'Ayer no termina nunca'

Dirección: Isabel Coixet. Intérpretes: Candela Peña, Javier Cámara

A estas alturas, dos cosas claras sobre Isabel Coixet: primero, aunque hiciera El Padrino 2, muchos la pondrían a caldo; segundo, jamás va a hacer El Padrino 2. Esta directora da rabia a muchos: a algunos, por el tono afectado de sus películas; a otros, los lectores de ABC, por haber hecho Escuchando al juez Garzón; al resto, simplemente por su habla atropellada y sus gafas de colores, fíjese usted qué tontería. Ayer no termina nunca no va a cambiar el panorama, desde luego. La Coixet busca aquí una piece de resistance en su carrera, pero la cosa se queda acartonada, fallida, pedestre.

No, esta larga conversación entre una pareja que lo fue no es un antonioni o un zurlini; los diálogos buscan la cotidianidad pero caen en la nadería y el lugar común -quizás mejor, porque cuando apuntan alto caen ladrillazos como: «Tengo todo el derecho del mundo a cada centímetro de mi dolor»-, las imágenes en off -los parlamentos de los subconscientes, los planos metafóricos- puntúan el drama de una forma gratuita, inútil, con un vergonzante lirismo de spot? No es lo peor: aquí sobrevuela ese aire impostado de tragedia como en buena parte del cine de la catalana -recordemos, ha hecho películas sobre una joven madre enferma de cáncer, una sorda que se enamora de un obrero medio ciego, otra enferma de cáncer que tiene un rollete con un profesor, y así-. Es como si insegura ella, también guionista, no confiara suficientemente en los personajes y sus peripecias y los forzara al máximo del drama para buscar la empatía del espectador. Se pone tan innecesariamente intensa la Coixet que, a veces, el personaje de Candela Peña -con todo, ella, la actriz, es lo mejor de la función, de lejos- tiene cosas de Belén Esteban. Por no hablar de la contextualización de la historia de Ayer no termina nunca: mucho más que un decorado o un telón, la crisis económica es un personaje más de la película; el malo, el villano -los recortes matan: sutil-. Todo tiene la profundidad dialéctica de los comentarios a un post de cualquier opinador de moda.

Quizá debiera Isabel Coixet aligerar de piedras su mochila de la culpa mundial, confiar un poco más en sí misma y centrarse en los aspectos más naturalistas y desenfadados de su cine -aquí refrescan, por ejemplo, las puyitas a Coldplay y Celine Dion-, en vez de incidir cansinamente en cierta circunspección que suena forzada, aburrida, inane.