Aprieta el calor, comienza la temporada turística. Miles de personas se agolpan en las terminales de transporte de la Costa del Sol para recibir al mes de julio y avanzar con un verano que se presume vital para los intereses de la industria. Después de un ciclo tozudo de crisis, la provincia se enfrenta al reto de responder con su mejor arma a las nuevas variables, que llegan en cascada como consecuencia de la caída del consumo. El objetivo, después de un invierno renqueante, es mantener los números del año pasado, que hablaban de más de 4,8 millones de turistas y un impacto económico directo de 3.470 millones de euros.

La cantidad suena como un maná para los torcidos intereses de la provincia, que vive acorralada por el paro y la derivada de la macroeconomía. Los agentes se conjuran para sostener la línea positiva, que en 2011 se cifró en un crecimiento del 4,14 por ciento en pernoctaciones, lo que es casi providencial en un contexto generalizado de malas noticias. Al turismo le salen las cuentas con esas cifras, especialmente porque las expectativas aluden a un ligero empeoramiento respecto a los valores ganadores del verano anterior; el turismo extranjero, que se erigió en la verdadera baza, no anda tan fuerte y la abulia del mercado nacional se agudiza. Con estas coordenadas, la Costa del Sol busca llegar a los 4,8 millones de turistas y las 6.160.150 pernoctaciones que señalaba en 2011 el Patronato de Turismo.

La dificultad, no obstante, se multiplica. La industria enumera variables como las estrecheces del turista nacional, que todavía en 2010 era hegemónico en los movimientos de la provincia. Los recortes cercan a un sector relacionado con el bienestar, que vive más que nunca pendiente de los saltos de página y las reservas in extremis, que han vuelto a cobrar protagonismo tras el retroceso del pasado verano.

La evolución, aunque más alentadora que en el resto de sectores, sigue siendo preocupante. Si el verano anterior, a estas alturas, se apuntaba en las previsiones al inicio de la recuperación, ahora se apuesta por perseverar en la línea de flotación que marcan los valores en negativo. El turismo no está en crisis, es cierto, pero es de naturaleza interdependiente, lo que hace que se contamine de la destrucción del resto de frentes de la economía. Los establecimientos, pese al crecimiento de 2011, aún no han recuperado la rentabilidad de las temporadas precedentes al desastre. Este año, según Aehcos, volverán a trabajar con precios ajustados, al mismo nivel que los de hace ocho años.

El pasado verano la ocupación hotelera subió 2,59 puntos. El inicio de la temporada alta, tradicionalmente jalonada con la carta del 1 de julio, significa también una nota de alivio para las listas de desempleados de Málaga, todavía en cifras de récord. En el ejercicio anterior la llegada de turistas motivó la contratación de 91.654 nuevos trabajadores. Una cifra criticada, sin embargo, por los sindicatos, que consideran que el empleo no subió al mismo ritmo que el resto de indicadores, más generosos en sus cuentas.

Buena parte de la progresión dependerá de la entrada de turistas en el aeropuerto, que parte con sus instalaciones remozadas, después de la inauguración de la segunda pista. En 2011 las entradas veraniegas a la terminal se cifraron en 2,1 millones de pasajeros, según el balance del Patronato, lo que se traduce en un aumento del 4,48 por ciento. Por su parte, en el AVE también se produjo un incremento, del 0,38 por cien.

El verano será asimismo una oportunidad para comprobar la fuerza de los municipios, que el pasado año situaron a Torremolinos a la cabeza, con algo más de una cuarta parte de los viajeros totales. A pesar del relativo decremento del impulso extranjero, se espera un buen funcionamiento del turismo británico y de mercados como el ruso o el escandinavo, con grandes subidas en 2011. Málaga quiere mantener su pulso.