­La NASA contabiliza 21 mundos fuera del sistema solar que orbitan con respecto a sus correspondientes estrellas en una franja donde la vida es posible. ¿Qué nos vamos a encontrar? Si es que encontramos algo, claro. Sobre esta pregunta, y otras muchas relacionadas con ese misterio que es la vida, sabe mucho Carlos Briones, bioquímico y biólogo molecular, responsable del laboratorio de evolución celular del Centro de Astrobiología español, asociado a la NASA Astrobiology Institute. Briones es de los mejores divulgadores científicos de este país. Así ve la Vida, con mayúsculas.

Primero, ¿qué es la vida?

«En los últimos 150 años ha habido muchos físicos, químicos, biólogos, informáticos o filósofos que se han hecho esa pregunta. La definición que más nos gusta hoy la acuñó el bioquímico Gerald C. Joyce, del Instituto de Astrobiología de la NASA. Dice: un ser vivo es un sistema químico automantenido que evoluciona como consecuencia de su interacción con el medio. Es una definición operativa que nos va muy bien cuando queremos preguntarnos cómo empezó la vida o cuando queremos preguntarnos qué tipo de sistemas estamos buscando en Marte o en Europa, el satélite de Júpiter. Si lo que encontramos se parece a esta definición podremos decir que son seres vivos. Pero en ciencia no existen definiciones perfectas, hay zonas de grises, zonas que no son vivas ni no vivas. Por ejemplo, los virus. ¿Están vivos o no están vivos? Lo estarían teniendo en cuenta que se replican y hacen copias de sí mismos, pero no lo estarían en cuanto al metabolismo, no tienen un metabolismo independiente».

La chispa de la vida

«Aún no tenemos respuestas a cantidad de preguntas. Una de ellas es cómo empezó la vida, qué procesos se produjeron para que a partir de las moléculas que podía haber hace 3.800 millones de años aparecieran las primeras células. Nos vamos acercando. Hay una línea de investigación, la biología sintética, que pretende reproducir en el laboratorio esos procesos. Desconocemos cuál fue la chispa de la vida. Otra gran pregunta sin responder es si la vida empezó en nuestro planeta o fuera. Si llegaron aquí sistemas vivos a bordo de meteoritos o de núcleos de cometas. De esta pregunta se abren distintas subpreguntas. Si se originó fuera, ¿aquí llegaron sistemas plenamente vivos o llegaron una serie de moléculas que se mezclaron con moléculas de aquí e hicieron una sopa lo suficientemente compleja como para que surgiera la vida?».

Azar o necesidad

«Y hay una pregunta de gran calado filosófico: ¿fue por azar o por necesidad? El biólogo Jaques Monod escribió a mediados del siglo XX que la vida en la Tierra y, por tanto, que existamos nosotros, fue fruto de una serie de casualidades tremendas que podían no haberse producido. Decía que tuvimos mucha suerte en el Casino de Montecarlo. Otros científicos como Robert Shapiro opinan lo contrario. Dicen que si sólo fuera fruto del azar no habría habido tiempo suficiente para que nos origináramos. Porque las posibilidades de esa ruleta son enormes. Shapiro opina que quizá haya una cierta tendencia en las moléculas a generar sistemas cada vez más complejos que acaban dando sistemas autorreplicativos, seres vivos. Si somos frutos de un azar tremendo, sólo habría vida aquí y estaríamos solos en el universo. Si, por contra, somos fruto de la necesidad, la vida es una cosa relativamente fácil porque cuando a la química le das las opciones genera vida. Entonces en todos los lugares del cosmos donde las condiciones físico- químicas lo permitan quizá haya vida».

Extraterrestres, ¿cómo?

«Creo que realmente ni la Vía Láctea, ni nuestra estrella ni nuestro planeta son nada especial. No somos el mejor lugar posible para que surja la vida. Somos uno de los millones de lugares posibles que hay en el cosmos, miles de millones. Quizá haya uno seguido de 22 ceros de planetas distintos en el universo. Imagine la cantidad ingente de posibilidades de que haya habido evoluciones químicas parecidas a las que tenemos aquí. Puede haber vida en muchos lugares, pero tengo mucha menos convicción de que pueda haber vida parecida a la nuestra, a los humanos. La concepción que tenemos de los extraterrestres es muy antropocéntrica. Observamos la evolución desde nuestro punto de vista que, por una parte, es privilegiado, porque nuestro cerebro nos permite mirar al resto de la naturaleza con cierta superioridad. Pero desde el punto de vista biológico, no estamos en la cima de una pirámide evolutiva. No existe tal cosa. Estamos al final de una de las ramas del árbol de la vida. Nuestra especie es perfectamente prescindible dentro de la historia de la vida. Llevamos muy poco tiempo. ¿Entonces por qué esa fijación en buscar vida inteligente o en imaginarnos hombrecillos que siempre son humanoides, siempre son más pequeños, más verdes y más feos que nosotros? Ése es un producto de la ciencia ficción. Yo me imagino que si encontramos vida fuera, pueda ser vida microbiana. Serán soluciones parecidas a las que son mayoritarias en la biosfera actual. Casi todo lo que hay en este planeta son microorganismos. Le doy mucha menos plausibilidad a que se hayan producido tantas casualidades como para que se genere una inteligencia parecida a la nuestra y reconocible por la nuestra. Además, para reconocer una civilización con la que podamos interactuar tenemos que haber coincidido en el tiempo y haber apuntado nuestras antenas hacia ellos. Esto hace todavía menos probable el contacto».

