Nunca llegaron a sentarse juntos en el banquillo del CB Zaragoza, pero seguro que Comas y Abós hubieran estado encantados de compartir defensas y movimientos de ataque. La temprana pérdida de Manel y José Luis, aún con mucho baloncesto por dibujar en sus pizarras, dejó un gran vacío en la ciudad del Ebro. En las conversaciones de sus seguidores más veteranos sigue vivo el recuerdo de ambos entrenadores dirigiendo a otros ídolos, como Kevin Magee, Rafa Martínez Sansegundo o Eugene MacDowell, que lamentablemente dejaron de encestar muy pronto.

Remontémonos a la década de los 80. En plena expansión del baloncesto patrio, el CAI Zaragoza opositaba a convertirse en pujante alternativa ante los inalcanzables Barça y Madrid. Todo se aceleró tras ganar una histórica Copa del Rey en casa, liderados por Kevin Magee, cuando nadie daba un duro por ellos. Su presidente José Luis Rubio, todopoderoso y omnipresente durante muchos años, pensó en Manel Comas para llevar al conjunto rojillo a lo más alto. El «sheriff» Comas, criado baloncestísticamente en Cataluña, llegó a la capital aragonesa con la misión de dotar de seriedad y ambición al proyecto zaragozano.

Detrás de su frondoso bigote, Manel Comas, con fama de huraño y amigo de exigentes entrenamientos, dirigió con éxito y mano de hierro al Zaragoza. Más allá de los positivos resultados cosechados, su aportación más célebre fue la famosa «táctica del conejo». En una declaración de pura filosofía baloncestística, Comas basaba su propuesta en mantenerse todo el partido a una distancia prudencial de puntos de su rival y asestarle el golpe definitivo en los últimos minutos para hacerse con la victoria.

Manel tuvo una oportunidad pintiparada para llevar a la gloria europea al equipo caísta, aunque una cascada de despropósitos le impidieron ganar uno de los partidos más esperpénticos y peligrosos del baloncesto continental. Un rival poderoso como el Paok Salónica de Fassoulas, la inacción de la FIBA de Stankovic, junto al riguroso arbitraje y el vandalismo de los seguidores helenos dejaron con la miel en los labios al club zaragozano en la final de la Recopa de Europa.

Manel Comas no dejaba indiferente a nadie. Batería en un grupo de rock y polémico en las ruedas de prensa (¿recordáis cuando se dirigió como «NAF, Negro Atlético Fraudulento» a Demetrius Alexander, su jugador franquicia en el Cajasol sevillano?), su última relación con el baloncesto se produjo en los micrófonos de TVE. Se marchó víctima de un cáncer de pulmón y con una turbia y no aclarada historia de posibles abusos sexuales que le rodeó en sus últimos meses de vida.

José Luis Abós, profeta en su tierra, tuvo la suerte de dirigir a la generación más exitosa de la prolífica cantera maña. A sus órdenes, Paco Zapata, Raúl Capablo y Sansegundo sumaron dos títulos en el Campeonato de España júnior frente a las mejores escuadras del país. Ahí se fraguó su extensa carrera vinculado al club de su ciudad natal.

Todo lo conseguido por José Luis fue gracias a su trabajo, compromiso y amor hacia el baloncesto. Llegó a la primera plantilla como ayudante de Mario Pesquera y Alfred Julbe y con el objetivo de seguir creciendo hizo las maletas para incorporarse al cuerpo técnico de la Universidad de Wake Forest. Tras su experiencia en la NCAA, regresó a España como primer entrenador lejos de Zaragoza antes de alcanzar su deseada meta profesional: dirigir al equipo de su vida.

Abós encabezó la última etapa gloriosa de un club grande en España. Tras su refundación y posterior ascenso desde la LEB Oro, llevó al CAI hasta semifinales de la ACB y de nuevo a pisar las canchas de toda Europa. La afición llenaba las gradas del Príncipe Felipe con la ilusión que generaba con un conjunto que crecía con el liderazgo de su tranquilo entrenador.

Uno de sus mayores éxitos provocó una enorme desilusión en la marea verde. La Copa de 2014 parecía la oportunidad perfecta para que el anfitrión e indiscutible favorito Unicaja superara el cruce de cuartos de final frente al equipo maño. Después de una completísima primera mitad local, exhibición de Kuzminskas incluida, el por entonces pívot caísta Shermadini encabezó la brillante remontada del CAI que nos dejó con la miel en los labios en un torneo donde habíamos puesto muchas ilusiones.

Unos pocos meses después, de forma triste y repentina, Abós fue protagonista de la noticia más dolorosa. El maldito cáncer le acechaba de forma inapelable, cercenando su proyecto vital y profesional. Con 53 años, el fallecimiento de José Luis creó tal impacto en su ciudad que hubo una iniciativa popular y política, sin el respaldo de su familia ni del club, para renombrar el Pabellón Príncipe Felipe como José Luis Abós. Tiempo después, un fallo judicial declaró nulo el cambio de nombre del pabellón, dejando entonces como verdadero homenaje el que se le brindó en un multitudinario funeral celebrado tres días después de su marcha en la Basílica del Pilar.