Una escuela de Barcelona retira de su biblioteca 200 cuentos clásicos por considerarlos «tóxicos» al localizar patrones «sexistas» en mundos donde el príncipe siempre rescata a la princesa; el poder de valentía masculino se impone al femenino; hay un protagonismo masculino dominante sobre el femenino; o bien la representación de la maldad se asocia en lo femenino a través de reinas malvadas, madrastras crueles, hermanastras envidiosas o brujas maliciosas.

Sin embargo, el debate es mucho más complejo de lo que encierra esta idea ya que, expertos de diversos sectores (biblioteca, investigación, docencia y feminismo) coinciden o discrepan en un contexto que sirve distintas preguntas: ¿Exageramos con la retirada en la biblioteca de todos estos clásicos de la literatura como La Bella durmiente puesto que es imposible leer con ojos del siglo XXI relatos tradicionales? ¿O es necesario que los niños lean todo tipo de historias para, a partir de estos elemetos, formar pensamientos críticos?

Arantxa Martín-Martín, profesora e investigadora en Literatura infantil y juvenil en la Facultad de Educación de la Universidad de Alicante, y docente del IES Misteri d'Elx, indica en este sentido que «exageramos sin duda» con la retirada de estos clásicos literarios por cuestiones de género ya que «cuando realizamos una lectura no perseguimos 'leer con ojos del siglo XXI'; solo perseguimos un objetivo: el placer de leer, de escuchar, ese relato. Especialmente ocurre esto en el caso de los niños y niñas. Ese momento que comienza con Érase una vez€ es mágico. Esas tres palabras nos sitúan en el plano de la ficción y ya solo buscamos disfrutar de la historia. Como decía Eduardo Galeano somos seres narrativos; siempre nos ha gustado que nos lean historias y estamos continuamente en busca de ellas».

Y agrega de forma tajante que «la noticia de que la AMPA de un colegio haya retirado 200 títulos merece una respuesta clara: en nuestros días no debe existir ningún tipo de censura, sea del tipo que sea, sin adjetivos. Y muchísimo menos en la escuela. Son precisamente nuestros ojos y pensamiento del siglo XXI los que deben obligarnos a rechazarlas. La literatura y la educación literaria son de suma importancia, y la decisión de lo que es canon literario, de lo que es buena literatura, corresponde a los especialistas. Desconozco si la AMPA de este colegio estaba asesorada, pero lo correcto posiblemente es que las cuestiones literarias sean dirimidas por los expertos a quienes competen. En los centros escolares contamos con personas a quienes no son ajenas estas cuestiones: profesorado en general y de literatura en particular; además de tener siempre la ayuda de bibliotecas municipales, universidad, etc.».

Sin embargo, decíamos, el prisma cambia sustancialmente según la fuente consultada ante el enmarañado debate. De esta forma, Elena Afrodita Ruiz, historiadora y activista de la Plataforma Feminista de Alicante, señala sin ambages que la retirada de clásicos de la literatura en las bibliotecas no es en absoluto una medida desproporcionada.

«No es exagerado retirar fábulas que reproducen estereotipos de género sino democrático, porque hay que alimentar y cuidar el compromiso con la igualdad como valor superior de la Constitución. Para ello, toda célula de nuestra sociedad debe someter a crítica toda herencia cultural que suscite miedos a las mujeres, mitos de complementariedad, dicotomías entre mujeres y hombres, indefensión de una dama a expensas de ser rescatada por un apuesto príncipe... en definitiva, roles que alimentan todo un sistema de relaciones desiguales de poder entre mujeres y hombres», comenta.

Alicia Cerdá, responsable del Archivo y Biblioteca, afirma por su parte que esta lectura de los clásicos es fundamental en los más pequeños, por sus valores y simbología, irremplazables por sus significados e insustituibles por cualquier otro género.

