Poco antes de acudir a los Juegos Olímpicos de México en 1968 una delegación de deportistas yugoslavos fue recibida por el Mariscal Tito en la sede del Gobierno. En medio del grupo estaba la pequeña y tímida Vera Nikolic. La joven mediofondista de 19 años, impresionada por el escenario y la presencia del mandatario, optó por esconderse detrás de la inmensa espalda de un jugador de waterpolo y bajó la mirada. En mitad de la intervención Tito heló su sangre al dirigirse específicamente a ella: «Vera, la cabeza bien arriba. Quiero volver a escuchar nuestro himno nacional en unos Juegos Olímpicos en tu honor».

La frase de Tito da una idea de las expectativas que todo el país se había hecho en torno a una de las atletas más precoces y brillantes que había conocido Europa. Su territorio eran los 800 metros. La irrupción internacional se había producido dos años antes, durante el Campeonato de Europa en Budapest.

Allí, con solo 17 años y sin haber competido apenas en la categoría absoluta, conquistó el oro de forma brillante. Aquello fue un chispazo para el deporte de su país, cuyas autoridades no escatimaron gastos en poner al servicio de la deportista todos los medios que fuesen posibles.

Pasaba temporadas en St.Maurice -donde encontraba mejores condiciones para entrenarse- y las autoridades pusieron su carrera en manos de Leo Lang, un prestigioso técnico croata que llevaba a buena parte del equipo de la antigua Yugoslavia. Duro, pero paternalista al mismo tiempo. No querían arriesgarse a quemarla.

Vera Nikolic apenas era una adolescente; necesitaba buen entrenamiento, pero también mimo. Muchas carreras se han derrumbado por no medir el aspecto mental. El trabajo a las órdenes de Lang dio resultados de inmediato. El técnico mejoró sobre todo su sentido táctico de las carreras. Nikolic era rápida y capaz de sostener el ritmo en los agónicos 800 metros, pero el esfuerzo del entrenador se centró en gran medida en evitar gastos innecesarios. Las grandes competiciones obligan a disputar tres o cuatro carreras en muy poco tiempo y controlarse es tan importante como ir deprisa.

Su definitiva explosión llegó en el mismo 1968, poco antes de la cita con Tito. Nikolic fue invitada a una reunión en Londres en la que debía medirse entre otras a Lilliam Board, una especialista en los 400 metros que pasaba por ser una de las grandes heroínas del deporte inglés en aquel tiempo.

Joven como ella (también tenía 19 años), sus técnicos pretendían que la prueba fuese una especie de examen para saber si estaba en condiciones de codearse con las mejores del mundo en México en los 800 metros. Al final se convirtió en una gran aliada de Nikolic, quien admitiría más tarde haberse sentido un poco ninguneada por la prensa inglesa.

Antes de la carrera todos los fotógrafos iban tras Board mientras ella, toda una campeona de Europa, pasaba apenas inadvertida. Eso le produjo un arranque de orgullo que sería determinante en el resultado final de la prueba.

La inglesa, imponente en el primer 400, no midió su esfuerzo, algo que sí hizo Nikolic que encontró una inesperada «liebre» en su rival. La atleta de Grabovica apretó en el último trescientos y Board ya solo pudo seguirla desde la distancia. Forzó hasta el último metro consciente de que la marca podría resultar extraordinaria, pero no imaginaba que tanto.Recordwoman con 19 años

Recordwoman con 19 años2:00.5 fue el crono que reflejó el marcador del Crystal Palace. Nuevo récord del mundo de los 800 metros sin haber cumplido los veinte años. No era de extrañar que semejantes precedentes disparasen el optimismo en su país, ansioso por lograr un oro en atletismo en los Juegos Olímpicos. Todo el mundo la miraba, le preguntaba, le rogaba, le exigía. Mucho más de lo que podía asumir la pequeña Vera.

Con esa sensación y esa presión se presentó en México, el lugar en el que sucederían cosas extraordinarias alrededor del estadio olímpico. Nikolic cumplió en las series sin demasiados agobios y todo iba según el plan diseñado. Pero el problema llegó el 19 de octubre, el día de la final.

No era una jornada ni una carrera más. Lo sintió desde que se levantó, desde el momento en que comenzó a soltar las piernas esa misma mañana.

En el estadio los síntomas comenzaron a ser preocupantes. Sentía pesadas las piernas, no controlaba el pulso, notaba que su respiración no fluía de forma natural. A su lado se alinearon las siete rivales. De ellas solo la americana Manning parecía en condiciones de discutirle el oro. Pero Vera Nikolic no tenía ni piernas ni cabeza para aspirar a semejante cosa.

Toda la presión de los meses anteriores estalló a los trescientos metros. En ese momento no pudo más. Se detuvo incapaz de superar el bloqueo y se echó a llorar a un lado de la pista mientras Manning se imponía con autoridad, aunque sin derribar su récord del mundo.

No había consuelo posible para la atleta, obsesionada por su fracaso y por la decepción que imaginaba había generado en su casa, en su país.

Poco después decidió alejarse del estadio ella sola. Quería apartarse de todo el mundo, de quienes buscaban respuestas pero también de quienes trataban de levantar su ánimo. Lang la autorizó a regañadientes, aunque no

tardó en arrepentirse. El entrenador tuvo un mal presentimiento. La vocecilla interna le dijo que había sido una mala decisión dejarla marchar y que lo mejor era correr junto a ella.

Bendita decisión. Lang encontró a su discípula asomada a un puente cercano dispuesta a lanzarse al vacío, aún entre sollozos. El croata había llegado a tiempo. Habló con ella unos minutos y acabó por disuadirla.

Aquello salvó la vida de quien aún ahora es una de las grandes atletas de la historia de la antigua Yugoslavia. Lang la ayudó a superar aquel instante dramático y también las críticas que recibió en su país al volver de México. Pero el técnico también la empujó al bronce en el Europeo de Atenas en 1969; al oro dos años después en Helsinki y a regresar a unos Juegos Olímpicos.

Fue en Múnich, en 1972, donde logró un meritorio quinto puesto que ella disfrutó casi tanto como un podio. Eso sí, lo que está claro es que su carrera más importante la había ganado unos años antes en lo alto de un puente de México.