Toti Vega Carrillo (Málaga, 1922) sonríe cuando le comentan que se parece mucho a Imperio Argentina. Y sin embargo, la Guerra Civil de su infancia fue la culpable de que dejara de cantar. «Estaba yo un día con mi abuela en Madrid cantando Échale guindas al pavo, en ese momento comenzó un bombardeo, nos fuimos al sótano y desde entonces cada vez que cantaba me paraba porque me parecía que iba a ocurrir algo malo». Toti ­-Clotilde- asegura que sólo canta La Internacional y al mencionar el himno, en su cara surge entonces una sonrisa que resume toda una vida comprometida con sus ideas.

Esta niña de la guerra vive hoy a caballo entre Bruselas y El Palo, donde estos días su marido belga Paul y ella comparten el piso con Marcos Ana y su pareja, Vida Sender. Marcos Ana, que aprieta la mano con afecto y parece repartir bondad con los ojos, es el histórico preso político que pasó 23 años en la cárcel durante el Franquismo. Hoy sigue exprimiendo la vida a los 94 años.

También Toti vio su vida truncada por la rebelión militar. Nacida en Málaga e hija única, su padre tenía una ebanistería en la calle Císter. Durante la República sus padres se divorciaron (una auténtica novedad en España) y marchó con su madre a Madrid, donde su tío era maestro de la nueva hornada de jóvenes profesores. Estalló la guerra y Toti recuerda como si fuera ayer los bombardeos: «Vivía cerca de Fuencarral, allí llegaban los obuses porque nos bombardeaban con avión y con cañones. Madrid, que no cayó, estaba rodeada salvo la salida para Valencia».

En 1937, ante el riesgo para su vida, como miles de niños la malagueña tuvo que dejar a su familia y partir sola para Valencia. «Mi madre y mi abuela lloraban y yo lloraba de verlas llorar».

No volvería a ver a su madre hasta 5 años después. Viajó junto con 36 niños a la zona republicana pero la guerra les obligó a subir hasta Mataró, y tras dos años en una gran finca abandonada por sus dueños, tuvieron que cruzar los Pirineos a pie y con nieve.

«El camión que nos llevaba no cabía, tuvimos que ir a pie. Yo me caí de noche por un precipicio. Menos mal que había matorrales y árboles que frenaron la caída. Perdí la maleta y la mantita que llevaba», recuerda. Su profesor le tiró varias mantas atadas y pudo subir hasta la carretera.

En Francia, un campo de refugiados y luego, tres meses para cruzar el país y llegar a Bélgica, donde el grupo de niños de la guerra fue adoptado por familias, como otros 15.000 niños españoles . «Llegamos a Ostende llenitos de sarna, los médicos nos señalaron una bañera llena de azufre y decíamos que no queríamos meternos en ese agua amarilla», sonríe.

A Toti Vega la adoptó la familia Corma, su padrino había sido corresponsal de guerra en España. Pero el respiro duró poco. Bélgica, pese a ser neutral, es invadida por Hitler y su padrino, comunista, debe esconderse. «Todavía recuerdo los soldados alemanes desfilando por las calles. No se me olvida». La malagueña decidió entonces colaborar con la resistencia belga. «Yo era estafeta, repartía el correo entre los camaradas que estaban escondidos», cuenta. Y confiesa que, después del miedo pasado durante la Guerra en España, ya no sentía miedo. En una de las casas, por cierto, tenía un código con la dueña: si en el poyete de la ventana, generalmente despejado, aparecía una maceta, había peligro y no debía entrar.

Toti Vega tampoco olvida el día que comprobó que su madrina huyó con los niños y su padrino se escondió. Se quedó sola, aunque este cuidó para que se alojara en casa de unos republicanos españoles. Por fin, en 1942, tras muchas gestiones y una primera negativa alemana, logró regresar a España pero en la frontera se topó con una triste sorpresa: «No me dejaban continuar porque era menor de edad. Y eso que venía sola desde Bélgica». Su madre tuvo que reunir dinero para ir a por ella. Se vieron por fin en unas naves del Auxilio Social en Fuenterrabía. Y en 1948, gracias a su familia de adopción, Toti pudo regresar a Bélgica a seguir formándose.

Allí conoció a Paul Mandeville, su compañero durante más de seis décadas, con quien ha tenido dos hijos. En este reportaje falta la sonrisa de Toti Vega, su claridad de ideas, el tono tranquilo con el que asume una vida que se le presentó cuesta arriba, en el peor de los escenarios. Todavía hoy, a sus 92 años, su marido y ella siguen acudiendo a cuantos actos se celebran en homenaje a la II República y quienes lucharon por ella. En ellos Toti sí que canta, feliz, La Internacional.