Una final contra el Panathinaikos en su cancha, en el «infierno» verde de Atenas. Pocos escenarios parecen mejores y pocos partidos más excitantes jugará Unicaja este año. La victoria supone seguir soñando con el Top 8, la derrota es cerrar una buena temporada en la Euroliga, como diría Luis Aragonés «contentos pero sin presumir». Es un partido para calibrar el hambre y la ambición de esta plantilla y de su cuadro técnico. La derrota ya está escrita en el guión, pero el hambre de todos puede escribir un nuevo argumento con un final distinto.

La necesidad es muchas veces el motor más potente que mueve al ser humano más allá de la calidad y el físico. Nadie sabe más de esto que Stephane Lasme, uno de los rivales del cuadro de la Costa del Sol esta noche. El 17 de diciembre de 1982 nació en Port Gentil, Gabón. Tenía cuatro hermanos pero cuando su madre se volvió a casar, otros 5 niños llegaron a la familia y de repente eran 12 personas en casa. Lasme recuerda como una liberación cuando 3 de sus hermanas se fueron a estudiar y de repente eran sólo 9. El espacio se había multiplicado. A pesar de ello los recursos seguían siendo muy escasos. Durante su etapa en el instituto, el pívot africano recuerda que estuvo cerca de 3 meses sin poder comer, alimentándose sólo de una hierba muy común en Gabón, la Casava que aquí conocemos como Yuca o Mandioca. Era su único alimento.

Su suerte cambió un día de camino al instituto. Un extranjero llamado Maxwell se fijó en él, era un entrenador de baloncesto que quiso conocerlo y hacerle una prueba. Todo parecía solucionado pero de nuevo los problemas llegaron a su vida. Su padre y su padrastro odiaban el baloncesto. Creían que estudiar y jugar no era compatible. Cuando iba a entrenar le obligaban a dormir fuera de casa, en la calle. El problema era grave pero Lasme recuerda aún algo peor, los mosquitos. Dormir en la calle le costó coger la malaria cinco veces, una de ellas llegó a estar hospitalizado de gravedad, pero el pequeño Stephane decidió perseguir su sueño. Entrenar y dormir en la calle. En Gabón cada año muere más gente de malaria que de SIDA. Su gran suerte fue que su madre trabajaba en un hospital, ése fue su pasaporte a la vida y al baloncesto.

Lasme llegó a Estados Unidos y se presentó en un campus en Nueva Jersey para jugadores que buscaban una beca universitaria. Tenía 250 dólares en el bolsillo y pagó 225 por participar. El resto de la historia es conocido, primer jugador de Gabón en la NBA aunque con una carrera efímera. Firmó un contrato de un año por 50.000 dólares y sólo disputo 3,8 segundos con Golden State frente a Dallas. Poca gente gana tanto dinero en tan poco tiempo.

La historia del rival de hoy, Stephane Lasme, es la historia de la superación para la consecución de un fin. En otro nivel muy distinto pero es el ejemplo que Unicaja debe seguir esta noche. A pesar de las bajas, del rival, del ambiente, quizás del arbitraje? si luchas, todo es posible.