¿Contacto?

«No tenemos ni idea de hacia dónde podría haber evolucionado esa inteligencia compleja extraterrestre. La posibilidad de comunicarnos con ellos, aunque exista, no sabremos cómo podía ser. Estamos muy lastrados con la ciencia ficción. No debemos dejarnos llevar por películas como Contact. Hoy en día los planteamientos científicos serios no van en busca de vida inteligente, van en busca de vida. Si fuéramos en busca de vida inteligente, tendríamos que empezar a hacernos preguntas como ¿hasta dónde consideramos que empieza a ser inteligente un sistema?, ¿dónde empieza?, ¿cómo se define?».

Un toque de atención

Tras este viaje estelar en pos de vida extraterrestre, volvemos a casa. ¿Cuánto sabemos de nuestra propia vida? ¿Qué nos queda por saber? ¿Hasta qué punto podemos llegar a modificarla? Habla Briones: «En esta época tecnológica en la que parece que todo es posible, seguimos sabiendo muy poco de cómo funcionamos. Hay muchas enfermedades que asolan nuestra especie y no tienen solución. Vivimos cada vez más años y eso va generando más prevalencia de cáncer y más enfermedades neurodegenerativas. Además de alargar la vida, tenemos que ensanchar la vida. Mejorar las condiciones de vida. Eso requiere mucha investigación básica y mucha investigación aplicada. Y eso es un toque de atención a nuestros gobernantes: si no inviertes en ciencias, no vas tener respuestas para lo que permite mejorar tu calidad de vida».

¿Matar a la muerte?

«Tenemos una especie de contadores al final de nuestros cromosomas, los telómeros. Cada vez que hay una división celular cuentan. Tenemos equis y cuando llegamos a esa equis, nos morimos. ¿Se podría tunear ese contador de vueltas de forma que pudiéramos vivir 150 años o 300? ¿Dónde está el límite? Y más preguntas: ¿si no muriéramos o si viviéramos 500 años cuál sería la población del mundo? ¿Y todos tendríamos acceso a eso o sólo las élites más acomodadas? Podría haber dos subespecies, y esto ya es ciencia ficción total: los ricos que viven 500 años y los pobres que siguen viviendo 70. No sabemos cómo vamos a ser dentro de cien años. La ciencia adelanta muchísimo y las posibilidades tecnológicas y de mejora de la salud son gigantescas, afortunadamente. Pero eso nos puede llevar a la aparición de unos pocos seres humanos que viven muchísimo más que el resto porque se lo pueden permitir y pueden acceder a tecnologías como la de contar con clones propios para reponer órganos dañados. Hoy hay límites éticos que lo están impidiendo, pero vaya usted a saber».

Ya fuimos inmortales

Si llegamos a la inmortalidad sería, según advierte Briones, la segunda vez que ese estado biológico se instala sobre este planeta. «Cuando aparecemos los organismo multicelulares y la evolución ligada al sexo, aparece la muerte. El origen de la vida se produjo hace más o menos 3.800 millones de años y el origen de la muerte se produjo hace más o menos 1.000 millones de años. Hay un lapso de tiempo gigantesco, la mitad de la historia de este planeta, en el que se vivía y no se moría, simplificando mucho. Imaginemos los primeros organismos vivos, las bacterias. El contenido intracelular de una bacteria crece y cuando todo está más o menos duplicado se divide y de esas dos bacteria salen cuatro y de ésas salen dieciséis... Ahí no hay ni una madre ni una hija. Cuando nacen son las dos igual de jóvenes. No hay envejecimiento y no hay, en principio, muerte. Salvo que falten nutrientes en el medio o que haya alguna catástrofe ecológica. No hay nada dentro de esa forma de vida que conlleve la muerte.

Muchísimo más tarde, 2.800 millones de años más tarde, en una de las ramas del árbol de la vida, dentro del rango de los eucariotas, aparecen los organismos multicelulares. Se prueban una serie de posibilidades y algunos seres vivos comprueban que pueden agruparse distintas células y funcionar mejor que en células aisladas. Y al irse agrupando esas células empieza a haber una especialización de funciones. Y eso va asociado a la reproducción sexual. Hay una nueva forma de reproducirse: no se trata de una célula que se divide en dos sin más, sino que en uno de esos organismo multicelulares una de las células se mezcla con otra de las células de otro organismo. Sería el equivalente a nuestro espermatozoide y a nuestros óvulos. Ese tipo de reproducción sexual, que es nuevo en la historia de la vida, conlleva que el resto del organismo ya no sirva. Usted y yo hemos tenido sentido porque teníamos espermatozoides que habremos pasado o no a la progenie. El resto de nosotros es un contenedor. En el momento en que aparece la multicelularidad y la reproducción sexual es cuando aparece la muerte.