Opinión | Las cuentas de la vida

Cinco días de abril

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. / EP

Escucho Doctor Atomic, mientras un viento huracanado bate el panorama político español. Doctor Atomic, compuesta por John Adams, es una de las grandes óperas de nuestro tiempo. En su centro, la figura de Oppenheimer en Los Álamos antes de realizar el test necesario para construir la primera bomba atómica. Hay un antes y un después de Hiroshima y Nagasaki, como hay un antes y un después del descubrimiento de la radioactividad. El Apocalipsis de repente se hizo humano; su posibilidad, quiero decir, desvinculada de cualquier designio divino o de cualquier fatum cósmico. El antropólogo francés René Girard escribió páginas memorables al respecto en Acabar a Clausewitz, uno de sus últimos libros, publicado poco antes de morir. Es interesante releerlo en estos momentos, porque parece escrito para nuestra época.

Escucho Doctor Atomic (¡qué hermosa aria Batter my heart!), mientras una carta del presidente del Gobierno abre en canal la política española y marca un final y un principio. Nada ha cambiado en el poder: ni sus figuras principales, ni las querencias de las partes enfrentadas, ni el escepticismo creciente con el que Europa ha empezado a observar los movimientos de Pedro Sánchez, ni la agitada desesperanza en lo que podríamos denominar la España no partidista. Nada ha cambiado y, sin embargo, nada volverá a ser igual. En parte, esta fue su intención al convertir, durante estos días, el ejercicio del poder en un vodevil. Se ha escrito mucho –y bien– sobre la gramática populista de su última misiva, tan divisoria como el corazón de la política actual. En España, nadie ha entendido mejor este nuevo latido que un trío de actores: el propio Pedro Sánchez, el prófugo Carles Puigdemont y la presidenta de la Comunidad de Madrid Isabel Díaz Ayuso. No parece, al menos por ahora, que esto vaya a variar. Más bien al contrario: los cinco días de abril acentuarán el protagonismo de estas tres figuras.

Cinco días de abril, una carta, una falsa dimisión y muchas, demasiadas, cosas que no sabemos. Quizás dentro de unos años salgan a la luz. Se trata, en todo caso, de un guión apto para una plataforma televisiva, incluyendo sus pinceladas de banalidad. Las manifestaciones en la calle, las declaraciones de políticos y periodistas, el hervidero de rumores en un sentido o en otro, el uso de una retórica lacrimógena característica de la democracia sentimental, el victimismo y la ira: todo ello dibuja un escenario cada vez más próximo a los nuevos modos del populismo posmoderno. Seguramente, el primer beneficiado será Salvador Illa en las próximas elecciones catalanas, ya que Sánchez ha logrado mover el debate desde el eje previsto por Junts hasta el frentismo contra la derecha y la ultraderecha. Pero son muchos más los puentes que se han volado durante estos días. ¿Por qué ahora? No lo sabemos y sólo cabe plantear hipótesis. Su valor, sin embargo, es relativo y aportan poco sin una mayor perspectiva. Tiempo habrá para analizarlas. Más vale hoy centrarse en lo evidente: pensar en una dimisión del presidente suponía olvidar el carácter del personaje que se ha ido labrando con los años. En la política moderna priman los relatos. Y, en el relato de Pedro Sánchez, caben –y de qué modo– las sorpresas o los golpes de efecto; pero no las renuncias ni el derrotismo.

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