El contrapunto

Una vez más, recordando al Doctor Angélico

Rafael de la Fuente

Rafael de la Fuente

Summa totius Theologiae S. Thomae Aquinatis Doctoris Angelici». Hace tiempo se pudo rescatar en una planta de reciclaje de basuras de la ciudad de León uno de los tomos de una edición valiosísima, fechada en Roma en 1581, de la Summa Theologiae de Santo Tomás de Aquino. Junto a ese volumen, milagrosamente salvado, se perdieron para siempre los restantes, triturados por el sistema de prensado del camión de reciclaje.

Estoy seguro que en ese caso hubo una bondadosa deidad que deseaba tutelar unos libros que precisaban ser protegidos. Aunque ésta no llegó a tiempo. Pues sólo se pudo salvar a uno de ellos. Deidades que también nos suelen mirar con benevolencia a los que amamos esos objetos casi sagrados: los libros que iluminan nuestras vidas. Espero que ese tomo, rescatado de la obra cumbre del Doctor Angélico (recoge precisamente la segunda sección de la segunda parte de la Summa, la «Secunda Secundae») esté recibiendo los cuidados necesarios con el fervor y el respeto que se merece. Y que nos apiademos de sus hermanos ya desaparecidos, con la resignación a la que nos tienen acostumbrados las consecuencias de la estupidez o la ignorancia humana.

Después de leer la noticia me acerqué a un rincón de mi modesta biblioteca doméstica, el que alberga los doce tomos de la Summa. Éstos vieron la luz de los cielos malagueños hace poco tiempo; en 1972. Existen éstos desde 1789, año de sangrientas revoluciones. Se deben al buen hacer de la venerable y piadosa imprenta del Seminario de Padua. Fueron encuadernados en recio pergamino con sus prodigiosos textos latinos, luminosamente extendiéndose para una cómoda lectura sobre un papel milagroso por el que no pasan los años. Recuerdo mi primer encuentro con ellos. Fue un flechazo de amor total. Y un milagro. Casi tan grande como el del tomo salvado en la planta de reciclaje de León. Estábamos en Heidelberg, en una cálida tarde de junio del 1972. El marqués de Nájera (uno de los grandes pioneros del turismo de la Costa del Sol, buen amigo y generoso maestro) y un servidor de ustedes, habíamos parado en la histórica ciudad del Neckar para almorzar. Nos acompañaban unos amables amigos de la delegación de Iberia en Frankfurt, donde habíamos aterrizado hacía unas horas. El marqués tuvo la buena idea de llevarnos a la Haus zum Ritter, una de las hospederías más antiguas de Alemania, en pleno corazón de Heidelberg. Una vez repuestas las fuerzas, gracias a las excelencias de una gran cocina y los generosos vinos de Baden. Los que sabiamente nos aconsejaron un corto paseo por el casco antiguo, antesde continuar nuestro viaje.

Entonces los vi. Aquellos tersos lomos en pergamino que proclamaban las glorias de la Summa Divi Thomae. Parecía que llevaban siglos esperándome. En una tiendecita consagrada al culto a los libros antiguos, respetuosamente adosada a la iglesia del Espíritu Santo. Bien protegidos del sol. Aunque perfectamente iluminados por la luz vespertina. La transacción duró unos escasos minutos. El librero sabía que yo necesitaba poseer esos libros. En aquella época – 1972 – los españoles en Alemania éramos vistos como gente de medios modestos. Casi como hoy vemos en España a un inmigrante. Las ínfulas y vanidades de nuevos ricos no nos llegarían hasta mucho después. Como dicen los ingleses, el dinero y los libros cambiaron de manos. Después pude comprobar que el precio pagado por aquel pequeño tesoro había sido muy, muy razonable. No fue mérito mío. Y sí de la sapiencia de don Ángel Fernández de Liencres, Marqués de Nájera y Donadío.

Esa noche deposité y examiné cuidadosamente los libros, extendidos sobre el escritorio de la habitación del hotel. El augusto Brenner’s Park de Baden-Baden, tan unido al recuerdo de César Ritz. Al día siguiente teníamos allí la presentación de un nuevo torneo de tenis organizado en Marbella por el Hotel Los Monteros. Presentación por todo lo alto destinada a los tenistas llegados de todo el mundo a Baden-Baden para el Campeonato Europeo de Seniors y Veteranos.

Después de nuestra recepción, el comandante francés, entonces el responsable militar de aquella zona de ocupación aliada en Alemania, nos invitó a visitar el famoso casino de Baden-Baden. Me pude disculpar. Sin problemas. El objetivo del comandante francés era el atender con todos los honores al marqués de Nájera, antiguo e ilustre oficial de la Legión Extranjera francesa. Pedir a los dioses favores en los juegos de azar del casino hubiera sido algo imperdonable después de que ellos hubieran puesto en mis manos aquellos libros. Que la Santa Providencia, el Doctor Angélico y los maestros impresores del Seminario de Padua nos enviaban a través de los siglos. «Emendatior et in meliorem ordinem redactus».