Repicaron a gloria las campanas de la Giralda. En Málaga, moría por un disparo, el joven Manuel José García Caparros. La autonomía empezaba a andar con la sangre de un chaval que había salido a la calle, como un millón de andaluces, para pedir libertad, democracia y autonomía. Era el 4 de diciembre de 1977. Faltaba poco para que el primer presidente de la autonomía, Plácido Fernández Viagas, en el acto de constitución de la Junta de Andalucía, el 27 de mayo de 1978, en Cádiz, señalara el camino de la autonomía con una expresión muy gráfica: «Es hora de que este pueblo empiece a cantar sin pena». Pero este camino estaba sembrado de minas, con permanentes broncas, negativas del Gobierno del Gobierno de Suárez y señaladas reticencias entre los gestores del socialismo que se inclinaron por un magistrado, Plácido Fernández Viagas como primer presidente por encima del que pretendía serlo, Rafael Escuredo.

En el comité federal del PSOE Escuredo perdió la batalla y ya se puso de manifiesto que sus relaciones con Alfonso Guerra nunca serían buenas. Si los socialistas se veían ya en la senda de gobernar en Andalucía, los comunistas se preparaban para entrar en la batalla autonómica forzados porque partidos a su izquierda le estaban comiendo el terreno. Y el primer gran acto se celebró en Sevilla.

Los comunistas esperaban la llamada a arrebato de Santiago Carrillo y cuando tocó a diana salen de las trincheras nada menos que 2.500 militantes que se reúnen en Sevilla. Fernando Soto, líder sindical del Proceso 1001, propone una asamblea regional compuesta por 140 diputados, a razón de uno por cada cincuenta mil habitantes. Con Soto está la flor y nata de los comunistas andaluces, los hermanos Benítez Rufo, los hermanos Pérez Royo, los históricos Tomás García e Ignacio Gallego y jóvenes con futuro como Felipe Alcaraz. La presentación del PCE que estaba prevista celebrarla también en Málaga sería prohibida por el Gobernador Civil, Enrique Riverola.

No sería fácil este caminar. La autonomía era un tema tabú, sobre todo para el Ejército y para los defensores de una unidad de destino, la de España. El bunker no quería abandonar el poder amasado durante más de 40 años y la bronca autonómica adquirió cotas de esquizofrenia. En Málaga ya se cocinaba la ultraderecha su propio arroz y a tenor de los datos se podía afirmar, sin miedo a equivocarnos, que de todas las provincias andaluzas era la que más ultras tenía por metro cuadrado. Los mismos que unos meses después se alzarían en armas contra los manifestantes del Día de Andalucía. El caudillo Blas Piñar alentado por la profesía del Papa Clemente, del Palmar de Troya, se aparece ante los andaluces como un santo en exposición porque será “«el Caudillo salvador de España de la impiedad y el comunismo».

Gobernaba Adolfo Suárez y se celebraron las primeras elecciones democráticas en junio de 1977. Ganó el partido de Suárez que había creado la Unión de Centro Democrático (UCD) en cuyas filas se había integrado el grupo del profesor Manuel Clavero Arévalo que tenía un toque andalucista, llamado Partido Social Liberal Andaluz (PSLA) y Arturo Moya Moreno ponía en escena el Partido Andaluz Socialdemócrata, que dio cobijo al que había sido el más joven presidente de Diputación en el franquismo, Francisco de la Torre.

Los socialistas que habían quedado como segundo partido más votado en las urnas, sacan pecho. González y Guerra se saben ganadores del futuro porque ya intuyen que la UCD será como un azucarillo que se disolvería por los caminos de Andalucía; lo que así sucedió. Y pese a que los comunistas que se sintieron fracasados porque las urnas no les dieron el voto que esperaban se envolvieron en la bandera andaluza para mover al pueblo andaluz. Serían, sin embargo, los partidos de izquierda marxistas y leninistas los que primero movieron el avispero político que era Andalucía y prepararon las mimbres para convocar la celebración del Día de Andalucía con la movilización ciudadana del 4 de diciembre. Todos los partidos, incluso la UCD, se sumaron porque nadie quería quedarse fuera de la convocatoria.

