Como en aquella preciosa habanera, las rachas en el fútbol son olas que vienen y van. Sobre todo las buenas, porque las malas, salvo a causa de mala fortuna, suelen ser endémica. Les ocurre lo mismo a los delanteros, que a veces no ven puerta cuando otras enchufan los goles hasta con el culo.

El Madrid no está en mala racha, sino que anda su camino desde hace ya demasiado tiempo en un tobogán. El problema es que casi siempre le coge los momentos decisivos en la onda baja. Lo mejor son las pretemporadas: grandes fichajes, espectaculares presentaciones, renovadas ilusiones y sempiternas alusiones a la grandeza del club, ventas multitudinarias de camisetas, recibimientos en tierras lejanas como si de Jefes de Estado se tratara, contratos publicitarios relevantes, etc. ¡Ah!, y eso sí, las goleadas a equipos menores ya metidos en harina. Los problemas empiezan en los primeros partidos contra rivales de nivel similar o parecido. Cuando hay que meter la pierna y elevar el corazón, porque la inteligencia y la clase se le suponen y son equiparables a los de enfrente, empiezan los temblores. Es decir, el Barça antiguo, que tanto ayudó a los éxitos del Real Madrid.

Cuando don Santiago, el indiscutible presidente que le donó su apellido al estadio, funcionaba la santiaguina como arenga de casetas en tardes difíciles, y se hicieron legendarias las broncas presidenciales a sus futbolistas. Ahora, por el contrario, se llevan los sermones florentinianos en el antepalco del estadio, tanto por la voz como por el contenido, y los destinatarios de tales moralinas suelen ser los periodistas o algunos grupos de aficionados merengues, «antimadridistas todos», según Pérez.

Como no hay nadie perfecto, y en el fútbol menos, Bernabéu tuvo un fallo clamoroso en lo deportivo: no fichar a Cruyff, que lo tuvo hecho antes de que el Barça se fijara en él. Y es que, como ahora ejerce el aficionado Pérez, don Santiago llevaba en la mano la política de fichajes. Pero lo hacía tanto con los grandes como con los modestos o simples promesas. Un ejemplo paradigmático de lo primero fue Di Stéfano, así como Pirri o Gento lo fueron de lo segundo. Pero claro, el almanseño había sido delantero centro del Madrid, técnico, delegado y directivo, antes de ser presidente; y entendía del asunto. De hecho no tuvo brillo profesional alguno al margen del fútbol, y murió con la misma modestia que había vivido siempre. Don Florentino, por el contrario, es ingeniero de caminos, aunque haya ejercido poco; fue político modesto con la UCD y aspirante frustrado a más con la desastrosa operación Roca del Partido Reformista, a mediados de los ochenta del siglo pasado; es un empresario de fortuna, y rutilante desde que llegó al Madrid en el 2000, con mucho éxito desde entonces, tanto en España hasta su dimisión en el 2006 como en el extranjero desde su retorno en el 2009 -¡qué listo!-, y se le supone una fortuna personal importante. Lo tiene todo para haber podido ser un extraordinario presidente: formación, brillantez, educación, inteligencia, posición, ausencia de inclinaciones hacia el dinero del club, prestigio social, etc.; pero con su manía de hombre orquesta, desde su autoproclamada sapiencia futbolística -él cree que de lo que de verdad entiende es de fútbol, cuando lo que tiene acreditado es saber de negocios y de relaciones públicas palqueras- logrará salir como suele ocurrir en el fútbol: a gorrazos. Y será una pena, porque veremos cómo deja el club y lo que hallan en sus alcantarillas los sucesores. En lugar de vivir demasiado entre los obligados toboganes futboleros, hasta casi hacer de su irregularidad una seña bufa de su personalidad, podría haber mantenido al Real sobre la estela de su legendaria grandeza.

El Barça anda ahora en el rebufo de su década mágica en lo futbolístico, pero también ha hecho suya una bajeza que le debería ser ajena por todos sus posibles: dirigentes filibusteros, indecorosos manejos contables, trampas fiscales, devaneos políticos, etc. De ahí la pena de los sucesivos toboganes extradeportivos que enturbian lo que podía haber sido una gran imagen de club ejemplar. Y deberían andarse con cuidado porque sus celebrados Messi, Suárez y Neymar podrían verse afectados por ello, además de no ser eterna su eficacia, como nada en el fútbol. Así que deberían sumar la prudencia a la euforia culé.

Y el Atlético de Simeone, mientras, trepando con esfuerzo, imaginación y humildad y amenazando, como otros en política, el bipartidismo reinante.