«Yo soy probablemente la única otra persona que conozca el secreto, y lo obtuve en la dura escuela de la experiencia en la selva, respaldada por el estudio cuidadoso de todos los registros disponibles que había en los archivos de la república...».

Estas palabras están escritas por el indómito coronel británico Percy H. Fawcett y el secreto al que hace referencia se encuentra en el Documento raro 512, un manuscrito del Archivo Nacional de Río de Janeiro, que narra la expedición en 1753 de Raposo, un mercenario portugués y sus hombres por las selvas brasileñas, durante la cual descubrieron una gigantesca ciudad deshabitada, vestigio de una civilización perdida de cierto aire grecorromano.

Percy H. Fawcett, bregado en cartografiar la selva sudamericana al pie del terreno, persiguió el sueño de localizar esa ciudad maravillosa pero su rastro se perdió para siempre en1925. Con él viajaban su hijo mayor y un amigo de este, de los que nunca más se supo. Su fama fue tanta que Hergé, el padre de Tintín, lo convirtió en el explorador perdido Ridgewell de La oreja rota y en él se inspiró Steven Spielberg para crear a Indiana Jones. Sus andanzas han sido llevadas al cine en dos ocasiones, la última de ellas en 2016: Z, la ciudad perdida.

Ediciones del Viento publica ahora Viaje a la ciudad perdida de Z, los relatos de sus aventuras sudamericanas, recopilados a comienzos de los años 50 del siglo pasado por el hijo pequeño, Brian Fawcett. El volumen incluye un epílogo de Brian, en el que reconstruye el último viaje de sus familiares.

Además de tratar de localizar la ciudad de Z, como la denominó, con anterioridad Fawcett fue designado por la Royal Geographical Society de Londres, a petición del gobierno boliviano, para trazar la frontera entre Bolivia y Perú. Fascinado desde niño por las historias románticas de las conquistas de México y Perú (más por los indígenas que por las andanzas de los españoles), aceptó encantado y ante él se abrió un horizonte de aventuras, al tiempo que su familia, dispersa por el globo, se convertía en un trasunto del holandés errante.

En la penúltima carta, enviada a su mujer el 20 de mayo de 1925 desde un punto de la selva brasileña escribió: «Espero estar en contacto con la vieja civilización dentro de un mes, y llegar al objetivo principal en agosto. ¡A partir de ahí, nuestro destino está en manos de los dioses!».

Nueve días más tarde envió su última misiva y en años sucesivos empezarían a arribar historias fantásticas de supuestos encuentros con este explorador perdido y hasta la supuesta localización de un nieto de Fawcett, nacido de la unión de su hijo mayor con una indígena. Puro misterio. Y no se pierdan el dibujo que, como colofón, cierra esta sorprendente obra. Le encantará a los tintinólogos.