Notas de domingo

La Loren y el tarambana

’La suerte de ser mujer’, película del año 1955. Con Sofía Loren y Marcelo Mastroianni.

’La suerte de ser mujer’, película del año 1955. Con Sofía Loren y Marcelo Mastroianni. / L. O.

Jose María de Loma

Jose María de Loma

Lunes. Me topo con Alberto Ruiz Gallardón en la puerta del Museo Carmen Thyssen. Va a un coloquio con el también exministro Jordi Sevilla. Lleva un abrigo largo y elegante, algo impropio de estas latitudes, donde hoy vamos a alcanzar los 21 grados. Nos cruzamos brevemente la mirada. Supongo que él atisba a un anónimo viandante curioso. A mí lo que me viene a la memoria es una larga entrevista que le hice hará veintitantos años en su casa de Nerja. Fue amable, hablamos de todo y nos dedicó una tarde de verano entera y hasta nos enseñó una moto de gran cilindrada que se había comprado. Bebimos refrescos. No quiso que el fotógrafo lo inmortalizara subido en ella. Le quedaba aún mucha carrera por hacer. Yo era un atribulado reporterín algo intimidado. En el viaje de vuelta me sentí como un enviado especial a una importante misión. Supongo que iría contemplando la mar también.

Martes. ’La suerte de ser mujer’, película del año 1955. Con Sofía Loren y Marcelo Mastroianni. Ah, qué parejón. 16 películas juntos. Ella aspira a la fama como modelo y él es un fotógrafo algo tarambana. De por medio hay un conde que puede promocionar mejor que Mastroianni a la Loren. Una delicia, buenos diálogos. Cine en puro estado. Cuando acaba, con la madrugada en el cogote y el insomnio saludando, me paso a un documental sobre extraterrestres. Me reto a mantenerme atento hasta que alguien diga la frase: «Están entre nosotros».

Miércoles. Estás rígido, me dice el quiropráctico. Hay gente que te ve y te dice hola y gente que te ve y te dice estás rígido. Me tumbo y que sea lo que Dios quiera. Hay algo de placentero en el crujir de vértebras y algo de temor reverencial al crujido que va a dar el cuello cuando te agarran la cabeza para hacerte un giro brusco. Me voy a pasar el resto de la semana flexible. Un columnista con la columna mal no cabe en el mundo. O tal vez sí. Salgo con antojo de albóndigas.

Jueves. Leo a Landero.

Viernes. Lluvia tontorrona en Sevilla. Luego el día se tornará primaveral. Desde el taxi le hago una foto a la portada de la feria, que ya casi está lista. Tienes que venir entre el primer sábado y el miércoles, me dice un sevillano. Después ya no, después, hay mucha gente. Y mucho tieso, supongo, pienso para mí. Al salir del plató, Mesa de Análisis, con León Gross, charlo con Laura Garófano, de El Español, gaditana, que tiene muchas y abundantes claves sobre la situación del narcotráfico y Barbate. Ha escrito muchísimo del asunto. Converso con Ignacio Camacho, a quien tengo una devoción antigua, una devoción periodística permanente desde aquella sección que escribía ya en Diario 16, ‘Una raya en el agua’. Camacho es sólido, amable, pausado. Me pregunta por asuntos de actualidad de mi ciudad y me cuenta algunos de sus lances en las tertulias madrileñas. Es un columnista en forma que no escribe de oído. Tras el almuerzo, en la breve espera en la estación de Santa Justa redacto mentalmente una columna sobre las estaciones, los seres que las pueblan (como si se pudiera generalizar) el trasiego humano, los ir y venir, fantaseando con el destino de algunas personas que escojo al azar con la mirada. A una chica alta y rubia con chándal de marca le asigno Santander como destino, donde acude a un congreso de graduados sociales. Finalmente no escribiré nada de eso y sí una columna intemporal, apolítica, gamberrilla y corta que redacto en el tren mientras a mi lado un señor calvo simpaticón (antes de roncar) duerme con un rictus como de estar soñando con una tarta de queso. La noche se insinúa tras los cristales ajena a nuestros destinos o propósitos. Ceno endivias.