Opinión | Arte-fastos

Sólo quedará el planeta

Sobre la exposición de Pepe Barroso en el Hotel Lima de Marbella

'Estrecho I', de Pepe Barroso.

'Estrecho I', de Pepe Barroso. / Pepe Barroso

A primera vista, los paisajes desolados e inhóspitos que Pepe Barroso (San Roque, 1955) presenta en el hotel Lima de Marbella, dentro del ciclo Lima Contemporánea, comisariado por Paco Sanguino, podrían hacer exclamar a un espectador curioso aquella misma expresión que profirió el escultor francés David D’Angers ante los cuadros de Gaspar D. Friedrich: «¡He aquí un hombre que ha descubierto la tragedia del paisaje!». Y resulta que ese espectador curioso (o avisado) tendría parte de razón tras comprobar el espectáculo que se le ofrece: una Naturaleza solitaria y enigmática, de vastas extensiones y profundos silencios, plagada de presagios y huérfana de esperanzas; unos espacios naturales (no me atrevo a llamarlos hábitats) donde la presencia humana, como era previsible, ha desaparecido casi por completo. 

Pero estas similitudes iconográficas que acercan su obra a los postulados del Romanticismo alemán (Friedrich, Carus, Dahl, Blechen) se diluyen en cuanto descubrimos los propósitos que las animan. Si en aquéllos era la búsqueda poética y nostálgica de una Naturaleza ideal, en éste se verifica la ruptura total del hombre con la Naturaleza. Sin embargo Barroso va más allá, no se limita a replicar el desgarro anímico que supuso, para los románticos, la «conciencia de la escisión», según la define Rafael Argullol, sino que traslada aquella angustia existencial al pesimismo del hombre contemporáneo. Un pesimismo corroborado por las nefastas consecuencias derivadas del abandono de la razón y la prudencia en favor del logos científico; temeridad que está ocasionando cambios geológicos (Antropoceno) en un entorno donde no hay reemplazo, la Tierra, campo de conductas irresponsables que llevan al pintor a un oscuro presentimiento: «Si el ser humano continua destruyendo el planeta, al final sólo quedará el planeta».

Este trágico desenlace se narra en los catorce acrílicos de mediano y gran formato de que consta la exposición, cuyo título, 'Evolución', encierra una inquietante paradoja: la asunción de un proyecto fallido, la historia como relato de degradación, cuya cronología rememora, en primer lugar, los últimos atisbos de un vergel casi olvidado ('El bosque de niebla'; 'Fractales'). Prosigue la hecatombe global (estragos que el autor omite) y muestra el resultado tras la destrucción: páramos helados y yermos ('Exoplaneta'; 'Nuevo mundo') donde el mar aflora como único signo vital (Estrecho I, II, III) o como gélida tumba ('Planeta herido V, VI, VII, VIII'). Asoman algunas figurillas (¿supervivientes?), sumisas ante el nuevo prodigio tecnológico ('Evolución') para que rija sus destinos, para que los guie como especie poshumana. Quizá tenga razón Jean-Luc Nancy: quizá sean (seamos) «los humanoides postreros». Y mucho me temo que Pepe Barroso también contemple esa posibilidad.