La Feria de Málaga dejará la ciudad este fin de semana. Ese acontecimiento legendario que nos ha recordado algo para siempre: con determinados concejales de Fiestas todo será posible y que una frase puede dar para mucho juego, sobre todo, cuando todos los medios nacionales pasan por la sequía informativa del agujero de verano. Éste encuentra en el mes de agosto a su máximo exponente. «Hasta el año que viene», se dirá hoy bajo una lectura sosegada que sostiene, de alguna manera, que Málaga no asistirá a espectáculos circenses hasta el alumbrado del año que viene. Lo que no saben estos nostálgicos de saludar a los operarios de Limasa mojando el churro en un vaso de whiskey, es que, a partir de la semana que viene, dará inicio lo que de manera cursi siempre se ha denominado como la fiesta de la democracia. Esta semana nos ha enseñado que feria y fiesta son la misma cosa. Por ello, a las próximas elecciones generales de diciembre también se les podrá denominar como la Feria de la Democracia. Aunque usted no se haya dado cuenta todavía, cuando acabe el mes de agosto, Málaga estará metida de lleno en una campaña electoral. Sin carteles todavía, pero con mucha voluntad de hacerse notar. Ese es el motivo por el cual empieza a ser urgente, después de que nos hayan llamado a todos y a todas a comportarnos de manera cívica y responsable a hacerlo de la misma manera con nuestro voto.

Emerge, entonces, entre olor a vomito y lejía, la fase previa a las elecciones y surge la pregunta precisa de a quién votar. ¿A los oportunistas o al partido sin corazón? Creo que los abuelos malagueños de los pueblos han votado tradicionalmente a los oportunistas y los abuelos malagueños de la capital votan al partido sin corazón. Personalmente, mi padre ha optado siempre por el candidato que le resultaba más agradable a las mujeres. Mi madre, siempre, ha votado al candidato más guapo. Esto, obviando a ZP, no ha sido siempre muy beneficioso para el PP. En las próximas elecciones generales se abre un amplio abanico de posibilidades. A los oportunistas y al partido sin corazón, se le suman los amigos de la confluencia popular orientados ecológicamente, los nuevos oportunistas antiricos y el nuevo partido sin corazón naranjito. Yo quiero afrontar las elecciones sin entregar el voto de forma incondicional. Resulta complicado porque a cada partido se le puede buscar el lado positivo.

A veces, es necesario ser un poco oportunista porque a todos nos gusta caer bien. Los oportunistas siempre harán aquello que esté liderando en ese momento las encuestas del CIS. Cuando gobiernan, uno nunca sabe lo que atenerse. En ese sentido, el partido sin corazón siempre se ha mostrado más previsible. No tener corazón, a bote pronto, no te hace ser muy simpático. Pero, después de darle un euro al tercer músico que te acecha en la terraza, no tener corazón puede resultar muy útil. Reflexionar sobre el voto es duro y cansa. Quizá, por ello, España sea el país del voto incondicional.