Viento fresco

Prevaricación mental

El otro día me salté el desayuno. Una decisión tontuna a sabiendas

Un camarero rellena una tolva para posos de café

Un camarero rellena una tolva para posos de café

Jose María de Loma

Jose María de Loma

El otro día me salté el desayuno. Así, a lo loco. No a la torera, no con pértiga. La vida es a veces mejor cuando cometes tonterías a sabiendas. Es una especie de prevaricación mental. Tomar decisiones tontunas a sabiendas. Y así me lancé yo a la calle, ayuno. Al principio todo fue bien, ya desayunaré. Caminé, miré el cielo, elucubré sobre indumentarias, esquivé patinetistas y hasta saludé a un conocido que estaba paseando su vanidad con una correa algo corta y sin bozal. Con lo peligrosas que son las vanidades. De pronto, la vanidad hizo caca junto a un arbusto y mi conocido tuvo que agacharse a recoger la deposición, momento que yo aproveché para decirle «que tengas un buen día» y alejarme.

Al poco rato, algunos viandantes me comenzaron a parece apetecibles y eso que aún no he visto La sociedad de la nieve. Se imponía sentarse en una cafetería y rellenar el depósito. Tal vez café y bocadillo de jamón. Quizás sandwich mixto y té. O unos churros. Lo bueno de no desayunar es la ilusión de desayunar. Claro que esto no es aplicable a otras acciones. Si no bebes agua no tienes ilusión de beber agua, lo que tienes es una sed como un demonio. El día iba avanzando y en una de las cafeterías que prefiero no había sitio. En otra, un kilómetro más tarde, solo servían bebidas. Tengo para mí que muchos de los clientes estaban redesayunando.

La gente debería llevar bien visible un contador de desayunos para que tuviéramos preferencia en los establecimientos los que llevamos cero desayunos. Había ya quien incluso se estaba atizando una cerveza. De repente, mi cuerpo pasó al modo aperitivo. Comprendí que si seguía andando podría ahorrármelo también, lo cual sería un ahorro considerable, estupendo, inesperado. Y alguna cosa más, pero al estar en ayunas se me habían acabado los adjetivos disponibles.

Claro que también podría esperar a la hora del almuerzo y entonces desayunar. Sería un acto de rebeldía. Contra los convencionalismos y el orden establecido. Y contra el reloj. De repente atisbé de nuevo al conocido y a su vanidad. Se acercó. Te invito a merendar, me dijo.

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