La ecología política tiene una visión del mundo, un proyecto de vida buena y un programa de cambio. Su discurso se apoya en dos elementos centrales: la sustentabilidad y la «democratización de la democracia». En España se consideran ecologistas: el 5,0% de los ciudadanos como primera opción; y el 6,4% como segunda opción, según el CIS de abril de 2017. El 11,4% de ciudadanos para empezar a romper las barreras electorales. Entonces: ¿por qué no triunfa la opción verde en España? Esta es una pregunta que me he formulado muchas veces.

Quien posee los medios de producción es el dueño de la riqueza. Así pues la pugna entre derecha e izquierda gira sobre la propiedad de los medios de producción y la redistribución de la riqueza. Pero la redistribución de la riqueza en nuestra sociedad sólo es redistribución del consumo, a través de una producción que no sujeta a límites para que el bienestar pueda alcanzar a todos. Entre derecha e izquierda hay diferencias sobre el nivel máximo o el óptimo de producción. Pero la producción no sujeta a límites es un dogma pacífico. Es, sin embargo, desde este límite, el del planeta, desde donde los ecologistas señalan que habría que haber realizado el debate tanto de la producción, como de la redistribución. Y es desde él desde donde se deberían haber realizado los debates que derivan de él: tipo de economía, condiciones laborales, modelo de democracia.

La limitación de la producción y su subordinación cuantitativa a los límites biofísicos del planeta, uno de los principios centrales del ecologismo, es, sin embargo, un torpedo en la línea de flotación tanto de la izquierda como de la derecha. Muestra la inmundicia del dogma de sociedad industrial: la destrucción ambiental, que en España está reconocida, a nivel constitucional, como un derecho fundamental, bajo el manto de la libertad de empresa. Inmersos en el corto plazo, el debate queda enmascarado por el desvío de la disputa hacia la redistribución de la riqueza. El debate sobre la producción es sustituido por controversia sobre aspectos parciales derivados de la producción -el medio ambiente, las energías renovables, la economía, el mercado de trabajo- que no fijan la conexión de estas polémicas con los límites que impone el planeta a ésta. Estos debates son batallas sectoriales, secundarias, aisladas, pues para el capitalismo los daños ecológicos pueden repararse sin interrumpir los mecanismos de mercado y de acumulación de riqueza. La mayor prueba de ello es que la crisis climática aún no está en el centro del debate político.

Impregnadas todas las fuerzas políticas, en mayor o menor medida, de aspectos sectoriales del programa ecologista, el espacio político verde es ocupado tanto desde la izquierda como desde la derecha, al tiempo que el ecologismo es expulsado de la centralidad del tablero político hacia sus márgenes, desde donde sólo puede ejercer un papel subalterno. Derecha e izquierda ganan legitimación, a la vez que el ecologismo se descapitaliza por dilución y marginalidad. Para las fuerzas políticas productivistas la Naturaleza no es políticamente relevante. El debate de la conexión entre sustentabilidad y democracia, por tanto, no existe. El medio ambiente sólo es una cuestión técnica, dejado en manos de técnicos, cuyas propuestas se dirigen a hacer más eficiente la máquina productivista. Menos consumo por unidad de producto, admite una mayor producción en términos de cantidad. Ello se traduce en mayor beneficio, con el mismo daño ambiental. No importa. Lo que cuenta es que todos estén contentos, tanto a derecha como a izquierda. A pesar que la sobreexplotación es la causa del agujero de la capa de ozono, del cambio climático, del agotamiento de recursos o de la crisis de biodiversidad, esos inconvenientes se venden como complicaciones medioambientales de la sociedad industrial, no como efectos de la hiperproducción.

El debate central sobre la producción queda, así, velado, enmascarado, por debates parciales, que transmiten la apariencia de que se está trabajando en la dirección adecuada, suficiente, cuando en realidad se hace poco o nada. Y se imputa la actual situación a los comportamientos individuales, no al funcionamiento del sistema capitalista. La misión del ecologismo es lograr que la disputa política central sea el combate contra el productivismo, el rediseño de la seguridad ambiental y climática y la proyección de una nueva prosperidad colectiva, señalando el deterioro del bienestar -individual y colectivo- derivado de causas ambientales, la cual debe ser acompañada del quehacer de la democratización de la democracia, una de cuyas tareas es abrir al diálogo y a la deliberación social el contenido de la sustentabilidad.

Para ello hemos de preguntarnos hasta qué punto responden las democracias, en su actual configuración, a los imperativos de una crisis climática que afecta potencialmente a la supervivencia de los ciudadanos, de las generaciones futuras y del mundo natural. ¿Cuáles son las alternativas? La democracia verde. En contra de lo que pueda parecer el espacio político del ecologismo está virgen, pues «la sensibilidad política ecologista en España se encuentra en la denominada izquierda verde». Corresponde a las fuerzas ecologistas, por tanto, si desean ocupar el sitio que les corresponde en el centro del tablero político, diseñar el framing que muestre su visión del mundo, su proyecto de vida buena y su programa de cambio. Los ciudadanos lo esperan con expectación.