El contrapunto

El Gleneagles de Escocia

El Gleneagles, en Escocia.

El Gleneagles, en Escocia. / L. O.

Rafael de la Fuente

Rafael de la Fuente

¿Existe el paraíso en la tierra? Sí. Y puede estar en Perthshire, en el corazón de Escocia, entre las ciudades de Stirling y Perth. A una hora de los aeropuertos de Glasgow o de Edimburgo. Sí. Aquello es el paraíso. Sobre todo si el viajero siente una verdadera pasión por el golf y los hoteles perfectos.

Me contaron que a un golfista americano que llegó al Gleneagles se le saltaron las lágrimas, nada más llegar al hotel. Allí los tenía, delante de sus ojos. A tres de los mejores campos de golf del planeta. Esperándole. Como se le saltaron las lágrimas después de jugar los 18 hoyos, casi diabólicos, del King’s Course. El Campo del Rey, el primero que empezó a hacer posible que el nombre del Gleneagles simbolizara una de las más grandes experiencias golfísticas de este mundo.

El águila es el símbolo heráldico del Gleneagles. Mucha gente piensa que es por lo del Glen de las Águilas («eagles»). Glen es una palabra del gaélico que nos encontramos con frecuencia en Escocia y en Irlanda. Un Glen es un valle largo, que puede ser angosto, por el que fluye un río o un arroyo. Otra teoría es que Gleneagles es la deformación del Glen de l’Egliss, una simbiosis del gaélico y el normando, en memoria de la antigua iglesia de San Mungo, templo legendario que se levanta en aquellos parajes.

Este milagro que es el Gleneagles – cuando lo inauguraron en 1924 los escoceses decían que era la octava maravilla del mundo - fue posible gracias a la magnifica obsesión y a la tenacidad de Donald Matheson, el director general de la Caledonian Railways Company (la compañía de los ferrocarriles escoceses). Un par de años antes del comienzo de la Primera Guerra Mundial, Matheson vio que había algo muy especial en aquel lugar de Escocia. Y tuvo una visión a la que siempre fue fiel. Allí se levantaría uno de los mejores hoteles de Europa. Y por supuesto aquella casa sería el orgullo de las Highlands. Y siendo Escocia la patria del mejor golf, el hotel debería ofrecer a sus visitantes unas espléndidas posibilidades para poder practicar un deporte que, para sus aficionados, está más cerca de lo divino que de lo humano.

Convenció Donald Matheson a los propietarios de la empresa ferroviaria de que el proyecto llevaría el nombre y la fama de Escocia a la altura de los grandes hoteles y spas de la Europa continental. Y por supuesto el Gleneagles tendría la capacidad de atraer a la gran sociedad internacional hasta aquel rincón de las Tierras Altas. El consejo de administración de la Caledonian dio su aprobación. Los trabajos empezaran en 1913. Todo se tuvo que interrumpir a causa del estallido de la Primera Guerra Mundial y el drama que ésta representó para el Reino Unido. El hotel se inauguró finalmente en 1924, seis años después del final de la contienda. Aunque en realidad nunca se había dejado de trabajar en el que sería el primero de los grandes campos de golf del Gleneagles: el King’s Course.

Éste fue diseñado por uno de los gigantes de la historia del golf, el británico James Braid, tantas veces ganador del British Open. Sus 18 hoyos y entre ellos el famoso Brawest, (el que provocó las lágrimas de aquel golfista americano), siguen siendo para los más experimentados golfistas del mundo un durísimo desafío. Que en cualquier momento puede poner en aprietos la habilidad y la experiencia de los golfistas más curtidos. Inexorablemente, un campo de ese calibre tensará al máximo ese arco emocional que se crea en el jugador que verdaderamente está compitiendo no sólo contra el campo sino contra él mismo. Aunque existen válvulas de escape para aliviar los momentos de auténtica dureza. Por ejemplo. Detenerte unos segundos para poder contemplar desde el campo uno de los más bellos paisajes de Escocia. También diseñó el gran James Braid el segundo campo del Gleneagles. El Queen’s Course. Otra experiencia llena de momentos apasionantes, que también es capaz de doblegar a los mejores jugadores del circuito del golf internacional. Como lo testimonia otro hoyo: el 14, el Witches Bowster.

También el Gleaneagles sería un lugar tentador para aquellos que deseen practicar otros deportes: el tenis, el croquet, los bolos, el senderismo, la pesca de la trucha o la caza. Y desde 1992 la British School of Falconry – la famosa Escuela Británica de Cetrería - tiene su sede en el Gleneagles. Sin olvidar la escuela de tiro al plato creada por el legendario as de la Fórmula Uno, Sir Jackie Stewart.

Los propietarios de la antigua Caledonian decidieron llevar su tren hasta el Gleneagles. En aquella época era posible subirse al mítico wagon-lits en la estación junto al hotel y así viajar durante la noche para despertarte a la mañana siguiente en pleno centro de Londres. O al revés. Como en el Gleneagles no se descuidan nunca las tradiciones, también hoy en día se puede llegar en tren al hotel. En la Gleneagles Station. Con la linea Londres – Inverness. Tan sólo es necesario avisar al conserje con la hora de llegada para que puedan enviar un coche a la estación para recoger a los pasajeros y a su equipaje.

En los viejos tiempos no era infrecuente la llegada de los clientes en los pequeños aeroplanos de la época. Aterrizaban en un terreno habilitado cerca del hotel.Ahora es posible llegar en helicóptero. En una amarillenta revista de sociedad de entonces, The Sketch, encontré la foto de un grupo de aviadores que acababa de aterrizar en el Gleneagles. Recién llegados y todavía con sus largas chaquetas de cuero y las bufandas puestas. Con los guantes, los cascos y las gafas de pilotaje en las manos, probablemente estaban decidiendo, mientras charlaban con sus elegantes y atractivas acompañantes, a qué hora quedarían para tomar el cóctel antes de la cena. Unos años después, algunos de esos jóvenes pilotos salvarían a su país y al resto de Europa. Luchando contra el nazismo y la Luftwaffe alemana en los cielos de Inglaterra. Muchos de ellos nunca podrían volver al Gleneagles.

Durante aquellos años entre las dos grandes guerras, el calendario social de la alta sociedad británica tenía que incluir una estancia en las Tierras Altas de Escocia. Gracias al Gleneagles. Junto con las regatas de Cowes, el polo en Deauville o los deportes de invierno en Suiza. Y nadie que se alojara en el Gleneagles podría echar de menos la tradicional hospitalidad de las grandes mansiones inglesas. Como en ellas,el servicio de mayordomía era legendario. A la llegada se abría y se distribuía en la habitación el equipaje de los huéspedes. También se planchaba un ejemplar del Times, que se entregaba, impecablemente doblado, en una bandeja de plata. Se preparaba el baño de sus huéspedes y por supuesto se lustraban durante la noche los zapatos.

Hoy el mundo ha cambiado. Y probablemente cambiará mucho más. Y aún más rápidamente de lo que lo ha hecho hasta ahora. Afortunadamente el Gleneagles seguirá brillando, como una gran casa, con los fairways, sus bunkers y los greens de su particular universo, entregado al culto del golf, en aquel rincón mágico de una Escocia intemporal. Tan intemporal como el hotel. Gracias al tiempo que pasa sin dejar huella. Y que ennoblece todo lo que nos rodea. Debemos celebrarlo sin complejos. Al fin y al cabo la humanidad ha necesitados muchos miles de años para poder crear algo tan perfecto como el Gleneagles.

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