Tribuna

Políticos estrella

Carmen Lumbierres

Carmen Lumbierres

Para amar tiene que haber cierta admiración o eso dice la tradición, las tazas de Mr. Wonderful y los coach emocionales, que son los que realmente están haciendo el agosto en este giro hacia el infantilismo y la exhibición del que no nos podemos sustraer casi nadie. No sé si en el enamoramiento necesitas admirar, creo que la dopamina y la serotonina hacen su trabajo por sí solas, pero en una vez superada esa fase, cierto tipo de entusiasmo racional debe prevalecer para quedarte ahí. Tanta proximidad en la puesta en escena de algunos políticos, tanta normalidad en sus habilidades o destrezas hacen que consigan justo la reacción contraria, no quiero políticos normales como yo, quiero líderes y gestores a quienes admirar. Del mismo modo que científicos nos asombran por su capacidad de trabajo, o que hay autores cuya creatividad nos fascina, de nuestros representantes no espero la misma capacidad barriobajera de insultarse que podemos tener todos en nuestros peores momentos. Para vestirse con jerséis navideños ya están las cenas de empresa, para cantar los éxitos del momento están los karaokes o los concursos de la televisión, y para pensamientos simplistas ya están los nuestros.

El proceso de selección de nuestros gobernantes se opera bajo la paradoja de la cercanía, que hagan las mismas cosas que nosotros, pero desde ese halo de la autoridad moral. Las campañas electorales se afanan por enseñar a los líderes de nuestro tiempo en quehaceres del común de los mortales, que antes sonaban tan impostados como los besos a los niños que se encontraban en los actos de propaganda. El problema ahora es justo el contrario, cuesta ver a algunos que están tan empeñados en lo popular en una cumbre internacional de las de peso.

No hablo del arrobamiento por los líderes -incluyo las líderes, pero el plural engloba todo y hace las columnas más ajustadas al espacio- que se produce al principio de una relación, sino de la necesaria convicción de estar con la persona adecuada que sobreviene con el paso de los años. Esa solidez difícil de encontrar en lo privado, no nos engañemos, es lo que queríamos ver reflejado en lo público, gente entregada a su trabajo con la complejidad que ello supone y la seriedad que no tiene nada que ver con la afectación. Que un pueblo elija a un señor que habla con Dios a través de sus perros, no describe sólo la perturbación del presidente electo, también la confusión de esa sociedad. No lleguemos a normalizar por hartazgo o desidia, conductas que no superarían el mínimo escrutinio en nuestra intimidad. Sigamos pidiendo para lo que es de todos, lo mejor, como sí de nosotros mismos se tratara.

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