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Vestidores

Pasado y presente del oficio de vestir a la Virgen

La evolución estética de las Dolorosas ha sido intensa, en especial en el siglo XX. Málaga ha sabido desarrollar una amplia base de vestidores innovadores

«En las imágenes creadas para ser vestidas, el atuendo debe limitarse a completar la obra del imaginero siguiendo su traza, sin desvirtuar su estilo ni tratar de competir con él, sino intentando en todo momento poner en valor toda la personalidad que le confirió su autor» (Luis Becerra).

Sirvan estas palabras para introducir el tema objeto de este artículo para ello es necesario partir de la idea fundamental de que vestir las imágenes de María Santísima es una tarea primordial a la hora de calibrar todas las potencialidades artísticas, expresivas y devocionales de la talla, para ello se hace necesario que la tarea del artista-vestidor conjugue el manejo de tules, mantillas, encajes o rasos con la hechura dolorosa sin querer sobresalir ni destacar por encima de ella.

Antecedentes

Recientes estudios han sacado a la luz el papel que la talla de la Virgen de los Reyes, patrona de Sevilla y su archidiócesis, ha tenido en el comienzo del fenómeno de las imágenes vestideras, al encontrarnos ante una escultura del siglo XIII concebida ex profeso para ser vestida y con ello disimular su condición de imagen autómata.

De esa manera, la Virgen llegó a ser adornada a lo largo de los siglos dependiendo de las modas imperantes, logrando calar en el imaginario colectivo de los fieles con tal preeminencia que durante la época barroca muchas de las imágenes marianas de talla fueron sobrevestidas, caso de nuestra patrona Santa María de la Victoria, la cual pudo conservar sus exquisita conformación primitiva, no como así sucedió con muchos otras que fueron torpemente mutiladas para facilitar la adaptación de los ampulosos ropajes de tipo cortesano.

El canon de la vestimenta de una dolorosa tiene una estrecha relación con las ornatos de la realeza, el caso del encargo de la reina Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II, al imaginero jiennense Gaspar Becerra de una dolorosa «de candelero», inspirada en una Virgen de la Soledad pintada en un cuadro que poseía y que fue con posterioridad cubierta con el traje de la condesa viuda de Ureña, camarera mayor de la Reina. Esto marcó el inicio de concebir a las dolorosas vestidas de riguroso luto y cubierta su testa con una toca de inspiración monjil. Un corazón traspasado por una daga en alusión a la profecía de Simeón y una diadema o halo de plata resumían el aditamento de tan austera representación, que en la actualidad podemos seguir rememorando en parte en el caso de la Virgen de los Dolores de Servitas.

En la zona occidental de Andalucía se solían colocar sayas blancas y una estola con el objeto de presentar a María como sacerdotisa oferente del sacrificio de Cristo. Este caso en Málaga parece que tuvo menos incidencia. También es significativo en algunas imágenes la colocación del rostrillo de orfebrería circundando el óvalo del rostro, tal y como hoy podemos seguir contemplando en los casos de la Virgen de los Dolores de Córdoba o el Rocío de Almonte.

En un inventario de la Cofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno del Paso datado en 1645, nos relata cómo la Virgen de la Esperanza poseía entre sus atuendos «un manto azul con estrellas» y otro «... blanco con puntas de oro», así como «una media saya verde bordada», lo que nos da una idea de los colores utilizados, aunque el negro siguiera siendo con diferencia el preponderante.

La revolución de Rodríguez Ojeda

Con este panorama de dolorosas enlutadas cubiertas por mantos, exentos de amplitud volumétrica, de manos entrelazadas sobre el pecho y exhibiendo escuetos tocados, llegaremos a los comienzos del siglo XX. Es en ese momento cuando se hace patente la influencia ejercida desde Sevilla por el afamado diseñador Juan Manuel Rodríguez Ojeda, a partir del atuendo de la universal Esperanza Macarena y que calará en nuestra ciudad de manos de su imagen homónima del barrio del Perchel, la cual a mediados de los años veinte se nos presentará vistiendo saya blanca bordada, manto verde, tocado de tul con pecherín ricamente enjoyado, toca de malla y corona claramente inspirada en la diseñada por Ojeda para la Señora de San Gil.

