ZonaZine abrió ayer sus pases con algunas escenas de desorganización -típicas de estas proyecciones, en las que se mezcla el público, con butacas compradas, y la prensa, que busca su asiento como puede- y ese aire de cierto amateurismo propio del concurso alternativo -empezó la rueda de prensa... ¡cuando no habían terminado los créditos de la película!-. Pero vayamos al cine, a la película El efecto K, el montador de Stalin, de Valentí Figueres, que nos presenta -según la sinopsis- «la extraña y asombrosa historia de un hombre que supo decir no al camarada Stalin». El hombre es Maxime Stransky, un personaje inventado, ficticio; un actor, espía y aventurero de la Revolución, falsificador y productor de Hollywood, el montador de cine de Stalin; un hombre que pasó de detonar el jueves negro a participar en la Guerra Civil española, chivar a Stalin los planes nazis, robar información sobre la bomba atómica, ser víctima de la caza de brujas de Hollywood... Una suerte del primo soviético de Zelig, el personaje del filme homónimo de Woody Allen, o de Forrest Gump, ese señor que siempre estaba en los momentos clave de la historia sin comerlo ni beberlo.

La cinta, definida por su autor como «una road movie histórica», se apoya en las supuestas filmaciones amateurs y en las home movies privadas del protagonista -recordemos: un personaje fabulado-; todo para explorar una dicotomía, «la de la URSS y EEUU, cine-ojo y cine-dedo, la verdad y la falsedad». ¿El resultado? Contradictorio para quien firma estas líneas: coexisten imágenes dignas de admiración y otras, justo al contrario. Es un trabajo que busca pero peca de pretenciosidad sin atrapar y convenciendo sólo por momentos. Por no hablar de la agotadora voz en off... «Queríamos que se pareciese a un documental soviético, que tuviera ese sensación de aplastamiento que tienen», argumenta Figueres. A fe que lo consiguió: en algunos momentos, su película aplasta.

Corta y pega

El efecto K es un corta y pega de un sinfín de imágenes de archivo y grabaciones ex profeso, imágenes modernas de actores un tanto simplonas; todo es un juego que parte del caballo de batalla conceptual de su director, resumible en dos frases que se repiten ad nauseam a lo largo del metraje: «Montar las imágenes es tener el poder de mostrar la realidad como quieres que se recuerde» o «El pasado es imprevisible».

Jordi Collado es el protagonista de la cinta... Y algo más: «Valentí y yo hicimos un trabajo de mesa brutal; entre los dos creamos a este personaje, para el que me tuve que documentar muchísimo». Además, Collado aporta una porción del trabajo de cámara: «Como actor es un premio que te dejen participar no sólo en la interpretación sino también en la grabación de esta forma».

En suma, El efecto K es un proyecto malogrado, bastante ingenuo -para lo bueno y para lo malo- , que abarca mucho y, lamentablemente, aprieta bastante poco.