Zapatero está bajo el volcán. Las últimas encuestas registran un nivel de popularidad inferior al que tuvo Aznar cuando la guerra de Iraq. El rechazo al ´zapatazo´ que recorta sueldos a funcionarios, pensionistas y dependientes es muy abultado y crecerá a medida que los sindicatos perfilen su calendario de movilizaciones con horizonte en una huelga general. Anunciar recortes de pensiones y sueldos de funcionarios sin consultar con nadie ha desconcertado a los interlocutores sociales: las pensiones se regulan por ley y son fruto del llamado Pacto de Toledo; para los sueldos de los funcionarios se había firmado un acuerdo trianual con la vicepresidenta De la Vega.

La improvisación, base metodológica de la forma de gobernar de Zapatero, esta vez se le ha vuelto en contra. Nadie entiende el giro copernicano en su discurso salvo como efecto de la imposición de Berlín y París, pero esa circunstancia que describe de manera descarnada la pérdida de soberanía, no exculpa sino que agrava la situación. La opinión publicada roza la unanimidad: Zapatero se ha quedado sin crédito político. Su figura pierde pie incluso entre los votantes socialistas. Su liderazgo aparece como una estatua, aislado del paisaje que le rodea. Sólo una recuperación palpable de la actividad económica que llevara aparejada una reducción significativa de la tasa de desempleo –hoy pasa del 20 por ciento–, podría salvarlo de la quema. En política, dos años son una eternidad y todo es posible en tanto tiempo, pero con la perspectiva de hoy, parece que a laico tan notorio sólo le podría salvar un milagro.