Arte-Fastos

Reversos del arte pop

En la obra de Débora Notenson, que expone en el Hotel Lima, de Marbella, hay más similitudes expresivas que temáticas con lo pop

Una de las obras de Débora Notenson.

Una de las obras de Débora Notenson. / L. O.

José Manuel Sanjuán

José Manuel Sanjuán

Con reiterada frecuencia, la crítica ha atribuido a Débora Notenson (Buenos Aires, 1960) una vinculación cercana a los postulados del arte pop en virtud de su estilo e iconografía. Pero esta filiación debe ser matizada porque en su obra comprobamos más similitudes en los presupuestos expresivos que en los temáticos. Hace gala, sin duda, de un colorido limpio y brillante, trazos que definen formas precisas en pos de una figuración rotunda, sin ambigüedades semánticas, en apariencia. En cambio, no suele recurrir al silo objetual que compone el imaginario pop, es decir, motivos derivados de la cultura de masas o de la vida cotidiana, universalmente difundidos por Warhol, Johns, Hamilton, Lichtenstein y otros.

Este voluntario alejamiento de la versión pop más normativa y reconocible se verifica, una vez más, en la exposición [Contra]propaganda, incluida en el ciclo Lima Contemporánea, comisariado por Paco Sanguino y que tiene lugar en el hotel Lima, de Marbella. Notenson presenta 22 obras de pequeño y mediano formato, con un planteamiento expositivo que cuestiona tanto el discurso plástico cuanto la carga ideológica subyacente. Y en esta disyuntiva, las preferencias están claras: tan sólo cinco acrílicos sobre lienzo más dos pósteres manipulados recuperan el lenguaje neopop o, más bien, un falso naíf, que en algunos casos linda lo conceptual (Alo) o lo narrativo (Tortura), así como objetos antropomorfos (Rosie; Willie) dotados de sentido lúdico y fina ironía, pero siempre anónimos. (Es un hecho: cuando la autora pinta gatos o ratones, nunca son Mickey Mouse o Tom y Jerry; y cuando personas, nunca Elvis o Marilyn)

Sin embargo toda regla tiene su excepción: Mao Tse-Tung, el dirigente comunista, el Gran Timonel que rigió el destino de la República Popular China desde 1949 a 1979, que Andy Warhol inmortalizó (aún más) en una serie de irreverentes serigrafías, y que ahora protagoniza, él o sus súbditos, los 15 gouaches sobre papel que conforman el grueso de la exposición. Para ello ha recopilado estampas impresas en formato vertical (22 x 16 cm.) que ilustran las enseñanzas recogidas en El Libro Rojo de Mao: alegorías tiernas y adoctrinadoras del Padre Supremo (El líder; La mano milagrosa), de sus destinatarios (Niñas; Adoradores; Síguenos) o del futuro (Alegría; Felicidad; La Cosecha). Pero Notenson critica este paraíso ficticio y subvierte los contenidos, tapando los ojos de niños y campesinos (para que no vean lo que les es vedado) e incorporando rasgos felinos a los rostros de los militares (el gato simboliza paz y prosperidad en la cultura china). La imagen pierde así su significado original y contradice aquello para lo que en principio estaba destinada: ensalzar la felicidad. Justo como en el arte pop.

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