Síguenos en redes sociales:

En el último tramo

Pompa y simulacro

Con la llegada de la Cuaresma asistimos a una de las grandes transformaciones que experimentan los templos y capillas de la ciudad en los albores de la Semana Santa: la metamorfosis de los espacios, reconvertidos en alegóricos altares efímeros; el momento de la celebración de los cultos consagrados a los titulares de cada hermandad. Una tarea que absorbe largas horas de los albaceas, que cubren retablos y levantan estructuras, cada vez más complejas, cuajadas de cera cruzada bajo doseles, peanas y blandones, en una arquitectura en ocasiones digna de verdadero asombro; otras veces, no tanto. De un tiempo a esta parte, parece que los cofrades hayan echado la mirada atrás, contemplándose en otra época para rescatar la suntuosidad que durante tantas décadas anduvo olvidada. También queda claro que la amplitud de horizontes y el paulatino destierro de clichés y prejuicios van dando sus frutos. Los altares de cultos se extienden, poco a poco, enarbolándose con mayor sentido, belleza y proporción. Tanto, que la brecha que separa la virtud del esperpento se ensancha, imparable, como una medida verdaderamente definida de lo que debe y no debe ser. Sin embargo, todo lo dicho hasta el momento resulta accesorio. No diremos que no vale nada -¡acabáramos!-, pues todo el aparato estético cumple una función crucial, pero corre el riesgo de quedarse vacío, pese a su belleza, si no se llena de espíritu. ¿Qué quiere decir esto? Que están los enseres, pero faltan las personas, sin referimos a la desproporción que existe entre el número de hermanos de una cofradía y los fieles que asisten a sus cultos, sino a la falta de una vivencia verdadera. El interior de la persona, complejísima cuestión. El interior del cofrade, ni te cuento. Pero volvemos a lo de siempre: la falta de formación. Empezando por la liturgia, el rito y sus participantes. La explicación del ejercicio y las preces que se rezan. La definición de los cultos, compensando en la celebración el protagonismo dado a lo decorativo. En definitiva, la conversión de los cofrades como auténticos integrantes de un culto, en lugar de meros asistentes comprometidos con la agenda de su hermandad.

Pulsa para ver más contenido para ti