El Málaga cerró el martes el grifo de goles encajados. Por fin el portero malaguista, en esta ocasión fue Roberto Santamaría, se marchó del partido sin tener que recoger el balón del fondo de su potería. Y es que de un tiempo a esta parte, acabar con al menos un tanto en el casillero de goles encajados se había convertido en un estilo de vida para el club de Martiricos.

Tuvo que llegar la Copa del Rey, un torneo por el que nadie apostaba ni un euro para dar la primera alegría doble de la temporada a los malaguistas.

900 minutos después de dejar la portería a cero ante el Atlético de Madrid en la primera jornada de Liga, el Málaga volvió a no dar trabajo al del marcador. Lo hizo con mucho sufrimiento, pero consiguió el cometido de no encajar ningún gol. Lo cierto es que le iba la vida en ello. Un tanto del Zaragoza habría complicado mucho la eliminatoria, pero el trabajo defensivo dio sus frutos y Roberto Santamaría cuajó una actuación sobresaliente.

Ése era precisamente uno de los puntos débiles del Málaga, la parcela defensiva. Los goles llegaban de todos los colores y si el equipo quiere conseguir más victorias debe de saber cerrar su portería.

Cierto es que de los diez partidos en los que el Málaga ha recibido uno o más goles sólo ha dejado de marcar en tres de ellos, pero verse con un resultado adverso ha sido uno de los mayores hándicaps del equipo.

Munúa, sin discutir. Precisamente esta sangría goleadora no ha puesto en el punto de mira a su portero habitual, Gustavo Munúa. El meta uruguayo ha sido de los mejores jugadores y de los más regulares del equipo, lo que le exime de culpabilidad. Pero la puesta en escena de Roberto Santamaría puede crear alguna duda a Muñiz para sus planes con la defensa.