5,200 kilogramos. Esta es la cifra que marcó la báscula donde Toribio González pesó la seta recolectada el pasado domingo en su finca de Montecorto. «Es una zona donde nacen setas de gran tamaño y aunque suelo salir a buscarlas nunca las había visto tan grandes», explicó el rondeño.

González, que trabaja de camarero en el bar El Campillo, expuso durante todo el día este ejemplar en una de las mesas exteriores del establecimiento, donde turistas y rondeños pudieron conocer de cerca uno de los regalos que a veces proporciona la Serranía de Ronda.

«Seremos los empleados del bar quienes degustemos esta gran seta y lo haremos pronto para que no pierda calidad», explicó el rondeño.

Asimismo, calculó que «unas ocho personas podrían comer sin quedarse con hambre con esta seta». En cuanto a la receta, el rondeño señaló que «será cocinada sólo con sal, aceite y ajo».

Concretamente, se trata de una seta de cañaheja (pleorutus eryngii var) que crece en pastizales de montaña, sobre todo en las calizas, cuya recogida, que coincide con la mayoría de especies micológicas, tiene lugar en la época en la que se produce la bajada de temperaturas y aparecen las primeras lluvias del otoño.

La Serranía de Ronda se convierte en un lugar idóneo para la aparición de estos hongos por la humedad que contiene el suelo, gracias a los numerosos arroyos y ríos que atraviesan las montañas. Zonas como la Sierra de las Nieves, la Meseta de Ronda, el Macizo de Libar, el Valle del Guadiaro y el Valle del Genal, son las de mayor producción.

La importancia de la micología se ha extendido al mismo ritmo que el atractivo de muchas actividades que tienen como escenario el medio ambiente. Ejemplo de ello son las jornadas micológicas que se llevan a cabo en diferentes municipios, como es el caso de Júzcar, que alcanza esta misma semana su sexta edición y donde existe una gran tradición en la búsqueda y recolección de setas hasta el punto de que este municipio cuenta incluso con un Centro de Interpretación Micológico.

El pasado mes, los medios se hacían eco de la seta de 6,100 kilogramos, de la especie astaputza que un vecino de Irura, en Guipúzcoa, encontraba durante un paseo por la montaña. Pero a diferencia del ejemplar encontrado por Toribio, aquella no era comestible.