Artículos de broma

El marisco marida con…

El enriquecimiento ilícito no se hace en ayunas, ni es vegetariano porque, desde hace décadas, la especulación come carne roja poco hecha con tinto añoso y las comisiones cenan marisco cocido y planchado con vino blanco

Mariscos

Mariscos / L.O.

Javier Cuervo

Javier Cuervo

Desde hace unos años, para evitar la corrupción, los diputados y los ministros hacen una declaración de bienes al entrar y al salir del puesto o del cargo. Como la corrupción sigue royendo el patrimonio común y envenenando la opinión pública hay que ir más allá: diputados y ministros deberían hacer una analítica completa al entrar y otra al salir de sus puestos y cargos para que, en nombre de la transparencia, pudiéramos conocer sus niveles de colesterol y de ácido úrico al iniciar y al finalizar la actividad. Sabemos que el enriquecimiento ilícito no se hace en ayunas, ni es vegetariano porque, desde hace décadas, la especulación come carne roja poco hecha con tinto añoso y las comisiones cenan marisco cocido y planchado con vino blanco ligero, fresco y afrutado.

Esos almuerzos y cenas de políticos corruptos, corruptores polutos, asesores asociados e intermediarios mediocres que comen, comisionan y cometen hay que cogerlos con pinzas y analizarlos porque, cuando se vuelven dieta, dejan trazas. En la sangre, el engrase queda en las arterias y el ácido úrico cristaliza en las articulaciones. En la orina también se detectan los negocios sucios.

Esto no va contra las marisquerías, que son el mar en tierra; ni contra el marisco, que es el cielo en el paladar, sino contra esa coincidencia de los apetitos de gente que se corrompe por el marisco y que, salitre y cristal, yodo y úrico, por sentir todo el mar en los labios acaba con una gota en el pulgar del pie. En las películas estadounidenses vemos corruptos veganos de Manhattan que arruinan a la clase media mientras comen crudités con vino blanco y traje negro, pero en España sabemos por Koldo que el marisco marida con la comisión de la mascarilla. El marisco nos pierde, más que a nadie a los perdidos. Cuando la langosta toca su castañuela al salir del acuario gritamos ole y ole, cuando miramos humear los percebes vemos dedos de arrecife hacer el gesto de la abundancia y cuando llega el centollo, jamón de mar, le contamos cinco pares de patas negras. Toda esa pasión baila el pasodoble de la analítica: sangre y orina.