Mucha Unesco y mucho Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, pero interés a la hora de dar a conocer el flamenco del cante jondo y el quejío grande poco o ninguno o ná. El mundo del flamenco no es pródigo a la hora de difundir su vasto repertorio. Forman legión los buenos aficionados que guardan tesoros que se niegan a dar a conocer al respetable. Se han pasado los años con sus equipos de grabación de festival en festival, en las peñas y los colmaos, en reuniones y fiestas privadas, y luego amontonando las cintas en cajas de zapatos y en latas de galletas de mantequilla danesas. En España llevamos la especulación en el código genético y así nos ha ido y así nos va. Pasa que, como cualquier hijo de vecino, uno se muere cuando menos se lo espera y los herederos, que son unos modernos de las discotecas y el facebook, mandan el archivo al desván, que es como decir que lo mandan a paseo. Esa es la tragedia de los flamencos.

Enrique Morente soñaba con ser torero o ricachón cuando con una maletita aterrizó en los Madriles: «Viva Madrid, que es la Corte».

Las cosas no salieron como a uno le hubiera gustado y acabó de cantaor, que suele ser mejor que trabajar en el rastro a la caza de un panoli o de seise en la catedral. Arribó a la capital del reino siendo Enrique el Granaíno y dando con sus cuartos en la Peña Charlot, donde presidía las tertulias uno de sus maestros más admirados y por el que sentía delirio, el cabal Pepe de la Matrona.

Los que llevamos el veneno del flamenco en la sangre conocemos de memoria el repertorio que impresionó, desde aquel disco ortodoxo con Félix de Utrera hasta sus últimos trabajos en los que reunía a los guitarristas más encumbrados de todas las escuelas y tendencias y a músicos de las más variadas disciplinas. La capacidad creadora de Morente fue portentosa, dylaniana, admirable en un tipo sencillo, humilde, que con frecuencia se tomaba las cosas con guasa y no demasiado en serio.

«Soy el cantaor que soñaba ser hace diez años», decía.

Más de veinte fueron los discos que publicó y siempre nos supieron a poco. ¡Qué maravillas no se podrían hacer tirando de los archivos morentianos! Lo primero que habría que hacer sería ordenar bien los materiales conocidos, dándoles brillo y esplendor, presentando así a la afición en un box set The Complete Universe of EMC: The Legend of Albaycin, por sugerir un título que prenda y arda en el mundo anglosajón.

Es hasta posible que a él estas artimañas de la mercadotecnia ni se le pasaran por la cabeza; el flamenco es un arte que presume de vivir al día y puede que parte de su encanto resida en ese anarquismo de raigambre andaluza. Los ídolos del poprock cuando quieren empezar a vivir del cuento, reeditan sus long-play a base de engordarlos con tomas alternativas, versiones acústicas, descartes varios y unos cortes en directo con algún artista de lujo y embrujo.

Al igual que El Piyayo, Fosforito, Juan Breva y El Camarón, Enrique también era de los que rasgueaban la guitarra y les buscaba las vueltas a la prima y la bordona para que le devolvieran nuevos ecos y valientes timbres. Se retiraba a su rinconcillo a esperar esa mariposa que es la inspiración y que te atrapa a cualquier hora del claro día o de la turbia noche.

Casi un lustro sin el genio

Morente murió joven o por lo menos cuando ninguno nos lo esperábamos. Dejó varios proyectos sin concretar, unos pocos esbozados, otros con algunos ensayos a cuestas y suponemos que muchos imaginados y todos, si Dios le hubiera regalado veinte años más, los hubiera plasmado en discos probeticos traídos a la terraza de tu casa por los dróners de Amazon. Hasta le rondaba por la cabeza rodar un corto. Llevaba a gala la gracia de decir que para qué hacer las cosas bien si se podían hacer regular.

Dentro de poco se cumple un lustro. ¡Cómo pasan los años y qué vértigo da! Al principio daba yuyu oírlo otra vez, lo sentíamos tan vivo, tan cercano, tan reciente su última actuación. El tiempo a lo mejor no lo cura todo pero sí que atempera el ánimo y le hace a uno sacar fuerzas de donde sospechaba que no las encontraría jamás.

Para que la memoria siga viva y la llama de su cante nunca pierda esplendor ha llegado quizás el momento de que se inicie una serie dedicada a sacar a la luz ese ingente material nunca publicado que podría abrirse bajo el título de Rarezas Morentianas. Volumen 1. Al calor de los Festivales, un triple o cuádruple compacto que recogiera esas actuaciones que desde mediados de los 60 hasta bien entrados los 80 lo llevaron por buena parte de la geografía española y donde era harto habitual y frecuente que compartiera cartel con los monstruos consagrados del flamenco: Mairena, Menese, Marchena, Fosforito, Fernanda, Cabrero, Lebrijano...

Un segundo trabajo podría llevar por título Haciendo las Américas, al fin y al cabo marchó al continente hermano a buscarse las habichuelas, estuvo en México una larga temporada, primero con Parrilla y luego con Manzanita, en la Argentina, en Estados Unidos, en el Canadá... También sería imperdonable no publicar un Morente Casero, arropado por su familia, sus guitarristas más cercanos y en el que no faltara esa bulería en la que ladra su perro.

¿Y cómo dejar de lado las grabaciones que tiene que haber con Paco de Lucía en un Granada/Algeciras? Eso sí que sería un auténtico bombazo, dos artistas de genio que se admiraban y que coincidieron en varias ocasiones. La lista, como se ve, puede ser infinita o interminable.

Sus colaboraciones con otros artistas rondan, en nuestros cálculos marrulleros, el medio centenar, además de las cositas que le fueron saliendo para el cine, el teatro y hasta la televisión. No podemos olvidar sus recitales en universidades y colegios mayores, las giras por casi toda Europa, los conciertos con las gentes del jazz y el rock, el proyecto de fundir las músicas de Cuba y África con el cante y del que nos dejó una pincelada en las playas del Peñón del Cuervo...

En la espera siempre nos queda el consuelo helado del internet profundo. Hay que saber teclear y ser diestro en el difícil arte del navegar, esquivar los virus y rechazar a los troyanos, pero allí se encuentran al fin algunos tesoros que sirven para calmar las ansias: unas bamberas en la Peña El Mirabrás, el Caminito que le cantara a Fernán Gómez, una soleá de nueve minutos en La Unión, las peteneras para que se lucieran en el baile Rosa Durán o Sara Lezana, la presentación de su Misa Flamenca en los arrabales de París...

A Morente, una tarde, después de darnos un atracón de churros en Aranda que calmamos con bicarbonato y buchitos pausados de agua, nos lo cruzamos en su coche por Atarazanas. ¡Maestro!, le gritamos sin contener la emoción, y él nos devolvió el saludo como si estuviera saliendo por la Puerta Grande. Siempre soñó con ser torero.

*Justo Pérez Valle es profesor de Lengua y Literatura IES Salvador Rueda (Vélez Málaga)