La Academia de Cine ha concedido a Pepa Flores, Marisol, el premio Goya por su trayectoria cinematográfica. En este artículo, el productor teatral Nacho Artime relata su colaboración con la actriz y cantante en la obra de teatro Quédate a desayunar, que supuso el debut de Pepa sobre las tablas, en 1973, en la época en la que conoció a Antonio Gades.

De pronto, así como de repente, un rayo de luz entró por una ventana de esa discutida Academia del Cine Español y cayeron en la cuenta de que había llegado, hace como 60 años, un ángel a nuestras vidas para quedarse para siempre. Era una chiquitina de 11 años, rubia, chatina, con unos inmensos ojos azules que tanto enamoraron. Y un gracejo malagueño y una espontaneidad inédita en nuestro cine. Descubierta por esas casualidades del destino en un programa de nuestra tele en blanco y negro por un tal Goyanes, fue uno de los grandes aciertos de toda la historia del cine español. Goyanes era yerno de Benito Perojo, el gran productor de aquellos años 50, y habían hecho una enorme fortuna con las películas de Sara Montiel.

Así que Pepa Flores caía en buenas manos. Tantas, con todo lo discutible de abuso empresarial con una niña de su edad, que aquel prodigio hizo nada menos que veintidós películas entre niña y mujer. Y esa discutible Academia se da cuenta ahora de que la ahora maravillosa abuela merece un premio a toda una carrera, o sea, un Goya de Honor. ¡Ahora! Un poco más y nuestra adorada Pepa tendría que recoger su merecidísimo premio en silla de ruedas. La noticia del premio la ha devuelto a las news.

Cómo no. En un rincón de la mente aun conservamos algo de ella. Sin embargo, se ha perdido en ese recuento a toda una vida un hecho esencial para ella: su experiencia teatral única. Debut y despedida. Pero de nuevo el destino le tenía guardado un hecho vital.

Era el año 1973. Pepa se había separado de Carlos Goyanes, hijo y nieto de sus productores, tras una relación de tres años de fracaso en fracaso. Gran parte de culpa fue de sus manipuladores: no le permitieron conocer a nadie mas. Y Pepa aun no había madurado. Había dado el difícil paso de convertirse en casi una mujer, pero eso era en la ficción. Así que tuvo que empezar una nueva vida. Y a partir casi de cero. Siempre acompañada por su madre, María -mujer encantadora y guapísima, por cierto-, cambió de mánager. Se hizo cargo de su carrera Paco Gordillo, un estupendo representante que llevó siempre las riendas de Raphael. Y más tarde las de Rocío Jurado. O sea, caía de nuevo en buenas manos. Y tenía que aprender otra dura lección: vivir sola.

Gordillo amaba el teatro. Y la idea fue de él: ¿por qué no buscáis un vehículo para la Pepa y la hacemos debutar no en un musical sino como actriz dramática? Jaime Azpilicueta y yo mismo encontramos un texto que estaba triunfando en toda Europa.Quédate a desayunar. Dicho y hecho. No era un guante hecho a su medida. No era como los guiones de esos musicales a la española tan condicionados en la historia para buscar pretextos a las canciones. Era una divertida comedia llena de risas y con toques dramáticos. Se necesitaba un primer, primer, actor, que era en realidad el protagonista. José María Rodero era ese actor, el mejor de aquel tiempo, uno de los mejores de la historia. Ya en la primera conversación dijo que sí, por supuesto, que trabajar con Marisol sería un enorme placer.

Todo iba sobre ruedas, cuando esas cosas te llevan a un final feliz empujadas por la brisa de la vida. Yo tenía una gran amistad con Camilo Sesto, el ídolo de moda. Y le pedimos que compusiera una canción para que la grabase Pepa con el título de la obra. Ayudaría lo suyo en otro tipo de promoción. Azpilicueta y yo hicimos el texto de la canción y el mismo Camilo fue el productor del disco. Aun no habíamos hecho el gran proyecto de Jesucristo Superstar, que seguía prohibido por la censura franquista. Pepa se hinchó a firmar discos en el mismo teatro. Y fue un hit a nivel nacional.

