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Viajes

La senda azoriniana de Fernando Castillo

De la mano de Renacimiento, Fernando Castillo publica 'Atlas Personal', crónica de viajes que fija su amor por el paisaje y sus hombres

La senda azoriniana de Fernando Castillo

La literatura de viajes y paisajes siempre ha gozado de un rica tradición en España, una tradición que se alimenta a su vez de ese gran río literario europeo que navegaron escritores como Victor Hugo con sus Cuadernos de Viaje o Sthendal en sus Paseos por Roma. La atracción por sellar el recuerdo de los personajes, las tierras y los paisajes que le salen al encuentro o que visita a propósito, siempre ha movido la pluma y el quehacer de muchos escritores.

Fernando Castillo, es un escritor singular que ha destinado parte de su vocación literaria a dar luz a épocas, hechos y personajes que alimentan la historia universal de la infamia; retratando a personajes que en Paris sacaron tajada de su colaboración con los verdugos nazis (París-Modiano. De la Ocupación a Mayo del 68); o a La extraña retaguardia, que no es otra que la retaguardia madrileña durante los años que vivió en guerra y asediada hasta la entrada de las tropas de Franco, que alumbra a uno personajes sombríos en una ciudad en sombras por la oscuridad de la guerra. Aunque también ha repasado en Tintín-Hergé. Una vida del siglo XX tanto la trayectoria del dibujante belga como, álbum a álbum, la de su inmortal personaje .

Fernando Castillo es también un cosmopolita, un viajero incansable que sabe adaptarse y apreciar las diferentes culturas y modos de vida, de la tierra que pisa.

Ese es el hálito que fluye de su último trabajo Atlas personal que reune trece textos de viajes de Castillo a lo largo de cuarenta años. El viajero sigue esa senda que ya hollaron Azorín: España. Hombres y paisajes o Camilo José Cela: Viaje a La Alcarria.

En Atlas Personal, se cruzan paisajes y lugares muy diferentes, como explica el propio autor, que llevan de las tierras sin pan de Las Hurdes a Biarritz; del Portugal de los claveles tras la revolución de 1975 a la Francia profunda; de la Praga de la guerra fría al Madrid romaniano o la ruta románica de El Bierzo. En todos ellos el viajero repite la misma mirada, la del hombre que se funde con su entorno y al convertirlo en relato, lo engrandece y magnifica

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