­La historia de Ana Fernández y José Gómez es como la de tantas parejas que han pasado por un trasplante. Primero vinieron los dolores, después el diagnóstico, intervenciones quirúrgicas y un aviso: hace falta un trasplante.

Ana Fernández comenzó a tener problemas de riñón cuando se quedó embarazada de su hija. Después de pasar 27 veces por quirófano, esta malagueña del barrio de la Luz recibió la noticia de que debía hacerse diálisis si quería seguir adelante con su vida. Había vivido durante once años con un solo riñón pero este sólo funcionaba al 10%.

«Entonces mi marido me dijo que me daba un riñón, que no me quería ver sufrir», cuenta la mujer, que reconoce que semejante declaración de intenciones la dejó sin palabras. «Es un gesto muy bonito, pero le dije que se lo pensara bien, que yo había vivido muchos años con un solo riñón y que lo había pasado muy mal». Pero José no dudó y quiso seguir adelante.

Sin embargo, esta pareja se encontró con el problema de que no eran compatibles. «El doctor Frutos nos citó y nos explicó lo que eran las donaciones cruzadas, y nos pareció bien. Todo con tal de ayudar a mi mujer», cuenta el hombre, que reconoce que estaba asustado de que su mujer entrara en el programa de diálisis.

El trasplante tuvo lugar en 2013 y el riñón de José fue a parar a otra provincia española. El de Ana vino desde otro lugar y no tiene palabras para agradecer que esto fuera así. «Yo en mi vida había pasado por quirófano, me hicieron pruebas y análisis y hasta fui al juzgado. Pero mi gran alegría era que mi mujer iba a tener una calidad de vida mejor», señala el hombre, que no tiene palabras para agradecer el trabajo de los médicos, que lo han visto en varios ocasiones para ver que su sistema renal funciona bien.

Aunque cuando llegaron a la consulta del doctor Frutos esperaban que pudiera donarle su riñón a la que ha sido su esposa en los últimos 40 años, no le importa que ahora lo lleve otra persona. «Para mí es como si ella llevara mi riñón», una afirmación que también hace ella, que asegura que siempre que piensa en el trasplante lo hace recordando que lleva el órgano que tan generosamente le donó su marido. «Ha sido el mejor regalo que podía hacerle», subrayó.

Anestesias sincronizadas

Los trasplantes renales cruzados no sólo suelen hacerse en otros hospitales, sino que a menudo se hacen a cientos de kilómetros. Por eso, una vez que se ha comenzado con la extracción del órgano sano no hay lugar para el arrepentimiento.

Para evitar que un paciente done y otro pueda arrepentirse, lo que daría al traste con la donación, los cirujanos se coordinan para anestesiar a los donantes a la vez mediante llamadas de teléfono. Y es que el documento legal recoge que la decisión puede revocarse en cualquier momento, lo que hace que se extremen las precauciones para evitar males mayores.