En las últimas temporadas, la afición más joven del Carpena está disfrutando con la oportunidad de conocer «nuevos» equipos que hace años no pasaban por Málaga. Mis hijos Leonardo y Simón, curiosos aficionados, me pidieron que les contara alguna batallita al hilo de la visita del histórico club lucense, tras alucinar con la pasión vivida en las gradas del Pazo de Deportes en el reciente derbi disputado entre el Breogán y sus vecinos del Obradoiro.

Les expliqué que en la ciudad gallega disfrutaron de buenísimos jugadores tales como el capitán Manel Sánchez (quien llegó a la selección tras encabezar la tabla de anotadores nacionales), el espectacular George Singleton (un feroz taponador) o el polémico Jimmy Wright (todo talento con una oscura aureola); quienes, dirigidos por un entrenador de raza y carácter como Ricardo Hevia, contribuyeron a convertir al club de Lugo en uno de los grandes animadores de la competición.

La salida del ídolo local Manel Sánchez dejó huérfana a la fiel afición del «Breo» de un auténtico líder que, por los avatares del destino, tendría rápido sustituto como consecuencia indirecta de la cruenta guerra civil que se vivía en los Balcanes. Las autoridades deportivas internacionales prohibieron la disputa de partidos en los territorios de la extinta Yugoslavia y sus equipos más representativos se vieron en la obligación de buscar acomodo allende sus fronteras, colocando en el escaparate a muchos de sus jugadores.

Por ello, el conjunto croata del KK Split llegó a tierras gallegas; todo un tricampeón de la Copa de Europa que había perdido sucesivamente a sus dos rutilantes estrellas (Radja y Kukoc) ante las liras de los ostentosos proyectos del Pallacanestro italiano. Cada quince días, numerosos aficionados (entre los que se encontraba Ricardo Hevia) peregrinaban a Coruña para disfrutar con los partidos europeos del equipo dálmata. El entrenador asturiano, astuto y tenaz, quedó prendado de Velimir Perasovic, escolta eficacísimo alejado de focos mediáticos, y puso toda la carne en el asador hasta conseguir su sorpresiva incorporación a las filas del Breogán.

Provisto de un palmarés sin parangón y componente de una de las más brillantes generaciones del baloncesto balcánico, Velimir Perasovic estaba como niño con zapatos nuevos cuando aterrizó en la ACB. Las positivas expectativas se diluyeron rápidamente en Lugo debido a las nueve derrotas consecutivas cosechadas en el inicio de la temporada 92/93. Por fortuna, las sombras se disiparon tras la agónica victoria conseguida en la prórroga ante al Ferry Lliria, la cual fue celebrada por nuestro protagonista con más entusiasmo que la medalla de plata que se había colgado meses atrás en los JJOO de Barcelona.

«Peras» se ganó inmediatamente el corazón de la afición breoganista. Ejercía su liderazgo desde el trabajo, la serenidad y la pasión de un «enfermo» del baloncesto. No había dolor que le frenara, no tenía horarios para seguir entrenando (siempre se ha dicho que tenía copia de las llaves de los pabellones en los que ha jugado) y cumplía una disciplina espartana pese a ser el jugador más decisivo del equipo. En el Pazo de Deportes la marea azul disfrutaba de sus continuas exhibiciones que le permitieron terminar como máximo anotador de la competición (la primera de las cinco veces que lo consiguió en su larga carrera en España).

Precisamente su mejor partido defendiendo la camiseta azulona lo disputó ante el Unicaja Mayoral de Javier Imbroda. Desarboló la defensa cajista con 36 puntos, 10 faltas recibidas, 11 canastas de dos puntos (con un 92% de eficacia) provocando el desconcierto entre los rivales a causa de su enorme recital que facilitó la victoria local frente al equipo malagueño. Un tipo que lo había ganado todo, conquistó el corazón de los seguidores lucenses convirtiéndose en leyenda pese a disputar una única temporada en la ciudad amurallada, antes de iniciar una fructífera y extensa carrera en España en Vitoria, Fuenlabrada o Alicante.

@OrientaGaona