«Los cuentos clásicos y populares tienen puntazos machistas, salvajes€ lógicamente nacieron en el seno de una sociedad primitiva. También es cierto que muchos de ellos iban destinados a público adulto/adolescente (el caso de Caperucita). Pero sus valores fundamentales son otros muchos más contundentes que aquellos: su simbología, sus mensajes ocultos, su ambigüedad, su aprendizaje en la resolución de conflictos vitales€ Todos estos valores se concentran en Caperucita Roja y en la gran mayoría de relatos clásicos y populares. Lo menos llamativo e importante es la parte sexista de la historia, que se puede subsanar con un diálogo posterior o una lectura guiada. La lectura o narración de los cuentos clásicos me parece tan indispensable y necesaria como el conocimiento de su simbología», reflexiona Cerdá, al tiempo que refleja su preocupación por la «reinterpretación» que podría realizarse sobre estos relatos tradicionales. «No imagino mi biblioteca sin cuentos clásicos y populares. Como también te digo en que en ella no encontrarás ni las versiones de Disney ni engendros como La principita».

En cambio, Elena Afrodita Ruiz, especialista en cuestiones de género, recalca que los cuentos tradicionales son «sobreabundantes y reproducen valores sexistas». «El machismo sutil cala en las edades más prematuras mediante relatos y cuentos infantiles. Estos constituyen un vehículo de socialización que deja a las niñas sin referentes, lo que resulta una privación a sus aspiraciones futuras». ¿Y no estamos sobreprotegiendo a nuestros hijos? «No se trata de sobreprotección, sino de que en todo espacio quepamos todas las personas sin discriminaciones por no cumplir unos cánones de belleza hegemónicos dependientes de las modas. Estos cuentos alimentan la estigmatización, la condescendencia y el narcisismo, valores supremacistas que no caminan hacia el mestizaje social. Por tanto, las instituciones educativas deberían revisar la salubridad de sus libros infantiles», añade.

Pero Alicia Cerdá, profesional del libro en su amplia experiencia como bibliotecaria municipal, anda en el extremo puesto. Y, asimismo, alarma contra la «autocensura» y las «modas» efímeras. «En general, estamos viviendo tiempos extraños, se hila tan fino que todo es susceptible de ofender, generando un efecto autocensor asfixiante, que se nota mucho en la literatura infantil actual», y «prueba de ello son las versiones dulcificadas que han destrozado originales... solo tienes que leer el original de El Principe Rana de los hermanos Grimm, donde la princesa lejos de dar el beso solicitado al sapo que nos han contado, lo estampa contra la pared y se rompe el hechizo, eso sí que es un no ¿Es sexista o machista este cuento?», apunta.

«Actualmente llegan a la biblioteca multitud de padres pidiendo cuentos de emociones, ¡por Dios con las modas absurdas!... Cualquier buen cuento clásico o contemporáneo provoca multitud de emociones. Pero si en el título no pone la palabra emoción ya no vale. Y aparecen en el mercado multitud de títulos con la palabra emociones tan predecibles y moralizantes como las historias que contienen», concluye Cerdá.

«En aras de lo políticamente correcto o incorrecto, de la doble moral, etc. hemos asistido a mutilaciones que hoy podríamos considerar intolerantes. Pero en el caso de los cuentos no solo se han mutilado también se han realizado versiones que intentan adaptarlos a lo correcto, a lo moderno, a lo igualitario... y han fracasado», advierte Martín-Martín.

«Sin embargo, es cierto que los cuentos tradicionales que nos han llegado tienen tintes sexistas, y presentan estereotipos: Caperucita, Cenicienta, La bella y la bestia... o comportamientos que debemos erradicar como la violencia de género de Barba Azul. También podemos encontrar aquellos en que se rechaza al diferente como El patito feo o El soldadito de plomo, etc. No eran exactamente así en los auténticos cuentos populares, pero cuando pasaron a letra impresa fueron cercenados, edulcorados y acomodados a patrones de una sociedad que -en la cuestión de género- cada vez relegaba más a la mujer a planos secundarios o inexistentes. Yo defiendo el patrimonio de los auténticos cuentos populares, que podemos encontrar en colecciones como las que recogió Antonio Rodríguez Almodóvar», señala.