Francis Ouimet tenía solo cuatro años cuando su padre tomó la decisión de comprar una modesta casa en Brookline, localidad próxima a Boston. La elección, tomada desde un punto de vista económico, sería determinante en la vida de los hijos del matrimonio formado por un francés y una irlandesa que habían llegado siendo niños a Estados Unidos. El hogar de los Ouimet se encontraba a una calle de distancia del hoyo 17 del Country Club, uno de los campos más antiguos del país. En 1897, año en el que la familia se traslada a Massachusetts, existían muy pocos campos, casi ninguno público, y lejos de la popularización que se vivía en Escocia o Inglaterra, en Estados Unidos solo había arraigado de forma mínima en las clases altas para desesperación de la USGA, cuyos esfuerzos por expandir el golf no daban resultados.

La solución a su problema llegaría unos años después. Aunque el patriarca de los Ouimet no sentía la mínima simpatía por el golf, fue inevitable que sus dos hijos se acercasen a él.Wilfred, el mayor, comenzó a trabajar en el campo como caddie; y Francis conoció gracias a él los entresijos del golf. Cuando podía le acompañaba a The Country Club y no tardaron en construirse unos hoyos en la parte trasera de su casa, en la que ensayaban lo que habían visto a los jugadores profesionales con palos que se construían ellos y con pelotas perdidas que recogían en los arroyos o entre la maleza del campo.

Cuando Francis cumplió los once años se sumó al regimiento de caddies. Le hechizaba el juego y resultaba extraordinaria su capacidad para asimilar lo que veía. Los torneos que se disputaban en el recorrido de Brookline le permitieron ver de cerca a los mejores jugadores de la época. Sobretodo a Harry Vardon, el inglés que había comenzado a revolucionar el deporte con su forma de agarrar el palo y el swing. El pequeño Francis, chico educado, se había ganado el cariño de muchos de los habituales jugadores de The Country Club. Uno de ellos, Samuel Carr, le regaló una tarde cinco palos y le convirtió en el chaval más feliz de la tierra. Entonces intensificó su relación con el golf. Se levantaba a las cuatro y media de la mañana y se marchaba directamente al campo para jugar con la primera luz del día mientras escapaba de los vigilantes que trataban de proteger el recinto de los intrusos como él. No hacía otra cosa que jugar y aprender de golf.

Un autodidacta que comenzó a evolucionar imitando lo que veía en los torneos de profesionales. Por orden de su padre no tardó en dejar los estudios para comenzar a trabajar en una mercería de Boston. Le quitó tiempo para el golf, aunque buscó la forma para no separarse mucho de su pasión y para no de tener la evolución que estaba viviendo. Había días que se acercaba al campo público de Franklin Park y jugaba 54 hoyos seguidos hasta que le echaban de allí. Con 15 años, en verano de 1908, se presentó a jugar el Campeonato Interescolar de Boston y lo ganó. Se creyó entonces que podía ser alguien en el mundo del golf y cuando en 1910 la USGA eligió The Country Club como sede del Open USA Amateur tomó la determinación de participar en él.

No le resultó sencillo porque debía pagar 25 dólares que le prestaron sus padres a regañadientes y que le obligaron a doblar turno en su trabajo para poder devolvérselo. No lo ganó, pero ayudó a que su nombre figurase como una promesa interesante y le sirvió como preparación del US Open amateur de 1913, su primera gran conquista. Ese triunfo hizo que la USGA le invitase al Open USA que ese mismo año se jugaba en el campo de Brookline. Lo impensable. Medirse por primera vez a los profesionales y en su propia casa. Recibió una invitación de la organización -que también le veía como un interesante gancho para los vecinos de Boston y sus alrededores- aunque estuvo cerca de perdérselo porque en la tienda donde trabajaba no le querían dar los días libres. Lo que vino a partir de ahí es un cuento de hadas. La organización no tenía ni caddie para él y Francis Ouimet eligió para acompañarle a un niño de diez años que se llamaba Eddie Lowery y al que conocía desde hacía tiempo.

La imagen no dejaba de ser cómica. El jugador más joven del torneo recorría el campo junto a un crío con una pequeña cojera que le repetía antes de cada golpe: «Mantén la cabeza abajo que ya veo yo dónde va la bola». Pese a enfrentarse a su adorado Harry Vardon y a Ted Ray-los mejores jugadores del momento y grandes aspirantes a la victoria-, no se amilanó y a la conclusión de las tres primeras vueltas marchaba en cabeza. Una revolución. Los responsables del campo le ofrecieron la posibilidad de contar con un caddie «profesional» y él renunció con la misma educación de costumbre. Nadie imaginaba que soportaría la presión de la última jornada. Ted Ray llegó líder a la casa-club y poco después Vardon igualó su registro. Ouimet había perdido el paso y se plantó en los cuatro últimos hoyos con la necesidad de hacer dos birdies para sumarse al desempate. Y lo hizo para conducir el torneo a un desenlace asombroso.

El lunes más de diez mil personas desafiaron a la lluvia y llegaron a The Country Club para asistir al play off entre los dos grandes favoritos y el jugador local que se había colado en la fiesta. Jugó sorprendentemente relajado, sin la presión de quien está midiéndose a su primera gran cita y ante sus ídolos. En el hoyo diez los tres iban empatados, en el quince Ray se descolgó y Ouimet tomó un golpe de ventaja. En el hoyo 17, el que había junto a la casa de Ouimet, Vardon forzó al máximo, quiso cortar una calle y acabó sepultado en una trampa de arena que para siempre sería conocido como el «búnker de Vardon». En medio del delirio de sus paisanos, Francis Ouimet ganaba el Open USA con solo 20 años, tras haber aprendido él solo a jugar, con un niño como caddie, y disparó la popularidad del golf en EEUU.