Málaga se está convirtiendo en una ciudad inhóspita para sus habitantes. El boom turístico producido por la llegada masiva de cruceros, entre otros factores, ha provocado una subida de precios, no solo en bares, restaurantes y mercados, sino, y lo más preocupante, en los precios de la vivienda. Buscar un piso de alquiler, se ha convertido en misión imposible. Precios disparatados que no se corresponden en absoluto con la calidad de la vivienda. Aquellos ciudadanos que tenían la suerte de vivir en un lugar con cierto interés turístico, o bien por su cercanía a la playa o al centro, están siendo invitados a dejar sus pisos para que así, los dueños de éstos, puedan convertirlos en alquileres vacacionales. Pero, no nos engañemos, siempre ha ocurrido esto en Málaga. La diferencia es, probablemente, la aparición de portales de Internet de alquiler vacacional tales como Airbnb. Dinero fácil y rápido sin pasar por las ambiciosas manos del Fisco. La ciudad está enferma de codicia. Lo más hiriente es que los sueldos, especialmente de los trabajadores del sector servicios, no han experimentado subidas significativas. A algunos empresarios voraces, no les tiembla el pulso al despedir a sus empleados a la mínima queja o reivindicación. Siempre hay una cola de miles de personas en paro esperando para entrar en esta rueda de semi-esclavitud. Jornadas de 12 horas pagadas a precio de coste. En la naturaleza humana está el prosperar, los jóvenes, ávidos por empezar una vida independiente, aceptan condiciones de trabajo inhumanas con tal de entrar en el mundo adulto. Y no hay manera de parar este círculo vicioso. En algunas empresas, aparentemente consolidadas, sus trabajadores llevan años con los sueldos congelados. Sin embargo, los precios en la ciudad no han hecho más que subir.

Mucho tenemos aún que aprender de ciudades como Berlín, ciudad amable donde las haya, que se puede recorrer de cabo a rabo en bicicleta, gracias a una red de carril bici de calidad y cuidada con mimo por su ayuntamiento. Y en donde, tanto los alquileres como los precios de bares, restaurantes y mercados, se adaptan a los sueldos de sus habitantes.

José Luis González Vera, articulista del periódico La Opinión de Málaga, afirma en su artículo del 30 de julio: «(…) la Málaga del siglo XXI es una ciudad inventada por el delirio hostelero de un alcalde al que palmean, jalean y aconsejan una serie de grupos de poder interesados en la revalorización del suelo urbano, pues poseen suelo, y en el monocultivo del sector servicios pues disponen de ese suelo para locales sustentados por una mano de obra barata».

Sin ánimo de ser fatalista, más bien realista, diré que no creo que el asunto mejore. La cantidad de museos que han abierto sus puertas en la ciudad en los últimos años, 36 para ser más exactos, constituyen una perfecta cortina de humo para tapar lo evidente: ciudades diseñadas única y exclusivamente para el disfrute del turista, pero absolutamente inhabitables para los oriundos. Y seguiremos así hasta que nuestros dirigentes, unidos en un extraño Pacto de Codicia, conviertan, no sólo esta ciudad, sino toda Andalucía, en el bar de Europa.