Arenas movedizas

Pecados y virtudes de Tony Soprano

25 años después de su estreno, ‘Los Soprano’ no solo representa un antes y un después en la historia de la televisión. Es una lección de vida. Para lo bueno y para lo malo, Gandolfini reunió en un solo personaje todas las variantes posibles del ser humano

Pecados y virtudes de Tony Soprano.

Pecados y virtudes de Tony Soprano.

Jorge Fauró

Jorge Fauró

2024 es el ‘año Soprano’. Otro ‘año Soprano’. Lo fueron también 2004, 2009, 2014 y 2019, conforme la serie creada por David Chase alrededor del jefe de la familia mafiosa de Nueva Jersey iba avanzando quinquenios. Se han cumplido cinco lustros desde que HBO estrenó el primer capítulo en enero de 1999. ¿Es ‘Los Soprano’ la mejor serie de la historia de la televisión? Los debates son interminables. Los hay serenos, furibundos y también de medio pelo, pero entre la inabarcable oferta de las distintas plataformas (pasa uno más tiempo eligiendo que decidiendo) admito que en las últimas semanas he ido a lo seguro… por tercera vez.

James Gandolfini, como el Heisenberg de Bryan Cranston en ‘Breaking Bad’, eleva a la categoría de obra de arte la consecución del personaje con que todo actor sueña, ese modelo interpretativo que pasa por conjugar a partir de un canon (el encarnado, en su caso, por el Mal, en mayúscula) todas las variantes posibles de la personalidad del ser humano. No es extraño, por tanto, que los 86 episodios de la trama pivoten en torno a las visitas de Tony Soprano a la consulta de la doctora Melfi (otra espléndida Lorraine Bracco). Y entre sesión y sesión, en esos periodos que van del desmayo al Prozac, transcurren un asesinato por aquí, una extorsión por allá o un fin de semana como ejemplar padre de familia por otro lado.

Un jefe mafioso en el consultorio de una psiquiatra. Un perfil social nada habitual haciendo lo que cualquier miembro de la sociedad adopta en la normalidad del hábito. Porque Tony Soprano —el padre que daría la vida por su familia, el sobrino que visita regularmente a su tío aunque éste haya ordenado su ‘jubilación anticipada’ (los diálogos sobreentendidos son dignos de una tesis en Gramática), el amigo leal atormentado por haber asesinado a uno de sus soldados por pasar información al FBI­—, en el fondo nos cae bien, tanto, que nos negamos a admitir que el fundido en negro del prodigioso final de la serie signifique la ejecución del personaje delante de su familia, en realidad, aquellos patos que un día dejaron de nadar en su piscina y que ejemplifican el miedo a la pérdida.

El tipo capaz de pedirle perdón a su hija y de confesarle que moriría por ella es el mismo que en la siguiente secuencia aterroriza a otro capo solo con la mirada. Tony Soprano da mucho miedo. Da más miedo que Joe Pesci en ‘The Godfellas’ porque el papel de éste era el de un mafioso desequilibrado e imprevisible. Gandolfini suelta el resoplido de un búfalo antes de levantar ese enorme corpachón y señalarte con el dedo. Con el Tommy de Vito de Pesci no sabías cuándo iba a morir el desgraciado que se cruzara en su camino, pero tu cara a un par de centímetros de la de Tony Soprano es una condena a muerte, hoy, mañana o dentro de un año. No te libras. Él decide cuándo. Soprano da más miedo que otros mafiosos del cine, más que Bogart, más que Cagney, más que Edward G. Robinson, Pacino, De Niro o Brando. Gandolfini es el Mal y el Bien a la vez, por eso resulta tan aterrador. "Me da igual que me tengan miedo. ¡Dirijo un negocio, no un puto concurso de popularidad!"

El muy católico Tony Soprano representa, como cada uno de nosotros, los siete pecados capitales y las siete virtudes del catecismo. Es la soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza, pero también exhibe —en menor medida, y aun utilizándolos para lograr objetivos deleznables— sus contrapuestos celestiales: humildad, generosidad, paciencia, templanza, caridad, diligencia y, en contados arrebatos de contrición, hasta la castidad, cuando en distintas fases de la historia se conjura para ser fiel a su mujer.

En su condición de manual de conducta, ‘Los Soprano’ constituyen, para lo bueno y para lo malo, el patrón de muchos comportamientos, de lo que se debe hacer y de las líneas rojas que jamás deben cruzarse. En la psiquiatría, en la economía, en la política. Sobre todo en esta última. Cuando Tony Soprano rechaza el ofrecimiento sexual de la jefa de un clan napolitano, el capo no está demostrando fidelidad a Carmela, su esposa. Mucho menos, castidad. En realidad, habla en términos de teoría política. Piensen en algún caso de corrupción o en el discurso con que cualquier líder debería aleccionar a sus subordinados en tareas de gobierno: "No se caga donde se come. Y mucho menos donde como yo".