La revolución de Juan Manuel conllevó la adopción del color en los tejidos, la amplitud de los mantos por medio una estructura metálica denominada pollero y su recogido en la cintura, dejando al descubierto los brazos, así como el realce del rostro de la imagen mediante tocados de tul plenos de soltura e inspirados en los modelos marianos de las pinturas de Velázquez y Murillo.

El resto de las cofradías adopta a finales de esta década, calificada como prodigiosa en el resurgir del fenómeno cofrade, las iniciativas de la sagrada titular de la Archicofradía del Paso, siendo la Virgen de Consolación y Lágrimas la que cierre este proceso renovador con el estreno de su trono de Luis de Vicente.

La etapa de posguerra supuso una involución debido a la carestía de medios propiciada por la perdida patrimonial. Esto supuso que las dolorosas saliesen en procesión con sencillas prendas desprovistas de bordados, las cabezas tocadas con mantilla dejando al descubierto el pelo y luciendo simples y toscos halos. Tiene lugar en este periodo la creación o consolidación de los tres estilos que podemos catalogar como genuinos de nuestra ciudad, el de la Virgen del Rocío, con su peculiar estética que le ha propiciado el sobrenombre de la Novia de Málaga; la Virgen de la Soledad de Mena, con su personal toca blanca que se extiende por encima del manto; y la anteriormente citada Dolorosa de Servitas, con su severidad que invita al recogimiento y a la oración.

Precedentes actuales

En la década de los cincuenta surge la figura del aloreño Rafael Alfonso García–Hidalgo, polifacético artista, representante del taller de Seco Velasco y comerciante de antigüedades –de sus transacciones salió la venta de la Virgen de la Amargura–, que siguiendo la estética hispalense supo hacer evidentes y originales aportaciones como el reivindicado por Lola Carrera pecherín de bullones, que consistía en pequeños pellizcos realizados en la mantilla. Los rostros enmarcados de forma rectangular dieron notable prestancia a la imágenes que engalanaba caso de los Dolores (Expiración), Consolación y Lágrimas, Amor Doloroso y Estrella. Seguidores de su estilo fueron Enrique Ortiz, Sebastián Campos o José García este último activo hasta hace un par de años con la Virgen de la Caridad.

En los años 60 cobran especial protagonismo las figuras del diseñador Juan Cassielles del Nido y Manuel Gámez López, el primero consagra el estilo de la Amargura sevillana, a base de mantillas, en la imagen de la Virgen de las Penas o la Paz, el segundo impregnado de las nuevas tendencias hispalenses de los hermanos Garduño, Fernando Morillo o Antonio Fernández, logrará implantar el típico pellizco en la frente de la Macarena, la mantilla de blondas y el recogido de los mantos de los que surgen armoniosos pliegues. El canónigo de nuestra basílica, jubilado de estos menesteres, vistió por primera vez de hebrea a la Virgen del Monte Calvario, indumentaria que trasladó a la Virgen de la Paloma, creando una peculiar impronta a esta dolorosa que recordamos cuando residía en su antiguo templo de San Juan.

También trasladó la costumbre de la baja Andalucía de cambiar a las imágenes dependiendo de la época litúrgica: hebrea en Cuaresma, blanco en Pascua, negro en el mes de los difuntos, celeste para la Inmaculada...

La década de los 70 nos depara en el tema analizado la irrupción de tres puntales que han sentado las bases de las generaciones venideras: Juan Rosén, Manuel Mendoza y José Miguel Moreno. Con sus habilidades artísticas que aún ejercen, han logrado transmitir una impronta peculiar a un gran número de dolorosas de la capital y la provincia.

