Miércoles Santo

Salesianos: un colegio nazareno que abre caminos en su penitencia

Los cofrades de Don Bosco, siempre alegres en la seriedad de quien se reviste el hábito y se cubre, imparten una nueva lección penitencial desde Capuchinos en su camino hasta la Catedral, gritando a los cuatro vientos su fe sin necesidad de musitar palabra alguna - “Ved, rezad y creed”, pidió el director espiritual de la corporación, Pedro Ruz, en la misa de nazarenos en el Santuario

Ignacio A. Castillo

Ignacio A. Castillo

Hacer referencia a los Salesianos en Málaga, supone, de forma obligatoria, recordar a tantas y tantas miles de personas que han recibido educación gracias a este colegio. Formación que les sirvió, además, para abandonar la pobreza a la que parecían destinados. Profesional y espiritual. Pero, sin duda también evoca a la cofradía que cada Miércoles Santo se echa a andar desde el Santuario capuchinero de María Auxiliadora para ir a hacer estación de penitencia en la Catedral y que se convierte en el espejo límpido en el que la ciudad pone sus ojos y ve en él reflejada la gran obra de Don Bosco. Porque cuando el Cristo de las Penas sale a la calle, es un colegio entero el que, con Él, sale también.

Cada año, los centros que forman parte de la Inspectoría de María Auxiliadora articulan el curso académico en torno a un lema. En esta ocasión, los Salesianos de España se han puesto de acuerdo para poner en marcha una campaña pastoral común con el título de ‘Abrimos caminos’. El Papa Francisco, prácticamente desde el inicio de su pontificado, ya animaba a acudir a las periferias. La función que por estatutos tienen las cofradías no pueden ajustarse mejor a esta expresión del Santo Padre, porque nunca están paradas. Porque siguen adelante. Y en el caso de los Salesianos, abren caminos orando tras el antifaz que les iguala en el anonimato, pero con una personalidad tan arrolladora que les impele a gritar su fe, aunque sin necesidad de musitar palabra alguna. Porque no hace falta. Sale el enlutado cortejo de hermanos que comparten una reflexión que se extiende por la ciudad toda en una aleación de felicidad colegial y de sentido del deber tan propio de Don Bosco.

Es una procesión escolar, pero no de vísperas, sino que se celebra en el ecuador de la Semana Santa, cuando la penitencia y el rigor se imponen ante la tragedia padecida en el Calvario. Y en esa cima se concentra todo el Amor de Cristo. Tanto, que por amor ahora sufre martirio, soporta angustia y Penas en su cruz, y justo antes de derrochar su vida en un postrero hálito, con serenidad y aplomo, concede la más valiosa herencia que sus hijos pueden recibir: una Madre perfecta y celestial. La luz en la noche del mundo. La cómplice de los secretos más íntimos. La que nos puede siempre y nos ampara siempre. Ella es Madre Auxiliadora en la Gloria y Auxilio en la Pasión.

Salida de Salesianos desde su casa hermandad en Capuchinos

Ignacio A. Castillo

Antes tuvo lugar la misa de nazarenos. Al patio del colegio iban llegando poco a poco los participantes de la comitiva, muchos perfectamente ataviados con su hábito completo, capirote incluido, desde casa. La eucaristía fue muy breve, pero también muy emocionante. La asistencia al sacrificio eucarístico, masiva. Los nervios, inevitables también en los responsables de la comitiva. El director espiritual de la hermandad, Pedro Ruz, que estuvo auxiliado por otros tres curas salesianos, pidió a los cofrades “ved, rezad y creed”, en la estación.

Al sol hacía calor, pero la brisa invitaba a pensar en una noche fresca, que iban a agradecer seguramente los nazarenos más que el público de las aceras en un Miércoles Santo que pone a prueba ante propios y extraños la particular idiosincrasia y forma de ser de Málaga. Y ésta es tan peculiar, tan llamativa y tan severa a la vez. Y en esta cátedra que se imparte en Capuchinos con la familia salesiana se muestra, año tras año, que el silencio puede ser más estridente que el más alto de los gritos. Que la sobriedad también llama la atención, que convoca, que seduce y crea atracción. Que el negro, el esparto y el tergal son un mensaje directo a esos cinco sentidos de los que se nutre la celebración.

Se abrieron las puertas del Santuario y comenzaron a salir los nazarenos que se estrenan de capirote, convencidos, como los más mayores, de cuál es su función. Capaces de no pedir la merienda en toda la tarde. Plantándose en la calle para, sin vergüenza, en una sociedad descreída que lo pone cada vez más difícil, presumir de fe, dejar huella, al estilo de Cristo. Abriendo caminos. Siempre. Asumiendo que de la muerte del Señor de las Penas, nace la vida. Nace la fe. Abriendo caminos también al sentir que Cristo les renace por dentro para que madure en su cruz el Miércoles Santo y poder recoger su fruto en el cirio luminoso de la Vigilia Pascual.

El testamento de Cristo

Cristo ya respira con dificultad. Su pecho se le dilata con cada nueva exhalación. En su cabeza, la corona de zarzas martillea sus heridas. El corazón late acelerado, rápido, con vehemencia, como si se le fuera a salir por la boca. En realidad, es una muestra más de amor lo que está a punto verbalizar en su Tercera Palabra en la cruz. La fiebre le quema el cuerpo que se mantiene en una conjugación de líneas oblicuas sujeto al madero con tres hierros, aquel cuerpo que tantas veces ha sufrido a fuerza de contener un alma demasiado grande y que ahora es una hoguera de sufrimiento en la que se purifican, a la vez, todos los dolores del mundo. Pero aún así, deja su testamento: "He ahí tu Madre".

Tras los primeros toques de campana que este cronista tuvo el inmenso honor de dar, como pregonero del XXXIV Pregón del Santo Cristo de las Penas de esta pasada Cuaresma, el trono comenzó a salir de la casa hermandad para incorporarse tras el acolitado. La banda de cornetas y tambores del Cautivo, de inconfundible fajín cardenal, tan vinculada con la corporación, comenzó a con su recital de este Miércoles Santo atacando 'Inde Gloria Mea' y ‘El Enviado de Dios’ para la maniobra y embocar Eduardo Domínguez Ávila.

Sobre el trono, el misterio del Ecce Mater malacitano, con las tres Marías como notarias mayores que dan fe del legado emitido por Cristo, sobre monte de corcho y friso de flores variadas en color rojo, morado y malva. Como es tradición, a los pies de la Santísima Virgen iban orquídeas blancas como símbolo de su pureza y debajo del Cristo, las rosas que nacen por su sangre derramada. En la trasera del trono, el ángel Pablo portaba en sus manos un alfiletero en homenaje a las camareras de la Virgen.