Del 4 de diciembre quedan los recuerdos del día en que los andaluces empezamos a trazar nuestro propio destino. Después de este día nada fue igual y aunque a Málaga le fue muy difícil digerir la sangre derramada de Manuel José García Caparrós por el disparo de un policía, el camino de la autonomía no tenía vuelta atrás, sino todo lo contrario. Soy de los que están convencidos que sin el 4D de 1977 no hubiera sido posible conseguirla el 28 F de 1980.

Pero como siempre, cuando se abren nuevos caminos y los sentimientos contradictorios afloran, avanzar fue una carrera de obstáculos que ahora se ven pequeños pero que entonces parecía como querer subir el Everets sin apoyo de oxígeno.

En toda esta lucha aparece un personaje vital para el proceso autonómico, escasamente reivindicado por la historia, el magistrado Plácido Fernández Viagas. Sin él y sin el millón de andaluces que se echaron a la calle el 4 de diciembre, hoy no podríamos hablar de quienes se siente hijos de la autonomía.

Plácido Fernández Viagas no era glamuroso, ni tenía tirón popular. Era un juez honesto y honrado, convencido de que el pueblo andaluz tenía derecho a ser libre, conseguir la autonomía y trazar su propio destino e hizo del Ideario Andaluz, con algunos matices, su libro de cabecera y un año después del Día de Andalucía, el 4 de diciembre de 1978, reúne en la ciudad de Antequera a las fuerzas parlamentarias andaluzas e incluso a quienes no tenían representación a sentarse en una mesa para consensuar las bases y firmar el Pacto Preautonómico Andaluz que Rafael Escuredo calificó como el documento más importante de la historia contemporánea de Andalucía.

Unos meses antes, el 27 de mayo de 1978, se constituía en Cádiz, en el salón donde se consagró La Pepa, la Junta de Andalucía. Dos personas son claves, el propio Fernández Viagas y el ministro Manuel Clavero que ante la plana mayor de los partidos desgranan cual será la hoja de ruta a seguir. El Gobierno centrista de Suárez se siente molesto porque la Junta está teñida de rojo, con presencia relativa de dirigentes de la UCD y en puestos de menor cuantía. Clavero, ministro de las Regiones, zanja el problema con dos palabras y le dice a Viagas: «Plácido, tu eres mi presidente». Y punto. Y añadió: «Hay que ponerse a trabajar».

Uno de los asistentes, José F. Lorca lo cuenta así: «Y empieza el trabajo. Se ponen manos a la obra en la reconstrucción del ideal. Abiertos a todos. Fernández Viagas inicia reuniones, dialoga, entabla conversaciones». Y es en Ronda, cuna de los andalucistas donde el recién elegido presidente se pone a trabajar. Los andalucistas del Partido Socialista de Andalucía (PSA) de la mano de Alejandro Rojas Marcos y de Miguel Ángel Arredonda que forma parte del primer gobierno autonómico presionan para no rebajar la tensión y avanzar en la autonomía, con un Gobierno que vive de prestado, que apenas si tiene recursos para funcionar como recuerda Braulio Medel que fuera vice consejero de Economía. Pero el tiempo de Madrid, pese a las presiones de Manuel Clavero, era muy distinto. Hay que esperar a que el consejo de ministros de luz verde a la Preautonomía Andaluza porque el gobierno de Suárez tiene que dar respuesta al País Vasco con la escalada terrorista y a Cataluña, con Tarradellas a la cabeza pidiendo medios y dinero. Andalucía podía esperar. En el imaginario de muchos españoles y no pocos ministros Andalucía seguía siendo festera, amante de la juerga, del torito marismeño y de la jaca jerezana. El hambre, el paro, la emigración, el olvido y el abandono todavía podían esperar algún lustro más. Pero el pueblo andaluz dijo no. En el horizonte, se intuían cambios importantes. Plácido Fernández Viagas dimite al no contar con el apoyo expreso de Felipe González, tal cuenta Carlos Sanjuán y cede la plaza a Rafael Escuredo. Son ya otros tiempos. Los de una lucha sin cuartel, huelga de hambre incluida. Por la carretera asoma el autobús de dos pisos, made in London, con Rodríguez de la Borbolla al mando .La autonomía tenía la lírica, y la realidad del geranio.