La manifiesta y preocupante incapacidad del Unicaja para rematar partidos le privó, de nuevo anoche, en Moscú y en la pista del Khimki, de lograr uno de esos triunfos que uno siempre recuerda pasados bastantes años y que hubiera relanzado al equipo malagueño en su sensacional objetivo de pelear por el Top 8. Y duele más porque el Unicaja, si fuera capaz de encontrar esos mecanismos, de «currarse» esos finales, de trabajarlos y crecerse ante la adversidad, de ver la luz en ese túnel sin salida en el que se han convertido los desenlaces apretados, estaría firmando una temporada inolvidable, para enmarcar, de muchos quilates.

Pero es imposible... Esta temporada no hay un plan «b». No hay mecanismos de seguridad. Una jugada a la que agarrarse para salir de la crisis, que te de una posición franca bajo aro para anotar y seguir con vida. Y todos esos problemas, sin Nemanja Nedovic (desatascador número 1) y Jeff Brooks (otro jugador al que se busca en los finales de partido), se multiplicaron en Moscú. Y duele todavía más porque el Unicaja se había merecido ganarle al Khimki en su caja de cerillas moscovita. Había hecho un partido primoroso. Lo había hecho todo bien, proponiendo un encuentro a pocos puntos, minimizando el impacto de los compañeros de Alexey Shved (al ruso es imposible pararle) pero empeorando, eso sí, sus porcentajes (2/13 en triples), y sabiendo sufrir. Superando sus crisis en ataque, sus malos momentos, apretando el culo atrás. Sabiendo, en cada momento, cómo capear el temporal.

Por eso, cuando al equipo se le bajan las persianas y se empeña en tirar a la basura todo ese buen trabajo, la sensación es de desasosiego. Otra vez con cara de tontos. Otra vez un revés duro, doloroso e inmerecido. Y lejos del Carpena, en Rusia, donde todo es más difícil. Y tras ir ganando todo el partido. El Unicaja llegó a ir ganando 42-52 a 3:16 del final del tercer cuarto. Pero es que entró en los dos últimos minutos del choque con 60-66 arriba, tras un triplazo de «King Kong» Waczynski. ¿Qué pasó entonces para perder? Pues un parcial de 8-0, rematado por el americano Gill con un palmeo tras un triple desesperado de Shved, sobre la bocina.

El Unicaja se arrojó por el precipicio. Dejó la resolución del partido en manos de McCallum. Con todo lo bueno y lo malo que eso significa. El americano, sin amenazar con su lanzamiento exterior, fue como un ratón que cayó en la trampa de queso de Bartzokas. El griego cerró su defensa y tapó líneas de pase.

McCallum, sin ninguna confianza en su triple ni en su lanzamiento en suspensión, corrió hacia un muro sobre el que se estrelló sin remisión. Los malagueños, además, dieron facilidades atrás a la hora de la verdad. Honeycutt metió con facilidad, a Anderson se le hizo un pasillo para que anotara y de ganar por seis a dos minutos se pasó al empate. El Unicaja, de nuevo, no supo qué hacer con el balón. McCallum, desesperado, le dio la pelota al final de la posesión a Waczynski, que mandó un melón al tablero. Tras falta verde, Shved tuvo la posesión con 8 segundos. El ruso meció el balón sin buscar, en el cambio de hombre, romper los tobillos de Augustine. Su tiro desde 9 metros se fue al aro. Pero Salin no cerró el rebote ante Gill, con el que había cambiado de marca a Augustine, y sobre la bocina mató a los malagueños. Y no mereció el Unicaja ese desenlace, tras un gran partido defensivo, muy sólido, pero que no supo rematar, como es tónica común desgraciadamente durante toda esta temporada. De ahí la frustración.

Porque el Unicaja se aleja, ya casi de forma definitiva, de la octava plaza de la Euroliga y del soñado Top 8. Había que ganar sí o sí ante el Khimki y aunque el triunfo estuvo muy cerca en Moscú, el Unicaja no supo jugar sus cartas. Ocho triunfos en 23 jornadas, a tres del Maccabi, que tiene 11.

Y eso a pesar de la gran puesta en escena malagueña. El Unicaja puso en escena a la perfección el plan que más le convenía desde el salto inicial. Jugarte un partido con el Khimki a intercambiar canastas y anotar muchos puntos era una locura. Y más en la pista moscovita. Así que el equipo malagueño agachó el culo y defendió a la perfección. Tanto, que el Khimki tardó en anotar sus primero puntos tres minutos y medio.

Shved trataba de imponer su calidad, pero Milosavljevic se agarró a él en defensa. No hubo otras caras en el Khimki. De hecho, el Unicaja se fue al final del primer cuarto ganando por un exiguo 9-11 y los 9 puntos de los rusos eran de su gran estrella. Ni una canasta de ningún otro compañero. Una pena que los cajistas no pudieran sacar más rédito a su gran trabajo atrás. Pero las ideas en ataque no fluían.

El «gigante» Gio Shermadini acaparó los primeros minutos del segundo cuarto. Soluade le dio la bola y el georgiano sacó seis tiros libres. Sin embargo, una rigurosísima segunda falta, en ataque, le envió al banquillo. Y eso hizo que el Khimki, con Jenkins cogiendo el relevo de Shved, despegara para ponerse por delante por primera vez en todo el partido: 21-20.

No le duró mucho la gasolina, y eso que Shved se fue a los 17 puntos. Soluade anotó de tres, Suárez se sintió cómodo y Waczynski asumió más responsabilidad en ataque. Con el trabajo defensivo a gran nivel, el Unicaja, cuidando muy bien el balón -sólo 3 pérdidas al intermedio- fue capaz de irse al descanso con una sabrosa renta de ocho puntos: 31-39.

Anderson se puso en la piel de Shved, pero el equipo malagueño no permitió que los rusos se acercaran, y McCallum, tras un triple de Salin, puso la máxima verde: 42-52. Los costasoleños se mantuvieron arriba al final del tercer parcial: 49-55. En el último cuarto, Soluade no estuvo a la altura, Alberto falló dos triples liberados y Honeycutt rompió la racha malagueña para empatar: 55-55, a 6:30. Entró el Khimki en bonus y eso permitió que el Unicaja, tras 4:28 minutos sin anotar un solo punto, ver aro: 55-57. Augustine dio mucho aire al Unicaja y un triple de Waczynski, a dos minutos del final, puso el partido en bandeja: 60-66. Y el resto... Ya lo saben. Más de lo mismo. Final apretado, derrota segura.