Andaban Unicaja y Bayern Munich repartiéndose estopa bajo los aros, intercambiando canastas, dando tumbos en el marcador, con la grada agitada e inquietos todos. Porque el Unicaja no le tomaba el pulso al partido. Porque el Bayern jugaba a lo que quería jugar. Y ganaba, sin alardes ni exhibiciones, pero mandaba. Lo decía el marcador (23-28) y las sensaciones. Pero entonces ocurrió algo. A estos grandes partidos a veces sólo les hace falta que se encienda una pequeña chispa para que todo arda, para que explote el partido, para encender al Carpena, a flor de piel.

Había entrado Alberto Díaz unos segundos antes, ovacionado, de nuevo con un rol secundario, por detrás de Oliver Lafayette. La afición le saludó con vítores, a 6:26 del descanso. Al pelirrojo le bastó un minuto y pico en la pista para, precisamente, coger el mechero y meterle calor y fuego al partido. El base se tiró a por un balón dividido, en mitad de pista, y forzó un campo atrás del Bayern. Esa acción, ese momento, esa «tontería», fue suficiente para que el Martín Carpena entrase en erupción. Y cuando eso ocurre, amigo mío, Málaga se transforma y muta en un «ser» arrollador y brutal.

Lo supo el Bayern, que había estado en Málaga a finales de octubre, y se había encontrado un Unicaja a medio hacer y un Palacio medio muerto. O sea, que vino casi de vacaciones, en la inerte Fase Regular de la Eurocup. Y cuando rugió el Carpena, los árbitros se tragaron el silbato, el Unicaja repartió atrás como no lo ha hecho esta temporada y Fogg, Waczynski y Musli se metieron entre pecho y espalda un parcial de 18-3, con Alberto y Suárez dando «bocados» en su zona. El Unicaja se había transformado. Era otro. Con los ojos ensangrentados y el grito del Carpena en el cogote. El 41-31 del descanso era muy claro.

Fue el propio Alberto, quién si no, el que volvió a robar y a anotar fácil, para poner la máxima en el partido, ya en el tercer cuarto: 51-38. Y subió, con el ADN de . equipo, el triple, con dos «bombas» de Waczynski y Brooks, para poner los 15 arriba: 57-42, a 4:45. Divisó la tierra prometida Joan Plaza, porque movió rápido el banquillo, para quitar a Musli, Alberto y Brooks. Cambios en cascada y la cuarta falta de Nedovic... Malas noticias, a pesar de esa amplia diferencia. El Bayern se aprovechó: 59-52. Pero esta vez el croata Sreten Radovic, el que crujió al Unicaja a técnicas ante el Maccabi, venía en son de paz. Claro que Lafayette, que no estaba en el guión, perdió la bola y Taylor, que se había ganado antes una técnica, acercó al Bayern: 60-54. Había que llegar al último cuarto con ventaja. Cuanto más alta, mejor. Ayudó Radovic, que de persona non grata pasó a ser un «colegón». Otra técnica, a Dedovic, y Jamar Smith puso al Bayern en su sitio: 69-56.

Ese final tan atípico le vino grande al Bayern, que ya no supo regresar al partido tan en serio como lo había hecho. Y eso que el Unicaja le dio opciones, con minutos de dudas y de quintetos atípicos, entrando en bonus muy rápido. Pero a seis minutos, el Unicaja seguía mandando: 72-61. Alberto defendía y anotaba, con dos triples en cinco minutos: 77-64. Y así se llegó al final. El Unicaja, por fin, logró subir el muro alemán. A la cuarta. Ahora debe ir a Múnich y asestar el golpe de gracia. Será muy, muy, muy complicado. Pero esto es básket, es magia. Y cada uno le pone las alas que quiera a sus sueños.