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Gacería

Una niña observa una zona destruida por los ataques de Israel en Deir al Balah, en la Franja de Gaza

Una niña observa una zona destruida por los ataques de Israel en Deir al Balah, en la Franja de Gaza / Europa Press/Contacto/Adel Al Hwajre

Jordi Cánovas

Jordi Cánovas

La legítima defensa no puede justificar la muerte indiscriminada. Nada puede justificar tanta muerte innecesaria, sólo el odio y el dinero, que son siempre irrefutables argumentos. El odio al diferente por lo que han hecho otros que se le parecen o con los que comparte lengua, cultura o espacio; el odio al vecino que limita las fronteras de crecimiento, la avaricia de expansión, el deseo de poseerlo todo, sin resquicios. El odio atávico, aprendido, estratégico, que convierte al pueblo odiado en una comunidad de demonios de todas las edades, no importa si es un niño, una mujer, un hombre o un anciano, no importa lo que piense, diga, haga o sueñe ninguno, sólo el color de su piel, el acento de su lengua, o que rece al dios equivocado. El odio profundo e infundado, el odio en grupo a un poblado, no tiene límite, nada lo frena y carga de balas los fusiles sin cargar la conciencia y descarga sobre la multitud la munición mientras recarga la rabia que lo alimenta. Dos meses de odio sobre Gaza, porque no hay guerra sin ejército, se traducen en una persona muerta cada cinco minutos, veinte mil veces eso, sin que nadie lo pare, sin que nadie lo frene. Porque la venganza asesina que ninguna justicia permite a las personas, sí se les concede a los países; un padre no podrá vengar la muerte de su hijo ni contra el que la causó sin esperar castigo, pero un Estado atacado por un acto terrorista parece que puede aniquilar un territorio y acabar con la vida de miles de personas que ni participaron ni participarían en la barbarie. La razón y la diferencia es sencilla, el gasto militar. Hay que mantener el equilibrio entre la paz y el negocio de las armas. Siempre podrás matar un poco más si con eso otros generan beneficios. El odio es un activo, la muerte, un pasivo.

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