imaginería de la mujer inalcanzable ahora, sin embargo, doblegada por artes toreras provocó vértigos en una España varonil, crecida en un estado mental de represión apostólica y romana por designios de un caudillo. La condición ineludible para que alguien alcance el grado de ciudadanía con pleno derecho, al margen de su género, se basa en el auto-cultivo mediante la cualificación académica y personal que garantice las diferentes libertades sobre las que florece la independencia. Un enunciado sencillo, una de esas proposiciones mínimas que exige, no obstante, enormes esfuerzos para que se incruste en todos los ámbitos sociales sin que se generen reductos de terraplanismo intelectual, mucho más dañino que el geográfico.

Personalidades femeninas fascinantes se descubrieron a sí mismas en situaciones de zozobra anímica, y hasta de miedo y violencia, pero pudieron saltar de ese acuario de angustia en que una relación tóxica las estaba asfixiando gracias a que, junto con el lápiz de labios, el bolso y los tacones, a lo largo de sus años se habían provisto de un neceser compuesto por diferentes solvencias y capacitaciones con el que desplegaron un paraguas contra la esclavitud monetaria, profesional o afectiva. No se trata de un antibiótico de eficacia garantizada frente al maltrato, pero es uno de los pocos factores que puede disminuir sus consecuencias y efectos. Contra alguien que ha decidido tu muerte pocas cosas puedes hacer, excepto disparar primero. Conozco madres jóvenes que marcaron su destino como cuidadoras de los demás y, deslumbradas por una sensación de maripositas en el estómago, sin que se dieran cuenta entregaron los hilos de su vida a la misma araña que los transformaría en red donde adherir cada faceta de su existencia con el fatigar de los años. La Celestina explicaba que entregas tu libertad a quien entregas tu secreto, podríamos añadir que perteneces al dueño de tu soga. Cuando, en nuestros parámetros sociales de hoy en día, una joven deja de formarse no está ejerciendo un acto de libertad. No conozco una sola abuela que no explique a sus nietas que, si pudiera ser, ella habría tenido una vida muy diferente y todas aluden a la ignorancia como germen de una subsistencia desabrida. La libertad de elección exige el conocimiento de las consecuencias, en estos casos, devastadoras y con soluciones muy complicadas. Todavía me llegan noticias de embarazos adolescentes, en rima con inconscientes o de chicas jóvenes convertidas en amas de casa y con dependencia absoluta de un varón del que no se separan por el miedo a un futuro más nebuloso del habitual. Permanecen estos estratos de indigencia femenina donde las charlas se centran en tipos de pañales o trucos para eliminar las manchas de grasa de los pantalones del señor del hogar, magníficos temas si, a continuación, se comenta por gusto la hazaña del último satélite, o la seguridad de un juguete erótico.

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