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Tennesse Williams, antes del escritor

Alba editorial publica ‘Los perros oruga y otros cuentos de juventud’, una rotunda selección de relatos de juventud del autor de ‘Un tranvía llamado deseo’

Tennesse Williams

Tennesse Williams / Raquel Gómez

Raquel Gómez

En 1932, en plena Depresión, Thomas Lanier Williams se puso a trabajar en las oficinas de la International Shoe Company de Saint Louis, donde su padre, que le había obligado a dejar la universidad, era jefe de ventas. Allí pasaba pedidos a máquina, revisaba el inventario y garabateaba poemas y cuentos a escondidas en las tapas de las cajas de zapatos. El joven Tom, que aún no se había convertido en Tennessee Williams (1911-1983), retrató este periodo triste y opresivo en relatos como ‘Escalera a la azotea’ -cuyo primer título fue ‘Episodios de la vida de un oficinista’-, incluido en ‘Los perros oruga y otros cuentos de juventud’, que acaba de publicar Alba Editorial y que recoge las ambiciones literarias y el universo característico que acabó encumbrando al autor como uno de los principales dramaturgos de la historia de la literatura.

La galería de personajes azotados por las bajas pasiones, desorientados ante la vida y sus conflictos -que no pueden despertar en el lector sino una mezcla de pavor y ternura- se presentan ya en estos primeros trazos del teatro trágico sobre el viejo Sur que caracteriza la escritura de Williams. Cuando aún no había mudado de nombre ni conocido el sabor ingrato del éxito, el dramaturgo de Mississippi perfiló en estos cuentos de juventud la violencia soterrada de lo que se dio en llamar «gótico sureño», que encarnó con maestría y para la posteridad en cada uno de sus tipos posteriores.

Educado en el seno de una familia problemática, el autor de ‘Un tranvía llamado deseo’, ‘El zoo de cristal’, ‘La rosa tatuada’, ‘Una gata sobre un tejado de zinc’ o ‘Dulce pájaro de juventud’, entre otros títulos ya clásicos, utilizó la escritura como oasis para no acabar como sus personajes. Los ponía negro sobre blanco y se iban con la tinta, expulsados de la realidad: «El padre era prácticamente una nulidad. La señora Schiller lo presentaba ante todo el mundo como una enorme decepción. Nadie sabía qué esperaba ella de aquel hombre para haber sufrido semejante desengaño; el señor Schiller era de esos hombres de los que nadie espera nada en particular».

La madre de Tennessee era una sureña desequilibrada, sexualmente reprimida y con ataques de histeria; su padre un ludópata y mujeriego que se daba a la bebida y lo despreciaba desde muy niño por su delicadeza. Nunca lo consideró un hombre. El único consuelo del pequeño Tom fue su hermana Rose -a la que estaba muy unido- quien también enloqueció y fue recluida en un psiquiátrico donde le practicaron una lobotomía después de que atacara a su padre con un cuchillo. Ante esta escena disfuncional, el frágil adolescente de Sant Louis encontró refugio entre las letras y convirtió cada uno de los dramas personales en máscaras que representar sobre un escenario. «Era un espíritu rebelde sin valor para rebelarse, dice sobre uno de ellos, trasunto de sí mismo, en ‘Escalera a la azotea’.

Entre perfiles psicológicos dibujados con cierto humor y una necesaria compasión, sobrevuela aquí la asfixiante sociedad de la Gran Depresión como una tela de araña caótica en la que quedan atrapados sin remisión los protagonistas de los siete cuentos. Así, en ‘Ya no hay más que cardos, dijo’, la fatalidad se impone entre dos enamorados: «La señora O’Fallon no pensaba en otra cosa desde que murió su marido. No paraba de hablar de tener inquilinas respetables. Pero se quedaron sin dinero. Hasta se quedaron sin la casa».

Las pequeñas historias se enmarcan en descripciones minuciosas y delicadas, propias del estilo lírico que caracterizó cada texto del autor, herencia gloriosa de la tradición shakesperiana. Escribía poesía en cada novela, cuento o drama, con pasajes bellísimos entre las más oscuras situaciones. «¡Dios mío, escribe poesía!», dice el jefe de su alter ego en ‘Escalera a la azotea’ antes de un fatal desenlace.

Marcados por un destino sombrío, los cuentos destilan un tono existencialista que llega incluso a citarse por boca de Nietzsche en ‘Temporada de uvas’: «¿Sería posible, me preguntaba yo, que todo fuera tan inútil e indeterminado como Nietzsche sugería que era?». Los han situado en el centro de un torbellino del que no tienen instrucciones, ni siquiera posible salvación al estilo de su admirado Dickens, a través del amor: «Ya no quería estar solo. Hasta ese día no me había dejado llevar tan lejos hasta los viñedos ni había respirado tan hondo su evocadora y púrpura dulzura». Incluso el amor es amenaza. La tragedia y el deseo de ser amado. Sólo quedó la embriaguez a la que el autor se entregó en sus últimos años en los que, atacado por la crítica y desesperado por algunos fracasos, se sometió a la dictadura de la farmacia y el bar. Falleció en un hotel de Nueva York, murió de realidad.

Tennesse Williams Antes del escritor

Tennesse Williams Antes del escritor / Raquel Gómez

Los perros oruga y otros cuentos de juventud

Autor: Tennessee Williams

Editorial: Alba

Precio: 16,00€