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Sangre cofrade en una corona

Desde hace 23 años, Ramón Gómez busca y entrelaza las ramas y para la corona del Cristo de la Buena Muerte

Sangre cofrade en una coronaCarlos Criado

Cuando mañana, como cada Sábado de Pasión durante la primera guardia legionaria, el Cristo de la Buena Muerte reciba la corona que llevará en su procesión del Jueves Santo, la imagen no sufrirá ningún daño, pero las manos que la entrelazaron descansarán, algo doloridas, después de esta labor que se repite por devoción y por tradición. Sangre cofrade en las espinas. La del congregante Ramón Gómez Ravassa, que lleva a cabo esta honrosa misión desde 1988.

Una carrera de dos décadas

Después de 23 años y de muchos pinchazos, sigue encargándose de buscar las macetas de espinas de Cristo, que así se llama esta planta que produce pequeñas flores rojas. Su nombre científico es Paliurus Spina-christi y es originaria de las tierras que se extienden desde el sur de Europa hasta la parte occidental del continente asiático. Recibe esa denominación, precisamente, porque se cree que la corona de espinas de Cristo se realizó con esta planta.

Gómez Ravassa usa estas ramas para confeccionar artesanalmente el aro de 27 centímetros de diámetro que coronará la cabeza inerte del Señor. «Este año son de un patio de El Perchel que vi en el concurso que se celebra cada mes de mayo en este barrio y en el de la Trinidad. Le dije a la dueña que me cuidara la planta y le conté su destino. No pudo ponerse más contenta», recuerda.

Pero Ramón tiene repartidas macetas por media Málaga. Hay que tener mucho cuidado. La planta produce una savia muy pegajosa y corrosiva, que podría perjudicar a la imagen. «Por eso hay que cortar las ramas con cierta antelación, para que se sequen bien». Luego llega el proceso más difícil: entrelazar las ramas a mano, ayudado de unos alicates y unas tijeras, y probar la corona una y otra vez, hasta que quede perfecta. «Suelo hacer cada año dos y al Cristo se le impone la que más nos gusta. La elegimos entre varios congregantes, pero cuando estoy haciendo la corona, estoy yo solo con el Crucificado en la capilla de Santo Domingo», relata.

Después de 23 años, Ramón espera que algún cofrade joven aprenda a confeccionar la corona de espinas y tome el relevo. «Pero nadie quiere aprender... se pincha uno mucho», se resigna.

Fue precisamente él quien hace 23 años recuperó esta tradición antigua, cuando Vicente Pineda era hermano mayor de la congregación. «Yo lo recordaba y se lo hice saber al hermano mayor, que me propuso que fuera yo mismo quien me encargara cada año de hacer la corona, aunque nunca había hecho nada parecido en mi vida», recuerda. «La tengo que dejar completamente lisa por la parte interior, para que no arañe la policromía del Cristo y si no le paso la mano mil veces no se la paso ninguna», asegura.

«Mi obligación es hacer todo lo contrario a lo que pasó en el pretorio hace casi dos mil años: que el Cristo no sufra para nada, por eso tengo tanto cuidado. Pero en el fondo, hacer la corona de espinas es duro, aunque es una operación que hago con mucho cariño y dedicación», concluye.

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