TRIBUNA

Defendamos la política, a pesar de los políticos…

Tengo total y absoluta convicción de que el deterioro del mundo político solo sirve para dar poder a los poderes fácticos, que van gobernando el planeta

Tribuna de invitados del Congreso de los Diputados.

Tribuna de invitados del Congreso de los Diputados. / EFE

Antonio Porras Cabrera

Antonio Porras Cabrera

La política es necesaria e imprescindible para gobernar una sociedad, para ello hacen falta políticos cualificados, implicados y solventes, que cumplan su papel adecuadamente y sean democráticos respetando la decisión soberana de los pueblos. Si eliminamos la política democrática aparecen las dictaduras, que consideran al ciudadano como un súbdito obediente, al servicio del sistema, y se amparan en su opacidad para gobernar a su antojo.

Tengo total y absoluta convicción de que el deterioro del mundo político solo sirve para dar poder a los poderes fácticos, que van gobernando el planeta, como son aquellas que hacen del dinero el principal valedor de toda nuestra sociedad. Son los que dominan la economía, las transacciones monetarias, los que manejan las empresas multinacionales, la banca, la bolsa, los créditos, el flujo económico en general… Los que han atrapado al sistema bajo su dominio con el juego del mercado y están sometiendo a los estados a sus propios designios. Los que anteponen el valor del dinero a las personas… Han globalizado su poder e influencia en el mundo mediante el mercado, pero seguimos con gobiernos separados, incluso enfrentados entre sí, por lo que la ciudadanía está semi-huérfana ante ello.

Los únicos que podrían poner coto a tanta ignominia son los legisladores, los que tienen el poder de hacer e instaurar las normas y leyes. En un sistema democrático, esos legisladores emanan de la voluntad popular y el afecto entre el pueblo y el político tiene como resultado que esta sea la que determine las leyes, siempre que el político responda al programa por el que se le ha votado y con el que se ha comprometido a gobernar ante el pueblo que le eligió. Esto no es plausible si no existe esa connivencia, ese entendimiento, entre la sociedad y su gobierno, a la vez que una capacidad de exigir responsabilidades a los gobernantes por parte de quien los votó, de dar y retirar el voto en función de los resultados del programa aplicado. Ahora bien, para ello la ciudadanía tiene que tener una serie de valores que conformen una línea ideológica elemental, donde el ser humano sea la base de la misma y considere al dinero como mero instrumento para procurar el desarrollo de las personas y no al revés. Donde el progreso se entienda inherente a la evolución de planteamientos humanistas, a la realización del individuo en consonancia y equilibrio con su entorno, y no como un mero poseer más medios materiales, más tecnología innecesaria invadiendo el mercado, más consumismo irracional. Si queremos un sistema sostenido de desarrollo debemos atenernos a lo que la tierra da como recursos y gestionarlos equitativamente, para que alcance al conjunto de la población y no se mantenga el despropósito que tenemos en la actualidad… inmensos ricos versus inmensos pobres.

Y, claro está, al mundo económico desalmado que piensa antes en el dinero que en las personas, que cultiva los valores de la competencia salvaje, y para el que la gente solo tiene valor si sirve a sus propósitos de desarrollo económico, le interesa dominar la política de todos los países, cosa conseguible al dominar a la clase política. Este dominio puede ser directo o indirecto. Es decir, sometiendo a los políticos a sus deseos para que ejecuten la política que les interesa a ellos, o sea, hacerlos sus lacayos mediante el chantaje, la compra o la corrupción; o bien, desprestigiarlos a todos ante sus propios votantes, la ciudadanía. El desprestigio es un proceso simple, pues se les acaba responsabilizando de todo lo nefasto que ocurre, dado su poder, aunque sea la banca y sus adláteres quienes provoquen la crisis, o bien se les corrompe, cosa relativamente fácil cuando llega a la política gente de bajos valores morales y éticos aupados por una sociedad poco exigente, partidista a ultranza e ideológicamente mediocre. La alternativa es la liberación de la mente del clientelismo político e ideológico, la educación para pensar y discernir, el ejercicio del libre albedrío implicándose responsablemente en la gobernanza mediante el voto. Es un proceso educativo que libera al sujeto de los dogmas y lo dota de criterio, que lo hace más libre a la vez que más comprometido con la propia sociedad, respondiendo y haciendo responder a los gobiernos.

Hay un trabajo subliminal que se realiza desde algunos medios de comunicación aliados con grupos políticos poco democráticos, que va alienando al ciudadano hasta jugar con ese libre albedrío y hacerles ver verdad donde hay mentira. En ello incluyo valores morales y éticos, la adoración al dios dinero, los nacionalismos exacerbados, ideologías totalitarias, partidos políticos nada democráticos en sus propias estructuras, y a todos aquellos que entiende, o quieren, al individuo como súbdito y no soberano.

En todo caso, para conseguir el desafecto entre el pueblo y la política, solo basta con generalizar e incluir a toda la clase política en un grupo dominado por la corrupción, bajo la expresión: «Todos los políticos son iguales». Así acabaremos no creyendo en la política, sin diferenciar la política del político, que son, a mi entender, dos cosas bien distintas, aunque deberían ser complementarias. Yo creo en la política como forma de gobernar una sociedad y en la democracia como forma de controlar, regular y determinar la política. Reclamo la dignificación de la política y condeno a los políticos y a los grupos de poder que la deterioran, utilizan y manipulan en el propio beneficio.

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