Opinión | EL RUIDO Y LA FURIA
Sangre mestiza

Una familia entre escombros en la Franja de Gaza. / EFE
Como casi todos los andaluces, como casi todos los nacidos en este sur que habito y que me habita, soy un mestizo de pura sangre. «Hay en mis venas gotas de sangre jacobina», dijo Antonio Machado, y en la mía hay gotas o torrentes de sangre fenicia, griega, judía, árabe, romana… de todos esos pueblos que con sus lenguas, sus culturas, sus formas de llamar a dios o a los dioses, construyeron este pueblo que es de todos y de nadie, de sí y de la Humanidad.
Como andaluz, entonces, como ser humano sobre todo, tengo el alma partida por Israel. Siempre he amado al pueblo judío y me he conmovido con su desgracia, con sus penas, con sus diásporas y sus holocaustos. Lloré en la sinagoga de Praga en cuyas paredes están escritos los nombres de los que murieron en campos de concentración, y también por las víctimas de los atentados yihadistas, desde el primero al último.
Y también tengo el alma partida por Gaza. Cada muerto me duele como lo que es, hijo de mi misma madre, sangre de mi propia sangre. En mi garganta siguen estando los sonidos, las palabras, de cuando hablábamos el mismo idioma, y aunque ya no sepamos qué decimos cuando decimos ‘ojalá’ (del árabe «wa sa lláh» si dios quisiera), o cuando cantamos por soleá (del árabe ‘salat’, oración, y de ningún modo una ‘corrupción inculta’ de soledad, como siempre nos hicieron creer), lo seguimos diciendo.
Así que, con el corazón, el alma y la garganta en carne viva, no solo se puede, sino que se debe estar contra Hamás y contra Netanyahu, se debe y se puede estar contra todo asesino, contra todo criminal, contra toda violencia. Entrar en el juego de que estar contra uno necesariamente significa estar con el otro es, aparte de una falacia, una manera de que nos mantengamos callados, temerosos de decir que hay crímenes por las dos partes del mismo modo que hay víctimas inocentes por las dos partes. ¿Cómo no dolerte de las muchachas israelíes violadas y masacradas en el concierto, cómo no dolerte, de igual modo, de ese niño que llora en el pasillo de un hospital bombardeado, solito y herido?
El mundo, y cuando digo el mundo estoy hablando de las personas que lo habitan, tiene, tenemos que hacer algo. Acaso sea llegado el momento de salir a la calle, de alzar la voz, cada uno con el altavoz que tenga a mano (yo este de la palabra, mi única arma) y parar esta barbarie. No podemos consentir más muertes sean quienes sean los muertos, recen a la versión del mismo dios que recen. Lo pide a gritos la sangre, y la sangre tiene razones que casi siempre tienen razón. Sobre todo cuando es pura de tan mestiza.
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