Coetáneos a estos artífices siguen demostrando su pericia y buen gusto a la hora de mostrar la realeza de María, Rafael de las Peñas con sus delicados y elegantes tocados en los Dolores de San Juan; Jesús Castellanos en Dolores del Puente con una estética muy apropiada al estilo antequerano de su trono procesional; o Jesús Frías con su naturalidad y soltura con la dolorosa del Amor de El Rico; añorando las propuestas de Pepe Gallego en el Amparo o Angustias; y Juan Carlos Manjón en el Patrocinio, junto a la dedicación del desaparecido Rafael Gómez de la Pastora en la Trinidad o Gran Perdón. Mención digna de reseñar sería el caso de Pepe Soler, que ha logrado redescubrir en este último trienio a la Virgen de la Merced, amén de su indiscutible valoración del gusto por los aderezos y atavíos antiguos, que lleva a su máxima expresión con la Virgen de los Remedios de la parroquia de los Mártires.

Situación actual

Una nueva promoción de vestidores se revela con auge en los 80. Nombres como Pedro Damián Jiménez, ya inactivo; Juan José Torres, hasta el año pasado vestidor durante 27 años de los Dolores de la Expiración y actual del Amor Doloroso, y Joaquín Salcedo en la Trinidad y recientemente en Viñeros o en Santa Cruz, esta última mostrada de forma novedosa en la pasada Semana Santa, se han significado por implantar a un gran número de dolorosas unos estilos muy peculiares que han gozado de gran predicamento entre los cofrades, en una época donde se interactúan los estilos existentes con otros menos conocidos en estos lares, que logran consagrarse como el celebre tocado tipo mortaja en la Soledad del Sepulcro.

Las últimas incorporaciones de Alejandro Guerrero, discípulo de Manuel Mendoza en la Estrella, Zamarrilla y Viñeros (hasta el pasado año), hacen perdurar la estela del maestro en una línea continuista, bien vista entre los que gustan del tradicional arreglo. Caso opuesto es Guillermo Briales continuador de la estela del Padre Gámez, ufanándose en la búsqueda de propuestas de corte «innovador» en la dolorosa del Monte Calvario, Fe y Consuelo o en la Virgen de Gracia y Esperanza.

También destaca una larga nómina de jóvenes vestidores que han entrado con fuerza, como Curro Claros en el Rocío, donde ha conseguido suplantar la idea primigenia de esta imagen para adaptarla a las tendencias de estirpe sevillana; Alicia Vallejo en el Rosario; Javier Nieto en la Paz, sin duda una de las grandes revelaciones; Juan Francisco Leiva en la Esperanza, que ha conseguido evocarnos pasadas etapas de esplendor; Juan Manuel Sánchez, en Descendimiento; Antonio Moreno en la Soledad del Sepulcro, dando una interpretación alejada de los encasillados tocados de tela; David Anaya en el Amparo y Caridad; José Manuel Molina en Salesianos y Consolación; o Ignacio Moscoso en Mediadora, con una línea impregnada de empaque y distinción.

El reputado vestidor hispalense José Antonio Grande de León se ha hecho un hueco en Málaga con la dolorosa de la Misericordia, de la parroquia de los Mártires, donde ha dado muestras del dominio y destreza que le son innatas, algo también inherente al granadino Álvaro Abril con la Virgen del Carmen Coronada.

Como conclusión observamos cómo este oficio de vestidor requiere de grandes nociones artísticas que en algunas poblaciones andaluzas suelen ser remuneradas, dándose el caso de un elevado número de imágenes vestidas por una misma persona, caso singular es el del cofrade cordobés Antonio Villar, que se encarga de vestir a más de cien dolorosas a lo largo de toda la geografía española.

El presente y futuro se debate entre el mantenimiento de los cánones o el deseo de nuevas propuestas que pueden llevar a una cierta frialdad y perfeccionismo que rocen el escaparatismo. Para que una Virgen esté bien vestida no tiene por qué tener los pliegues milimétricos en el manto u ocho metros de encaje en el tocado. En la imperfección, lógica al tratarse de una obra humana, y en la sencillez sin artificios, hallaremos fantásticas muestras de arte y buen gusto que sirvan para proclamar la dignidad regia de María Santísima, tal y como el pueblo andaluz lleva siglos manifestando, anticipándose a las disposiciones pontificias.

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