Y llegó el ansiado estreno. Teatro Principal, Zaragoza, 8 de noviembre de 1973. Solíamos hacer eso cuando el proyecto era difícil. Unos días en ese magnífico teatro soltarían los nervios de Pepa y había lugar y tiempo para rectificar fallos y sobre todo para medir el ritmo correcto. Y fue una maravilla de estreno.

Gran sorpresa del público a la entrada de Pepa a escena. Marisol hacía el papel de una hippy desnortada que estaba embarazada y tan a punto de dar a luz que recurre a su vecino porque no tiene la menor idea de qué es un parto.

¡Fue recibida con una gran ovación! Y eso da seguridad. Nunca podré olvidar ese estreno. Hablo muchas veces de una cualidad que tienen algunos actores, pocos, y que se llama star quality. Eso es lo que tenía esa niña prodigio en cuanto pisó el escenario: calidad y cualidad de estrella.

Éxito rotundo y gran emoción. Me preguntaban no hace mucho si en el teatro aún se llora. Y yo contaba este ejemplo de Pepa. Ella lloró y nos hizo llorar a todos. Lloró porque sentía que ahora sí se había convertido en actriz y podría ser respetada. No era una intrusa en el teatro. Y ese saber pisar un escenario, corregir con ensayos su dicción malagueña, su nueva expresión corporal, fueron producto de que había una estrella de verdad en esa bellísima criatura.

Y una semana más tarde, estreno en Madrid, en el teatro Marquina, del que guardo grandísimos recuerdos. Ya no nos pilló de sorpresa el éxito tras la prueba tan positiva de Zaragoza. Y así estuvo durante cuatro meses, que era el compromiso con Marisol porque tenía pendiente una nueva película. Llenos a diario.

Fue una profesional perfecta. Es duro debutar en el teatro cuando se viene del cine y con la disciplina que exige su día a día no siempre se cumplen las expectativas. Pero no faltó a ninguna representación y el desvelo de Rodero al convertirse en su compañero y maestro fue esencial para descubrir matices del personaje y para crecer como actriz.

Pero el destino le hizo otro guiño: Antonio Gades. Justo casi puerta con puerta con el teatro, el equipo de Gades había montado dos restaurantes que se pusieron de moda y fueron un gran negocio. Tras la función, solíamos picar algo antes de dejar a Pepa en su nuevo piso de la Castellana. Muchas noches tomábamos la espuela mientras ella nos cantaba rancheras. Tocaba estupendamente la guitarra. Y una noche llegó Antonio a su restaurante y hubo miradas. Y feeling. Y romance. Y Marisol se convertiría para siempre en Pepa tras encontrar el amor.

Estaba muy cansada de su doble personalidad. Muy en el fondo, nunca le gustó del todo ser Marisol. Y lo cierto es que tuvo una niñez y pubertad muy complicadas. Por eso fue tan feliz como simple ama de casa, madre de tres niñas, lejos del mundanal ruido, hasta que volvió a quedarse sola.

Nunca más la volví a ver. Pero la brisa de la vida me hizo dos enormes favores. Vivir durante unos años en la casa en que habitó de casada con Goyanes, un estupendo ático junto al Bernabéu. La otra fue trabajar con su hija María Esteve en el teatro. María trató de convencer a su madre, por empecinamiento mío, de que viniera a Madrid a su debut en el teatro. Pero no hubo manera. Solo le dijo: «Dale un beso a Nacho, es buena gente». Tú sí que eres. Muy buena gente. Y que conste que también hiciste teatro, aunque fuera solamente una vez en tu complicada vida. debimos dejar de creer que somos: sus vigilantes.