Domingo, 12 del mediodía. La resaca del sábado noche aún mantenía con poca vida las calles de Almería. Pero fue una riada de malaguistas la que rompió poco a poco el silencio de la tranquila ciudad almeriense. Fue una invasión pacífica de más de un millar de aficionados del Málaga, pero no exenta de protagonismo.

Desde primera hora de la mañana cientos de malagueños partieron hacia la vecina provincia para disfrutar de un día de fútbol y, sobre todo, de fiesta. De un tiempo a esta parte, las visitas al rival rojiblanco están cargadas de festejos y ayer no fue menos. Hermanamientos, comidas conjuntas, cánticos de alabanzas entre unos y otros y piques sanos con el fútbol como pretexto. Incluso algunos repartieron abrazos e intercambios de bufandas como si fueran primos lejanos separados por los kilómetros y el tiempo.

Pero la fiesta comenzó mucho antes. Ya en la carretera y de camino a Almería, cada cruce entre vehículos particulares era sinónimo de jolgorio y celebración. Bufandas al viento y cánticos de cláxons a más de 100 kilómetros por hora.

La de ayer era, sin duda, la mayor demostración de que dos ciudades vecinas pueden asistir a un partido con rivalidad sana y sin altercados de renombre. Prueba de ello fue el pequeño hermanamiento entre aficiones una hora antes de comenzar el partido en los aledaños del estadio.

Lo cierto es que Almería fue por momentos una pequeña colonia malaguista. A primera hora de la tarde, cada bar contaba con al menos un par de casacas blanquiazules en sus terrazas.

Y por supuesto llegó el partido. Como una improvisada ´Curva´ al más puro estilo Malaka Hinchas, la afición del Málaga fue ubicada en uno de los fondos del Estadio de los Juegos Mediterráneos. Y no defraudó. Agotó el papel para la zona visitante, animó durante los 90 minutos como si le fuera la vida en ello y demostró, una vez más, que los malaguistas son el mejor aval de este club. Rugió con el gol de Quincy y no se vino abajo con el empate. Al final, cómo no, el equipo devolvió con aplausos el apoyo.