El ruido y la furia

Viejo

En estos días me estoy sintiendo extraordinariamente viejo. Será por las concesiones que voy haciendo, por la conformidad con la que debo asumir los achaques que ya se me han instalado en el cuerpo y que se me filtran al espíritu

"Aunque tengas muchos años, siempre y cuando mantengas un corazón joven y tengas una actitud positiva todos los días, siempre tendrás 20 años"

"Aunque tengas muchos años, siempre y cuando mantengas un corazón joven y tengas una actitud positiva todos los días, siempre tendrás 20 años" / L.O.

Juan Gaitán

Juan Gaitán

Hablábamos el otro día mi hermano del alma Ezequiel Martínez y yo sobre nuestras trayectorias profesionales. «Yo -me decía- siempre fui el más veterano en los equipos en los que trabajé». Para mí fue al revés. Siempre fui el más joven, el ‘niño’. Tuve la suerte de que me enseñara el oficio gente que ya estaba al final del camino. Generosamente me traspasaron lo aprendido y ese algo que entonces no supe ver, pero que venía en el paquete, una cierto modo de compasión al mirar a los otros. Esa misma compasión que Cervantes tiene con sus personajes, una conmiseración que entonces no percibía y que ahora me deslumbra por tan humana.

En esos días yo no pensaba nunca en estas cosas porque hacerse viejo quedaba muy lejos, mucho más allá de cualquier horizonte. Es verdad que el horizonte nunca se alcanza, pero es más verdad aún que el horizonte siempre te alcanza a ti.

En estos días me estoy sintiendo extraordinariamente viejo. Será por las concesiones que voy haciendo, por la conformidad con la que debo asumir los achaques que ya se me han instalado en el cuerpo y que se me filtran al espíritu. La dolorosa rigidez de mis caderas al levantarme, la imprescindible pastilla contra la diabetes… Poco a poco el tiempo te va descomponiendo. Son, generalmente, leves goteras que vas aceptando de una en una, con una ligera resignación, porque tampoco son para tanto. De vez en cuando, algo más grave viene a traer, ahí sí, un cambio importante, un giro de guion inesperado. Pero un día te paras y sumas todo, lo grueso y lo menudo, y te das cuenta, sí, te das cuenta, de que ya no queda tanto ni será tan grato.

Hace unos días me pidió amistad en una red social una chica muy joven de delicadísimos rasgos orientales, bella hasta lo angelical. Siempre, en estos casos, me acuerdo de Lope: «Qué tengo yo que mi amistad procuras». Generalmente rechazo esas solicitudes porque sé que detrás hay un tipo con aspecto de oso pardo que desde un zulo de Siberia, pongamos por caso, está tratando de estafarme. Pero esta vez le seguí la corriente, a ver hasta dónde llegaba. Nada más aceptar me envió un mensaje privado en el que ya de entrada me llamaba «querido Juan» y empezaba a hacerme preguntas. Una de las primeras, mi edad. Le dije, sin especificar una cifra, que era viejo. Esta gente tiene un catálogo de respuestas automáticas para ir enganchándote. Todo son halagos. Es ahí cuando me acuerdo de Quevedo: «puede haber puñalada sin halago, pero nunca halago sin puñalada». Cuando le dije que era viejo respondió: «Aunque tengas muchos años, siempre y cuando mantengas un corazón joven y tengas una actitud positiva todos los días, siempre tendrás 20 años». «No, no es así», le dije, y corté toda comunicación.