TRIBUNA

Colonizar el pensamiento

Antonio Porras Cabrera

Antonio Porras Cabrera

“He aprendido a no intentar convencer a nadie. El trabajo de convencer es una falta de respeto, es un intento de colonización del otro”. José Saramago (1922-2010)

Sé que hay gente empeñada en colonizar mi pensamiento… y el de todo el mundo. Son aquellos que, con su altruista vocación, pretende hacerme comprender que lo que ellos ven es la verdad y lo que yo veo está apartado de ella, por lo que deberíamos (ya generalizo) reconocer nuestros errores e incorporarnos al redil. En su afán caritativo y bondadoso, pretenden salvar e iluminar mi pensamiento con su sabiduría superior, su gran capacidad intelectual y su certera sapiencia… son sabios e iluminados, carentes de argumentos lógicos en muchos casos, pero cargados de principios adquiridos a lo largo de su existencia, comprados en iglesias, partidos políticos, escuelas, grupos o sectas varias de poder o de credo.

Esto se traduce en falta de versatilidad, que es generadora de rechazo al diferente, hasta tal punto que inocula la semilla de la confrontación cainita. En lugar de utilizar su tiempo para pensar en cómo establecer sinergias, cómo acercarnos a través de los acuerdos, que los puede haber en común interés, se aferran a lo discordante y obvian lo concordante; es decir, prevalece la visión de lo negativo sobre lo positivo hasta romper la posibilidad de consensuar esa parte positiva. Puede que no tengan conciencia, o no quieran tenerla, de que formamos parte de un todo convivencial imposible de soslayar, o sea de esquivar o evadir.

Tenemos un defecto, y sálvese el que pueda: «la incapacidad de escuchar al otro antes de debatir», parece que lo importante es que, al final, el otro se quede con nuestro pensamiento en lugar del propio, colonizando el suyo con nuestras ideas.

Yo sigo siendo un mar de dudas en muchas cosas, sobre todo en aquellas que tengo un menor conocimiento, y he de decir, con absoluta convicción, que me gustaría poder resolver esas dudas con solvencia, a través de fuentes fidedignas y de mi propio razonamiento para introyectarlas como verdades “relativas”; sin embargo los voluntarios caritativos, que pretenden colonizarme con paparruchas, manda sus mensajes por todos los medios para convencerme de que su insolvente ocurrencia es la verdad y la mejor de las visiones de la realidad.

En todo caso, y volviendo al inicio del texto, esa colonización del pensamiento ha sido el garante del dominio sobre la sociedad y se consigue mediante el adoctrinamiento y la creación de actitudes de sumisión al poderoso, al considerado dueño, incluso, del conocimiento. No nos damos cuenta, pero el propio mecanismo de razonamiento se sustentas sobre premisas que conforman la base de la inferencia, o sea de la conclusión a la que llegamos mediatizada por los sesgos, que no dejan de tener un componente emocional manipulable, como es un claro ejemplo el asumir la posverdad, tan usada en estos tiempos como forma de engatusar al ciudadano a través de sus emociones, disposiciones y el sesgo confirmatorio. Este sesgo consiste en la tendencia a dar crédito a aquellos argumentos que vienen a confirmar nuestras creencias, en detrimento de los que nos las cuestionan. Cuestionar un pensamiento estructurado, diría que casi enquistado, desestabiliza al sujeto creando una disonancia cognitiva en las mentes más cerradas… y eso nos lleva a la imprecisión de la duda y al conflicto interno. Por tanto, hay quien prefiere la seguridad del dogma a la búsqueda de la verdad, siempre a caballo de la duda, dado nuestro difícil acceso a la verdad absoluta ante el limitado conocimiento del ser humano, hasta tal punto que, yo diría, es asintótica, usando un símil geométrico.

A veces es bueno huir de la “verdad supuesta” de estas personas, tan seguras de lo que dicen que evitan la autocrítica, y seguir con la duda razonable que te lleva al conocimiento, porque ya lo decía Bertrand Russell: “Gran parte de las dificultades por las que atraviesa el mundo se deben a que los ignorantes están completamente seguros y los inteligentes llenos de dudas”.

Por tanto, antes de dar crédito a alguien, le aconsejo se siente tranquilamente, se desvista de prejuicios, mire quién, cómo, dónde y para qué dice lo que dice, o al menos intente vislumbrarlo, y luego piense las razones y argumentes y objetivos que presenta... Si no estoy mal informado, el viejo profesor, Tierno Galván, decía que hay que leer como beben las gallinas, toman el buche y levantan la cabeza pareciendo pensar. Leamos, levantemos la cabeza, pensemos por nosotros mismos y digiramos la información de forma razonable. De ello se desprenderá que parte del argumento habrá que defecarlo tras quedarnos con lo interesante y nutriente para el intelecto.

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